La primera huelga de 'sin papeles' prende en Jaén para denunciar explotación laboral
El Mundo, , 31-03-2008El Comité de Derechos Humanos de la ONU investiga la situación de los temporeros en la provincia – 45 inmigrantes se niegan ya a trabajar y celebran asambleas lunes y viernes para actuar coordinados Despuntaba el día desgarrando una faja de oro rojo y el patrón José María conducía el coche cargado de brazos, de camino al olivar a recoger aceitunas, transportando hacia la finca de Villacarrillo su ganado cotidiano de nueve clandestinos.
Mamadou, 30 años y recién venido de Burkina Faso, fue de los últimos en subirse al auto con un salto de gato. Empezaba su primer trabajo después de cuatro meses en España. Entró y cerró la puerta arrebujándose entre dos cuerpos calientes. Vio cómo el dueño arrugaba la nariz y soltaba un ufff, largo y viscoso. Como de asco.
Fue entonces cuando Mamadou supo que, para José María, siempre sería una inmensa mierda.
- Joder, vaya peste con los negros. ¿Es que todos los africanos oléis así de mal?
Fue entonces cuando Mamadou supo que, si era un hombre, se tenía que bajar. Así que, emulando a Johnny, Mamadou cogió su fusil, aquella vara que parecía un winchester con el que sacudir olivos. Y rompió con todo.
La primera huelga de temporeros sin papeles ha prendido en Jaén y se atisba en las caras un fueguito minúsculo y nunca visto, vulnerable y utópico. Como de ascuas chiquitas que empezaran a calentar de tanta leña.
Aquí son ya 45 los inmigrantes sin documentación que han decidido sumarse a esta huelga indefinida como señal de protesta por las condiciones feudales que imponen algunos propietarios en la recogida de la aceituna.
Es cierto que la temporada acabó hace varias semanas, pero la inercia vieja y la impotencia nueva han puesto cemento a la resolución de esta mano de obra expoliada. Llevan dos meses plantados y no trabajarán en nada hasta que sean tratados como personas, cobren lo mismo que los documentados y el techo del bracero no sea la Osa Mayor.
A Mamadou le ofrecieron para beber el agua verdosa de «regar los árboles» durante tres semanas, entre sudada y sudada. A Brahim, un saharaui de 19 años, su jefe le ha pagado la mitad que a los demás por no tener documentación, 40 euros por 10 horas de labor frente a los 50 que reciben en seis horas los que tienen los papeles en regla. El senegalés Babacar cuenta cómo es el albergue de Jaén para los temporeros menos que cero que vienen a Eldorado de la aceituna: «La comida siempre nos la ponen fría. El agua para ducharse es fría. Dormimos muchos, muchísimos juntos. No nos respetan. Nos miran mal. Eso es porque no tenemos papeles».
La rebelión invisible no sería más que eso si no fuera porque el Comité de Derechos Humanos del Alto Comisionado de Naciones Unidas investiga ya el asunto y está recabando información puntual de las condiciones en las que viven los temporeros que denuncian los abusos.
La bengala nocturna de SOS la lanzó el modestísimo Sindicato Obrero Inmigrante (unos 200 afiliados sin papeles que no pagan cuota alguna si no pueden), atribulado de tanto escuchar las historias de los mudos. En las asambleas que realizan en el local los lunes y viernes, ya llegan al centenar los que acuden a estar juntos. Y andan a ver si corre la voz aquí y allá, por los invernaderos de Almería y por los campos de fresas de Huelva.
Los trabajadores tienen que dormir en la calle en muchas ocasiones, el albergue de Jaén no tiene unas «condiciones ni un trato dignos», donde hay hacinamiento y la comida y el agua de la ducha son frías, expone el informe que se enviará la semana que viene a la ONU. Se pide que se les dé cobijo decente, que haya un «trato respetuoso» de los empresarios, que cobren lo mismo que el resto, y que vigilen a esos patrones que, después de no pagarles, amenazan con llamar a la Guardia Civil para que los expulsen si siguen reclamando el jornal.
«He podido trabajar, pero no quiero», nos cuenta el marroquí R. mientras compartimos un arroz con verduras casero, cortesía de la caja de resistencia que ha creado el sindicato. «Nos tratan como si fuésemos animales. A mí me han tardado dos meses en pagar, me han llamado burro y perro. Le expliqué a mi padre por teléfono que estaba en huelga. Hablamos mucho. Al final me contestó: ‘Si es bueno para los demás, sigue, hijo’».
