Una´furtiva lacrima per l´Italia´
La Vanguardia, , 12-05-2008Todos los que adoramos la fertilísima cultura italiana andamos alicaídos. Los que, en la adolescencia, descubrimos, con las películas de Fellini, que la nostalgia y la ironía son perfectamente compatibles, por ejemplo. O los que con Pavese constatamos que, en el entusiasmo de un verano juvenil, el cielo y el infierno se confunden. O los que leyendo a Primo Levi viajamos al pozo sin fondo de la condición humana y nos conjuramos para que nunca más el impiadoso antihumanismo recuperara su atractivo. Son tantas las gozosas y profundas lecciones que hemos recibido de la cultura transalpina que ahora no sabemos reprimir las lágrimas por su deriva hacia la vulgaridad, el mal gusto, la chabacanería. Y el impiadoso antihumanismo.
¿Cómo no vamos a llorar los enamorados de la bella Italia, patria de tantos maravillosos escritores, Leopardi, Bassani, Magris, si de nuevo está en el candelero Roberto Calderoli? El que describió como porcata la ley electoral de la que es autor.
El que propuso organizar un maiale day (día del tocino) para burlarse de unos inmigrantes musulmanes.
Ahí está de nuevo en el gobierno un político que se regodea en el insulto: “La civilización gay ha trasformado la Padania en un contenedor de culattoni”.Cuando se refiere a los homosexuales siempre usa motes despectivos: culattoni,ricchioni.No discrepa, cosa perfectamente lícita, del matrimonio gay. Los insulta, simplemente. No menos odiosa es la visión que tiene de los inmigrantes: “que vuelvan al desierto a hablar con los camellos, o a la selva con los monos”. Basten estos penosos ejemplos para describir la bajeza de este médico bergamasco,exponente estelar de lo que fue la federalista Liga Norte, hoy puro, duro y pardo populismo.
El retorno de Calderoli no es una excepción o una rareza. El nuevo populismo bulle en el partido posfascita Alianza Nacional. Y se expresa en el propio Berlusconi, cuyos chistes y chascarrillos son la quintaesencia del tradicional machismo mediterráneo, aunque en versión cursi, de conquistador en horas bajas. Se ha comentado mucho su frase sobre el destete de sus niñas ministras, ahí van otras perlas:
“La izquierda no tiene gusto, ni siquiera cuando se trata de mujeres. Nuestras candidatas son más hermosas”, dijo el pasado mes de abril, en plena campaña. Y también: “Otra razón de peso para invertir en Italia es que tenemos bellísimas secretarias… ¡chicas soberbias!”. Parece cháchara más ridícula que peligrosa, pero el desprecio por las mujeres que trasluce el verbo de Berlusconi no es anecdótico. Ni folklórico. Aunque, ciertamente, su desprecio por los inmigrantes es más acerado:“Estableceremos más campos (de detención) para identificar a los inmigrantes sin empleo”. Y en cuanto al revival de brazos alzados que pudo verse el otro día en el Campidoglio, con la proclamación del nuevo alcalde Alemanno, baste recordar que Berlusconi ya trivializó el fascismo tiempo atrás: “Mussolini no mató a nadie, sólo mandaba los opositores de vacaciones al exilio”.
Esta retórica populachera ha ganado definitivamente la partida. Lo llaman discurso popolare,pero no lo es. Tampoco es fascismo en sentido estricto. La cultura tradicional italiana, de origen rural, desapareció. Ha sido sustituida por la nueva cultura televisiva, que con tanto éxito ha rentabilizado precisamente Berlusconi, con sus exuberantes chicas, sus estridentes concursos, su idolatría consumista, su estimulación de todo tipo de vísceras. La televisión basura – que en España conocemos bien- es un invento de Berlusconi y empieza a tener traducción política. La masa popolare ha devenido impiadosa chusma de circo romano.
Por supuesto, la izquierda y el catolicismo le han dejado el campo libre. Francesco Ramella lo ha explicado en La Stampa:se ha producido una secesión en la elite cultural y política, que se ha aislado de las masas populares. Pero el vacío no existe en política. Si unos se alejan y se aíslan, otros ocupan su espacio. Los chistes de Berlusconi ofenden la inteligencia cultural, pero encantan a las clases medias conformadas por el televisor e irritadas por los problemas económicos, por la dureza de las ciudades y por la enorme presencia de inmigrantes.
Italia siempre nos lleva unos años de ventaja. Su televisión populachera lleva años entre nosotros. Ha conformado una nueva cultura de masas que, con la crisis económica, muestra su rostro más inquietante. La crisis exacerba el antihumanismo de fondo: el desprecio por el débil (sea mujer, gay o extranjero). Lo que llega de Italia no es una revisión realista de la inmigración, sino la negación de la humanidad del inmigrante. Sobre inmigración puede (¡y debe!) discutirse todo. Sin falsos idealismos, con la mirada puesta en los más débiles de los autóctonos. Pero sin ceder un pelo en la visión de los inmigrantes como personas. Si un ministro de Italia los describe como animales, es que los diques de contención alzados después de la Segunda Guerra Mundial se están hundiendo.
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