EL MUNDO QUE VIENE / FELIPE FERNANDEZ-ARMESTO

«El siglo americano está tocando a su fin y EEUU volverá a ser un país más entre el resto»

El Mundo, PABLO PARDO, 05-04-2008

ES UN HISTORIADOR TAN RESPETADO COMO ATIPICO. HA ROTO CON LOS VIEJOS ANCLAJES DE LA HISTORIOGRAFIA PARA BUCEAR DE FORMA MULTIDISCIPLINAR EN EL PASADO, REHUYENDO LAS VERDADES DOGMATICAS PERO SIN RELATIVISMO. SU PROXIMO RETO PRETENDE EXPLICAR POR QUE LOS HUMANOS SOMOS LOS UNICOSBICHOS CULTURALESDEL PLANETA CARGO: Catedrático de la Universidad de Tufts (Boston, EEUU) / EDAD: 57 años / FORMACION: Doctor en Historia / AFICIONES: La lectura y coleccionar toda clase de libros / CREDO: Católico / SUEÑO: Morir bien, cuando le llegue el momento


«La verdad, cuya madre es la Historia». A Felipe Fernández – Armesto, autor de Historia de la verdad, no le suena bien la frase de Don Quijote. «No es responsabilidad de los historiadores determinar lo que es la verdad. En el libro, yo lo hacía como ser humano. Pero pensaba que mi trabajo como historiador me podría ayudar a comparar cómo la verdad cambia en función y con la evolución de la cultura», se defiende con su habitual pasión sentado en un sofá en el salón de su casa. Un hogar situado en medio de la Universidad de Tufts, a las afueras de Boston, en el que los libros aparecen por todas partes.


Fernández – Armesto está en lo cierto cuando habla de su pasión por la comparación. En cierto sentido, ésa es su obra: él ha convertido la historiografía en un arte de comparar y de enfocar desde perspectivas inusuales. Muchos de sus libros – Historia de la verdad, Historia de la comida, Ideas que cambiaron el mundo, Historia de las exploraciones, Historia de los últimos mil años – rompen con la norma de la historiografía actual y, en lugar de buscar la especialización, enfocan el pasado desde una perspectiva multidisciplinar. Es una propuesta arriesgada, porque exige incluir diferentes disciplinas, pero que ha convertido a este medio español – su padre era el maestro de periodistas Augusto Assía – y medio británico en una celebridad en el mundo anglosajón. «Mi técnica – explica – es el cambio de perspectiva, pero sin incurrir en el relativismo».


Así es como Fernández – Armesto se ha convertido en lo que los británicos llaman un Superdon, término que procede de la combinación del prefijo super con la palabra don, que es como se denomina a los profesores en algunas universidades tradicionales, como Oxford y Cambridge. Fernández – Armesto comparte ese apelativo de celebridad de la cultura con, entre otros, Stephen Hawking, Niall Ferguson y Timothy Garton – Ash.


Su próximo proyecto es un avance más en esa trayectoria heterodoxa que ha llevado a sus libros a ser traducidos a 22 idiomas: «Quiero analizar por qué tenemos Historia. Por qué los seres humanos somos los únicos bichos culturales de este planeta. Y, para eso, tengo que integrar las culturas no humanas – las de algunas especies de animales, como los elefantes, las ratas, los delfines o los primates, aunque en esos animales las diferencias culturales son muy pequeñas – dentro del marco historiador».


PREGUNTA. – Hace poco, usted mencionaba el término «civilización estadounidense» en un artículo publicado en The New York Times. ¿Existe una civilización española?


RESPUESTA. – Sí. Se basa en la existencia de una historia compartida tan larga entre sus pueblos que, sin negar su diversidad, los ha fundido en un crisol y en un espacio lo bastante pequeño como para que todos compartan ese fondo común que existe desde los romanos, que fueron los primeros en ver a la Península Ibérica – la mayor parte de la cual es lo que ahora es España – como una unidad. Y, a pesar de las rupturas que ha habido en la Historia de España, siempre se ha tratado una y otra vez de reconstruir esa unidad y esa memoria de unidad… Incluso Joan Maragall insistió en que los catalanes eran «más españoles» que los demás.


