Lugo presume de la entrada de gitanos en el ámbito laboral

La Voz de Galicia, Dolores Cela, 30-03-2008

Una familia lucense relata su convivencia con los payos en un barrio de la ciudad

Una familia lucense relata su convivencia con los payos en un barrio de la ciudad

«La gente tiene una idea muy equivocada de cómo somos y, antes de juzgarnos y opinar, deberían conocernos», asegura Blanca Barrul Bermúdez, una gitana lucense, que se quedó viuda con 34 años y que tuvo que sacar adelante a sus dos hijos de corta edad. Ella está satisfecha con la vida que lleva ahora y es consciente del largo camino que tuvo que recorrer. Trabaja desde hace tres años de pinche en la cocina del Gran Hotel de Lugo y tiene un piso en un edificio de viviendas sociales de la calle Aquilino Iglesia Alvariño, de Lugo, que comparte con sus dos hijos y con la esposa y el vástago del mayor.

La de Blanca es una de las 203 familias gitanas que viven en la capital lucense, de las que aún quedan medio centenar en el poblado gitano de O Carqueixo. Está condenado a desaparecer ahora más que nunca – en caso de que la desaceleración de la construcción no dicte lo contrario – por su proximidad con el nuevo hospital, que entrará en servicio, casi con seguridad, el año próximo.

«A los gitanos – dice Blanca – nos tienen muy discriminados y es necesario que se nos abran las puertas de los trabajos para que comprueben que podemos hacer lo mismo que los demás y que lo hacemos bien. Necesitamos oportunidades».

Esta madre lucense que forma parte de la Iglesia Evangélica, de gran predicamento entre el colectivo gitano, asegura que ellos no pretenden que les regalen pisos. «Trabajando es como se aprende a vivir y a estar con la gente. Si nos cierran las puertas, nosotros nos cerramos aún más». «Los gitanos hemos cambiado – sentencia – y nuestros niños ya nacen con otra mentalidad».

Blanca Barrul asegura que antes de empezar a trabajar en la cocina del hotel acudió a muchas entrevistas de trabajo. «Siempre me decían “ya te llamaremos” y la llamada nunca llegaba», cuenta. De esto mismo se quejan muchos otros miembros del colectivo gitano de la capital lucense.

«Cuando me quedé viuda – confiesa la pinche de cocina – me puse a vender pañuelos de papel, pero lo que ganaba no me daba para nada. Después empecé con la ropa. Ahora estoy muy contenta con mi trabajo y con mis compañeros y soy la primera en mandar a los míos a buscar un empleo».

Blanca Barrul está muy satisfecha con su ambiente de trabajo y con la relación que mantiene con sus compañeros. Asegura que nunca se ha sentido discriminada. Maggie, su nuera, espera que Salva, su pequeño, crezca un poco para ponerse a trabajar. Tiene sus esperanzas puestas en la misma empresa en la que está su suegra y de hecho ya acudió a un curso para servicio de habitaciones.

Con Blanca Barrul, el establecimiento de hostelería dio el primer paso y su trabajo debió de satisfacer a sus jefes, que posteriormente contrataron a otros gitanos para diversos puestos en el hotel. «Ya llevo tres años», insiste Blanca con satisfacción.

Dificultades

El joven matrimonio empezó a vivir con su madre y suegra porque si bien inicialmente querían arrendar un piso, no lo encontraron. «Es muy difícil – comenta Maggie – que un payo le alquile un piso a un gitano y nosotros no tuvimos esa suerte».

La pareja quiere tener más hijos porque son de los pocos de su edad – Mariano tiene 23 años – que están criando solo uno y otros amigos ya tienen tres o cuatro. Esperarán a mudarse al barrio de A Tinería antes de decidirse a darle un hermano a Salva. En esta zona, Vivenda rehabilitó casas que adjudicó a familias con escasos recursos y que en buen número le tocaron a gitanos y marroquíes. La de Mariano es una de ellas. La entrega de llaves se está retrasando y una de las razones que se barajan son las protestas que suscitó la lista de adjudicatarios.

Mariano Cortiñas, al igual que su madre Blanca, está muy contento con su trabajo. Ahora figura en la plantilla de empleados de los almacenes de una cadena de supermercados. Él sabe que la mayoría de los gitanos viven de la venta ambulante, pero él prefirió ser un asalariado más, aunque tenga que levantarse a las seis de la mañana. «Cuentas con un dinero fijo al mes – justifica – , cotizas a la Seguridad Social, tienes vida laboral y vacaciones». «El mercadillo – añade – tiene otras ventajas: eres tu propio jefe y trabajas con la familia».

Algunos cambios

El joven gitano lucense reconoce que hace unos años los suyos lo tenían más difícil a la hora de encontrar un trabajo e integrarse. Ahora las cosas están cambiando, aunque es consciente de que no lo suficiente. Sabe que ellos también tienen que poner de su parte. «El gitano si lo hace bien – dice refiriéndose al trabajo – abre las puertas a los demás y si lo hace mal, las cierra».

Mariano es conocedor de que su situación es mucho mejor que la del medio centenar de familias que aún viven en el poblado gitano de O Carqueixo, construido en los años ochenta como una solución provisional. «Los de allí – apunta – lo tienen más difícil que nosotros porque han vivido siempre en ese lugar». «Crecen de una forma y nosotros de otra, y para ellos es más difícil adaptarse», puntualiza.

La familia no ha tenido nunca problemas con sus vecinos. El trato es cordial y los habitantes del bloque le tienen un especial cariño al pequeño Salva. Entre las amistades de Mariano, según él mismo confiesa, hay tantos payos como gitanos. Su relación, en este caso, está basada en el respeto mutuo.

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