LAS NUEVAS MADRES
Iconos de la diversidad
EL CORREO reúne a distintos modelos de madres del siglo XXI para hablar de su día a día, los estereotipos que han roto y los sacrificios realizados por el amor a sus hijos
El Correo,
04-05-2008
Madre no hay más que una. Da igual los kilómetros a los que se encuentre, su condición sexual o que se pase todo el día trabajando fuera de casa. Es indiferente que los hijos sean biológicos o que la relación con su marido y padre de los niños se haya roto. Tampoco afecta que esté todo el día encima de uno con ‘haz los deberes’ y ‘dame esa camiseta para que te la planche’… Ellas son las nuevas madres. Mujeres que se sacrifican para sacar adelante a sus pequeños, pero con roles diferentes a la madre tradicional. Como homenaje en su día, EL CORREO reunió a Pilar, Luz Miryam, Maite, Elena, Arantza, María Ángeles y Gemma, con historias muy variopintas, sí, pero con un denominador común: el amor por sus niños. Todas se han levantado a horas intempestivas para cuidar de sus hijos enfermos, han luchado para solventar injusticias y han renunciado a muchas cosas. Estas mujeres conforman las nuevas familias del siglo XXI: desde las lesbianas, las divorciadas, las inmigrantes, las adoptivas, las trabajadoras y las amas de casa. Diferentes arquetipos de madres. Iconos de la diversidad.
ELENA VINUESA. 38 AÑOS
Trabajadora
«Ando todo el día corriendo»
La vida de Elena Vinuesa es un no parar. El despertador suena a las 6.45 horas. Recoge la casa. Despierta a su hijo y le lleva a la escuela. Diez minutos para un café. Entra a trabajar y termina a la 13.45 horas. De ahí, derecha al gimnasio. Diez minutos para comer. Regresa a su vivienda y, seguido, hace los deberes con su hijo. Luego toca hacer la cena. Y, por si fuera poco, preparar la del día siguiente… Sólo cuando acaba este maratón, se puede sentar un rato en el sofá. «Ando todo el día corriendo», confiesa. Esta dependienta experimenta esta sensación cada vez que cae rendida en la cama. A diario. Y lleva 18 años. Sin embargo, el tiempo se le acabó del todo cuando tuvo a su hijo, Asier, hace nueve.
«Es duro compaginar la vida laboral y familiar porque veo a mi pequeño mucho menos de lo que me gustaría», asegura. Elena reconoce que a su marido «no le importaría» que no trabajase, pero es una forma de tener independencia. Una ventaja que conlleva su parte negativa: no contar con una parcela para ella, ya que todo su tiempo libre lo dedica a compensar a su hijo por las horas que no pasa con él. Y es que compaginar la tarea laboral y familiar resulta una ardua tarea. Por eso, Elena cuenta con el apoyo de sus padres. De otra forma, se hubiera planteado todo de otro modo.
MAITE SAINZ DE LA VEGA. 35 AÑOS
Separada
«Pasé una época muy dura»
Madre, padre, amiga, consejera… Todos estas tareas recaen en Maite Sainz de la Vega, ya que tras once años de matrimonio se vio sola y al cuidado de sus dos hijos, por aquella época de doce y tres años. Como cualquier otra pareja decidieron separarse, hace ocho, pero la custodia compartida duró muy poco. Él se esfumó y nunca pasó una ayuda. Maite se vio «con una hipoteca y dos críos a los que sacar adelante». Durante dos años y medio y con el apoyo incondicional de su madre, consiguió que la estabilidad reinara en su casa. Para eso tuvo que incrementar las horas que daba clase en un gimnasio. Tras una larga jornada, se reunía con sus hijos para hacer los deberes. «Pasé una época muy dura», confiesa. Gracias a la piña que lograron, Maite recondujo su vida y hace cuatro años que tiene una nueva pareja con la que comparte la educación de sus hijos. Aunque el mayor, Jon Ander, se las arregla muy bien solo y adoptó «un rol protector» con su madre y su hermana Estíbaliz. «Me han salido muy formales y estudiosos», confiesa orgullosa.
PILAR ESTEBAN. 53 AÑOS
Madre adoptiva
«Los hijos nacen en el corazón»
En Rusia, hay un millón de niños en orfanatos pasando penurias. Este abandono animó a adoptar a Pilar Esteban a una pequeña rusa. Cuando llegó a Bilbao, Ziortza – no quiere que se la llame por su nombre original, una forma de borrar el pasado – tenía 5 años y sólo pesaba 12 kilos. Ahora, con 11 años, luce un aspecto sano y deportivo. Su mejoría responde al esfuerzo efectuado por estos padres adoptivos, en especial, por su madre. «Fue un cambio de vida radical. Gozaba de mucha libertad y cuando llegó Ziortza la tuvimos que escolarizar inmediatamente y adaptarnos a ella». Pronto superaron la barrera del idioma. Y, en unos meses, la pequeña ya hablaba euskera y castellano.