P. – Así que esa identidad española se basa en la Historia, del mismo modo que la de Estados Unidos se asienta en una ideología condensada en el Sueño Americano.


R. – Sí, aunque el Sueño Americano [esa creencia de que EEUU es el país de la igualdad de oportunidades] es un sueño económico, no ideológico. Pero a los estadounidenses también les ha influido muchísimo la percepción de su país como un territorio inmenso, con unas riquezas gigantescas y casi sin explotar por la población indígena. Antes de que se estableciera esa idea, que se consolidó en el siglo XIX con las grandes revoluciones agrícolas e industriales que hicieron de Estados Unidos el país más rico del mundo, había otro tipo de sueño. La famosa religiosidad estadounidense es uno de los restos de ese sueño, que acabó convirtiéndose en un sueño de prosperidad material.


Los estadounidenses tienen ideas muy abstractas de sí mismos que proceden de la Ilustración europea. Cosas como justicia, libertad o democracia están grabadas en el corazón de los estadounidenses y, aunque el actual Gobierno no ha respetado en absoluto esos conceptos, para la gente estos siguen vivos. Y son conceptos abstractos, así que podemos calificarlos de ideológicos. Ideológicos e ilustrados, porque Estados Unidos, no Europa, es el gran heredero de la Ilustración.


P. – Usted ha enfocado la Historia desde perspectivas poco usuales, como la evolución de la comida, el concepto de verdad o las ideas. En este momento, en la campaña electoral de EEUU, hay grandes transformaciones a todos los niveles: la masiva irrupción de internet, el relevante papel de la inmigración, el hecho de que una mujer y un miembro de una minoría puedan llegar a ser presidentes, el desplazamiento del poder económico a Asia… ¿Estas son, de verdad, unas elecciones históricas o es que los periodistas exageramos?


R. – Bueno, ustedes tienen que vender periódicos, y sería muy aburrido decirle a la gente que no está pasando absolutamente nada. Pero, en cualquier caso, la intensidad del cambio en el planeta se ha acelerado en los últimos 150.000 años. Y eso es un proceso histórico que nadie se ha explicado, y del que no sabemos nada.


P. – ¿Una aceleración de la Historia al estilo marxista?


R. – No. No hay ninguna explicación fehaciente de por qué la Historia se acelera cada vez más. Yo creo que es algo que se relaciona con los efectos de los intercambios de las culturas y con la inmensa proporción de imaginación que tenemos los seres humanos. Así que, con el incremento de la intensidad del cambio, es lógico que experimentemos hoy una transformación más intensa que antes. Pero a mí no me apasiona tanto este momento como otros de la historia estadounidense, sobre todo cuando, a mediados del siglo XIX, las inmensas praderas del interior de este país, que se consideraban un desierto, empezaron a convertirse en el gran granero del mundo y en el lugar en el que se fundaron una serie de grandes ciudades, en lo que fue el cambio más dramático que ha sufrido la Tierra desde los puntos de vista ecológico, económico y demográfico desde la aparición del ser humano.


Ahora, desgraciadamente, vivimos en una época de decadencia. Norteamérica, que ha sido el gran motor del planeta, está dejando de serlo. El siglo americano está tocando a su fin y EEUU volverá a ser un país más entre los otros. Así que, en cierto sentido, este momento no es tan apasionante como decepcionante.


P. – ¿Van a cambiar algo estas elecciones?


R. – Gane quien gane, los problemas que heredará EEUU de Bush serán tan grandes que poco podrá hacer. Yo, personalmente, apuesto por Barack Obama porque creo que será mejor para el resto del mundo. Pero dudo que cambie la tendencia. La decadencia de Estados Unidos es tan marcada que nadie puede acabar con ella. En todo caso, esta campaña ya me ha sorprendido, porque el sistema político del país no es en realidad democrático, sino que está orientado para que gane quien más dinero tenga. Y el candidato republicano, John McCain, no era, ni de lejos, el que contaba con más recursos. Igual que Mike Huckabee, que resistió a McCain hasta hace poco, y que apenas tenía dinero.


