"No sé por qué fue allí, Rosa jamás cogía el tren"
Dos mujeres jóvenes de la misma familia fallecidas en trágicas circunstancias en veinte meses es más de lo que se puede esperar del destino. Pero así ha ocurrido en la familia Esono Abegue.
Deia, , 24-04-2008dIOS sabe lo que hace. Es una mala racha que estamos pasando. No nos queda más remedio que pasar este sufrimiento y sólo Dios sabe si lo superaremos". Ángel Rafael Esono Abegue resumió con estas palabras la tragedia de una familia azotada por la muerte. El 7 de agosto de 2006, su hermana Prisca Oye apareció muerta en el Hotel Pelícano de Bilbao. La comunidad guineana ecuatorial solicitó entonces una investigación judicial y sugirió que se trataba de un caso de violencia de género. El pasado martes, su hermana Rosa, de sólo 26 años, falleció arrollada por un tren cuando regresaba de la Escuela del Matadero de Zorrotza, donde estudiaba para ser carnicera.
“Era tranquila, metódica, prudente”, explica su hermano. “Rosa jamás cogía el tren, no sé por qué fue allí”, corrobora Felipe, el profesor de la aprendiz a carnicera. Al inicio del curso siempre iba a clase andando, hasta que su tutor se enteró y le pidió al jefe del almacén que le comprara un creditrans para que pudiera coger el autobús. Accedió sin problemas. “Era una chica muy trabajadora”, declara. Desde entonces, Rosa iba y volvía a casa en autobús. Entraba a las ocho de la mañana y salía a las dos de la tarde. El martes no dijo en casa que fuera a tomar otro camino.
Por eso Ángel Rafael tenía ayer mil dudas. “Estoy esperando el resultado de la autopsia y del atestado. Rosa no tenía problemas de vista ni de oído. El tren no es como el tranvía. Quiero ver las fotos del accidente, quiero saber qué pasó. Si el tren la arrolló, ¿por qué no aplastó completamente su cuerpo? ¿Por qué el paraguas, su bolso y las tres bolsas que llevaba estaban intactas?”, se preguntaba. “No digo que sea algo más que un accidente, pero quiero transparencia. Era raro que estuviera ahí”. Rosa regresaba a casa cargada con tres bolsas de carne. El tutor, Felipe, y el jefe, Jesús, la alimentaban con pollos y conejos. Sabían que la joven sólo comía una vez al día, a la hora de cenar. “A veces sólo leche y pan, lo que tenía en la nevera. Un día nos dijo: Qué bien coméis aquí. ¡Tres veces! Así que empezamos a darle carne”.
Prisca Oye Esono Abegue apareció muerta un lunes de primeros de agosto. Su cuerpo no presentaba signos de violencia, aunque desde la comunidad guineana aseguraron que falleció por asfixia, estrangulada. Cuando todavía no se han cumplido dos años del aniversario de su muerte, un tren de mercancías alcanzó a Rosa Esono Abegue cuando cruzaba las vías de Zorro-tza. Una hipótesis que se baraja es que la joven no tuvo tiempo de encaramarse al andén del apeadero. La investigación sigue abierta.
Ángel Rafael Esono Abegue no sabe precisar cuántos hermanos son. Pertenecen a una gran familia de una zona del interior de Guinea Ecuatorial. “No somos como ustedes, que sólo tienen un hijo”, aclara, “y allí un hombre puede tener hasta tres mujeres”. Pero tener una familia numerosa no evita estar “completamente hundidos”. En Bilbao viven dos hermanos y el novio de la muchacha fallecida. Los tres recibieron ayer el cariño de la comunidad guineana. El salón de su casa estaba abarrotado tras el obligado paso por el tanatorio. El cuerpo de Rosa fue incinerado y sus cenizas probablemente viajarán a su tierra natal, junto a su madre. Hoy o mañana se oficiará el funeral.
“Aquí estaba contenta”, concluía su profesor, “¿Sabe por qué? Porque decía que cuando iba a comprar la atendían la primera. Daba igual que otra persona llegara luego, porque si le tocaba a ella, la panadera atendía a Rosa. Nos decía que, en su país, cuando entraba la mujer del sargento o vete a saber quién, los dependientes la dejaban la última. Al principio no sabíamos de qué nos hablaba, luego la entendimos. ¡No se sentía marginada! En la escuela tampoco, la tratábamos con respeto, como una compañera más. Acababa las prácticas este mes”.
Su hermano, Ángel Rafael, estudia un ciclo de integración social. Cuando el teléfono le sonó en clase ya imaginó que “eran malas noticias”. Le llamaba su hermano. “Él sabe mi horario de clase y lo respeta muchísimo”, alcanzó a decir.
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