Fue el 19 de diciembre pasado cuando una sentencia del Tribunal Constitucional declaró contrario a la Carta Magna el artículo 11.2 de la Ley de Extranjería, ese precepto que negaba el derecho de huelga a los clandestinos. Con lo que el de Jaén, ariete de cartón piedra, es el primer ejemplo de ejercicio del mismo.
Algo más de 15 días se estuvieron concentrando frente a las puertas de la Subdelegación del Gobierno en la ciudad decenas de senegaleses, magrebíes, guineanos en un contestatario Babel del Africa obrera. Sumaron hasta 2.000 firmas de apoyo. La última protesta permitida fue el 18 de febrero. Desde entonces, cinco veces ha negado la autoridad gubernativa el permiso para plantificarse allí con su pancarta, la última el 25 de marzo.
«Esta es una huelga real contra el Gobierno, porque esta gente se niega a trabajar si no se mejoran sus condiciones, y cada vez son más los que quieren respeto», dice Jesús Hidalgo, líder del Sindicato Obrero Inmigrante y Premio Nacional 2005 de la Asociación Pro Derechos Humanos, al que se le encendió la bombilla de la protesta aquel día de diciembre en que vio durmiendo en la calle a 200 temporeros en Villanueva del Arzobispo, como equipajes abandonados, al lado de la estación de autobuses. «Ya hay más de 60 compañeros que están por otras zonas extendiendo el derecho de asociación y sindicación de todos. No va a ser fácil, pero el objetivo a la larga es un paro nacional de sin papeles».
«Me decían: ‘Estás en un corral para gente como tú’»
Estos son algunos extractos de los testimonios de temporeros sin papeles en huelga que están incluidos en el informe que ha solicitado Naciones Unidas.
C. (Mauritania). «Cuando se acabaron los tres días que puedes estar en el albergue, ellos me dieron un billete para Bailén. Cuando llegué allí, pregunté dónde estaba el albergue de Bailén. Llegué y me dijeron que estaba completo. Me quedé un día durmiendo en la calle y con el frío y la lluvia cayendo. Volví a Jaén. En el albergue me encontré todo sucio, el agua de la ducha fría, la comida muy mala y maltrato, como si fuéramos animales».
H. (Sáhara). «A las nueve de la noche estaba enfermo con fiebre en comisaría. Pedí una pastilla para la fiebre y ellos me dieron dos. No me levanté hasta las 12 de la mañana del día siguiente. Me sedaron».
A. (Senegal). «Encontré a mucha gente que dormía en la calle. Mi jefe se llamaba Paco. Cuando paramos a comer, nos dijo que había que trabajar 10 horas. Quise hablar con él para decirle que 10 horas era mucho [el convenio sectorial de Jaén fija la jornada en seis horas y media], pero tenía miedo de que me echara. Le pedí dinero para comprar ropa de abrigo y guantes. Me dijo con cara enfadada que no había dinero (…). Cuando entré en el albergue no me encontré mantas, tampoco camas. Hablé con el vigilante y él me dijo que podía dormir en cualquier sitio. Al final encontré una cama sucia. Una trabajadora de la cocina me miró con cara de asco».
M. (Sáhara). «El trabajador marroquí del albergue me dijo que no daban comida a los saharauis. Le dije que cuál era mi cama y me dijo que la buscara yo solo, y que si no, durmiera en el suelo. ‘¿Tú crees que estás en tu casa? Estás en un corral, un corral para gente como tú’ (…). Un día me pegaron durante media hora en comisaría (…). Trabajé con un jefe que se llamaba Simón. Nos daba 30 euros por seis horas. Teníamos 15 minutos para comer. Cuando le llamé para decirle que quería mi dinero me decía que estaba en Almería».
P. (Senegal). «Mi vida en el albergue es muy cansada porque no duermo bien, no como bien, no me ducho bien, siempre con el agua fría. Necesitamos ayuda. Un día un marroquí que se llamaba Aziz me dijo: ‘Tú, maricón, follar conmigo’. Yo le contesté que no quería. Me repetía: ‘Tú, maricón’. Le cogí de la ropa y le tiré al suelo. Allí había una botella rota y se cortó el dedo. Le dijo a la policía que yo le había cortado».
Y. (Marruecos). «Me cogieron y me llevaron a la comisaría y me tiraron al calabozo sucio. Había dos vasos llenos de meadas».
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