P. – ¿Está EEUU en decadencia o está Occidente en decadencia?


R. – Yo soy un gran pesimista. Recomiendo el pesimismo a todos, porque es la única manera de evitar la desilusión. Creo que en Europa hemos experimentado ya otra gran decadencia, reflejada en dos guerras mundiales, una sucesión de guerras civiles, la descolonización… y pienso que estamos saliendo de esa época de declive y construyendo la Unión Europea, y que hemos avanzado más que EEUU en muchas cosas: el rechazo a la pena de muerte, el Estado de Bienestar, la absorción de una inmensa inmigración sin romper la paz interior de nuestras sociedades, la eliminación de las dictaduras, comunistas, fascistas o de otro tipo, como el franquismo…


P. – Su colega de la Universidad de Nueva York, Tony Judt, lamentaba hace poco que Europa no haya aprovechado esos avances para convertirse en una alternativa de poder real a EEUU.


R. – No quiero que los europeos tengamos ese papel.


P. – ¿Por qué?


R. – Porque el líder es al que entierran los demás. El progreso se logra por medio de los intercambios. Todo lo que tenemos en Europa procede de intercambios con otras culturas, como el islam medieval, la china, la mongola… Y éstas su vez se han beneficiado de los intercambios que tuvieron con nosotros. Pero los intercambios no deben imponerse a la fuerza.


P. – Hablando de intercambios, hoy en día todo el mundo occidental está conociendo culturas nuevas debido a la inmigracion. Y ése es un fenómeno que está afectando a países como España, que étnicamente eran muy homogéneos.


R. – Yo no diría que España sea un ejemplo de nación homogénea, porque es una nación nacida de naciones y siempre ha abarcado culturas distintas. Claro que hoy la inmigración extraeuropea la está convirtiendo en un país como los otros países europeos. Y de eso yo concluyo que la única salida es el multiculturalismo. Aunque es cierto que ése es un concepto que no hemos manejado bien en la práctica.


P. – En países multiculturales, como EEUU o el Reino Unido, cada comunidad puede organizarse como ella prefiera. Lo opuesto a eso sería que los inmigrantes tuvieran que asumir ciertas tradiciones o costumbres del país anfitrión.


R. – Eso sería un error. Por varias razones. La primera es que, en el caso de su país, por seguir con el ejemplo, primero habría que definir ese supuesto españolismo universal al que queremos que el inmigrante se asimile. ¡Y es que los mismos españoles no son capaces de ponerse de acuerdo sobre eso! A mí me hace mucha gracia el debate sobre el himno nacional, porque demuestra que en España no hay valores universales. Los pocos que había – que afirmaban, por ejemplo, que el español era austero, católico, sobrio, valeroso y menospreciaba lo material – han sido descartados. Y sin ningún apoyo de los inmigrantes. ¡Los han descartado los propios españoles! Así que, cuando hay una conciencia de estar perdiendo la cultura tradicional, es debido a los propios españoles, no a los inmigrantes.


P. – Sin embargo, en EEUU se acepta que los inmigrantes mantengan su idioma y sus costumbres, pero a cambio se les exige que se comprometan con otros conceptos: la Constitución, el himno, el juramento de fidelidad a la bandera… En España tampoco les pedimos eso.


R. – ¡Y menos mal que en España no se les pide eso! Porque la mentalidad estadounidense es exagerada en esas cosas. En parte eso se comprende, porque EEUU es una nación joven, que se ha forjado a través de una inmigración masiva y de una guerra civil, lo que explica esa mentalidad, que yo veo exagerada. Un ejemplo de esa exageración es el monoglotismo, es decir, defender que el inglés sea su única lengua oficial, cuando en realidad el español es también una de sus lenguas nacionales. Y es una lástima, porque la vida sería mucho más rica si la gente asumiera que este es un país, por lo menos, bilingüe.