Pilar disfrutó de una baja de maternidad de cuatro meses, pero no accedió a una reducción de la jornada. Así que tuvo que compaginar las tareas laborales con la reeducación de Ziortza. Difícil tarea. Pero la niña se lo puso fácil. «Están acostumbrados a sobrevivir. Por eso son muy hábiles y, lo más importante, muy cariñosos». Lo más duro de «esta gratificante experiencia» ha sido saber que en el colegio algunos niños discriminaban a su hija por su condición de adoptada, pero Pilar tiene la mejor respuesta para ellos: «No todos pueden decir que su hijo les dice ‘te quiero’ todos los días. ¿Ella nos lo dice a nosotros!». Es el mayor orgullo de esta madre – «porque los hijos nacen en el corazón» – que es feliz al saber que ha sacado a su pequeña del mal y que hoy no para de cantar y sonreír.
ARANTZA MIGUEZ GARCÍA. 41 AÑOS
Trabajadora
«Siempre hay cosas que hacer»
«Si tengo un momento libre al día es porque yo lo busco. Es que siempre hay cosas que hacer». En la casa de Arantza Miguez García viven cinco personas: ella y su marido, sus dos hijos y el abuelo. Ella tira de todos, ya que como ama de casa se ocupa de que todo esté perfecto. Su jornada de trabajo en el hogar empieza a las 7 horas. La primera frase va para su hijo, Jorge, de 19 años: «Ten buen día y cuidado». Después se hace cargo de la pequeña de la casa, Rosa, de 7. La levanta, la viste, la da de desayunar y, una vez preparada, al colegio. A la vez, hace las camas, recoge la ropa, pone la lavadora. Luego tocan las compras, preparar la comida y fregar los cacharros de una familia numerosa. Pero antes ha recogido a Rosa y ha estado jugando en el parque con ella.
Las críticas que muchas veces recaen sobre las amas de casa sobre su tiempo libre no le hacen mucha gracia a esta madre. «Me gustaría verlas en mi lugar. No tenemos vacaciones ni bajas. Nada. Si tienes un catarro, tienes que seguir trabajando». Por eso, apoyaría que el Gobierno pagase un sueldo a las amas de casa. Mientras tanto, Arantza presume de contar con la ayuda de todos los miembros del hogar y del cariño de sus hijos. «Al mayor lo que peor le sienta es que, cuando me hace enfadar, no le deje darme un beso».
LUZ MIRYAM HERRERA. 49 AÑOS
Inmigrante
«No se lo deseo a nadie»
Hace nueve años que dijo adiós a sus tres hijos: Victoria Paula, Rosa María y José Bernardo. Kilómetros de distancia la separan de ellos desde entonces Luz Miryam cogió una maleta y sin papeles viajó desde Colombia para encontrar un trabajo y poder dar estudios a sus hijos. En busca de un nuevo destino. Se instaló en Santander y se mató a trabajar para sacar adelante a la familia. Lejos. Sin su cariño. Ella les enviaba dinero para comida y su futuro escolar. «La situación en mi país era insostenible y decidí emigrar. Me separé de mis hijos, algo que no se lo deseo a nadie», recuerda.
Un año después de emprender su nueva vida, conoció a un transportista vasco que le robó el corazón y se mudó a Bilbao. Su pareja le ha ayudado a sobrellevar mejor la lejanía. Habla a diario con sus hijos, pero la comunicación telefónica no suple los abrazos y besos que desearía darles. Al pequeño, de 24 años, lo pudo traer pronto y reside en San Sebastián. Pero a sus dos hijas, de 27 y 30, sólo las ha visto dos veces en el tiempo que lleva en España. «Puedo ayudarlas económicamente, pero a costa de carecer de su afecto», lamenta. Muy duro. Hace una semana nació su quinto nieto. Ella no estaba allí, al lado de su hija. Como tampoco vivió las bodas de sus ‘niñas’. Su mayor consuelo es que saben donde está su madre y para «cualquier consejo» la llaman.
MARÍA ÁNGELES RUIZ Y GEMMA SÁNCHEZ. 42 Y 51 AÑOS
Familia homoparental
«No ha sido un camino de rosas»
Separada, con tres hijas y empezando a darse cuenta de su orientación sexual. María Ángeles Ruiz sorteó esta papeleta con nota. Con mucha paciencia. Hace veinte años que el padre de sus pequeñas desapareció sin dejar rastro. A su vez, esta catalana comenzó a sentirse atraída por las mujeres. Era una época en la que las lesbianas lo tenían mucho más complicado que ahora. Al tiempo que criaba a sus tres hijas – de 7, 9 y 16 años – , fundó una asociación con otras mujeres para dar apoyo a las lesbianas. Así conoció a Gemma Sánchez, su compañera y otra madre para sus niñas, que se encuentra agilizando los papeles para adoptarlas.
Forman una familia homoparental desde hace 17 años. «Hemos tenido que hacer un mayor esfuerzo para que nuestras hijas no se sientan rechazadas», explica Gemma. Su educación se ha basado en el afecto y el respeto, y «no ha sido un camino de rosas». Pero lo han superado con normalidad porque «siempre las hemos apoyado. Si el entorno es el adecuado, los niños se sienten bien». Ya queda lejos el día que María Ángeles tuvo que explicar a sus hijas su condición sexual. «La mayor lo intuía y la mediana me sorprendió porque me dijo: ‘No hay nada malo en que dos mujeres se quieran’». Las tres niñas son ahora mujeres con pareja heterosexual, y tienen que comprar un regalo doble por el día de la madre.
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