P. – En España, ese debate ni se plantea.


R. – Es que en Europa, además, no hay esa alternativa, porque es un rincón del mundo lleno de culturas que, además, ahora se están multiplicando por la inmigración. ¡No podemos evitar el multiculturalismo, porque es algo absolutamente imprescindible para nuestro propio bienestar! Y ahora me preocupa que en países como España, el Reino Unido o los Países Bajos se esté intentando imponer una actitud mucho más cerrada en esa cuestión.


LA CUESTION


- El columnista de ‘The New York Times’ David Brooks sostiene que la globalización, en lugar de acercar a las culturas, las enfrenta, porque las pone unas frente a otras y eso hace que se rechacen entre sí.


- Hasta cierto punto, eso es cierto. No puedes rechazar u odiar lo que no conoces. Si los portugueses hubieran conocido el Reino de Mali, en Africa, cuando estaba en su esplendor, en el siglo XIV, y no durante su decadencia y colapso, en el siglo XV, habrían tenido una idea muy diferente de las potencialidades de la raza negra. Así que tal vez hubiera sido mejor que ambas culturas no hubieran llegado a conocerse. Es lo mismo que pasó entre los europeos y los mongoles. Los primeros pensaban que los mongoles eran la gente del Preste Juan [un rey cristiano mitológico que vivía al este de los territorios controlados por el islam], pero, cuando finalmente se conocieron, fue de forma breve y violenta, en el siglo XIII, cuando los mongoles invadieron el este de Europa. Y eso abrió un largo periodo de desprecio mutuo entre ambos pueblos. Pero normalmente es mejor no quedarse aislado. El aislamiento conduce al estancamiento, y el conocimiento de otras culturas conduce al progreso y al intercambio de ideas


SU PROPIO MUNDO


«Me consideran muy retraído y lo que pasa es que soy hijo de gallego e inglesa»


¿Cómo ha sido el cambio de Oxford a Tufts?


- Muy bueno. En Oxford encontré un ambiente muy agradable y me lo pasé muy bien, porque llevaba una vida muy civilizada, en cierto sentido de señorito. Pero la experiencia del aula era aburridísima porque los estudiantes se me quedaban allí, como desafiándome, mientras que aquí son muy participativos, me hacen preguntas, te interrumpen, disfrutan de las clases, y lo hacen todo muy vivaz.


Los estadounidenses son poco ceremoniosos.


- Sí. A veces lo tomamos como mala educación. Pero no lo es. Una de las cosas que más me ha costado ha sido acostumbrarme a sonreír. Yo soy serio por cuestión familiar: soy hijo de padre gallego y madre inglesa, dos comunidades que no destacan precisamente por su sonrisa. Y con esa mentalidad mía, los estadounidenses creen que soy una persona retraída, encerrada en sí misma. ¡Y no lo soy! Lo que pasa es que me cuesta sonreír.


Cada vez menos españoles se identifican como católicos.


- Es difícil ser español sin ser católico. Incluso los ateos españoles lo son. El catolicismo es una cultura. Es difícil olvidarse de experiencias como los sacramentos, o cómo te afecta la confesión, o el sentido de misterio y de la inmensidad del matrimonio. Además, ser católico es un privilegio. Porque un protestante tiene que creer con toda su alma en un Dios y en unas creencias que acaso carezcan de sentido. Pero un católico puede creer lo que quiera, puede blasfemar, ser anticlerical o proclamar su ateísmo, porque sabe que ahí está la Iglesia, que seguirá operando en su propia salvación.


¿Cómo ha sido su experiencia religiosa en EEUU?


- Muy decepcionante. No creo que éste sea un país tan religioso como se dice en Europa. La experiencia religiosa es más profunda en el Viejo Continente. Para mí, la religión de Estados Unidos no es una verdadera religión. No hay dogma, no hay misterio, no hay mística. Se trata, más bien, de una organización social. Las iglesias existen para que unas personas convencidas de la importancia del individualismo salgan de ese individualismo. La verdadera comunión parece tomarse los donuts y los cafés después de la misa. Y mi experiencia con los evangélicos [protestantes carismáticos] me ha llevado a la conclusión de que esas personas no saben expresar de forma coherente en qué consisten sus ideas.

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