IRAK / LA SANGRIA INTERMINABLE

JOSE, EL MUERTO 4.000

El Mundo, CARLOS FRESNEDA. Nueva York, 30-03-2008

SE LLAMABA José Rubio Hernández, nació en México y hace una semana se convirtió en una cifra más para la denuncia: el muerto 4.000 entre los soldados de EEUU en Irak. Como otros muchos caídos, tampoco tenía la nacionalidad americana. Su familia, inmigrante, era contraria a esta guerra. Ante tanto luto, sólo Obama se atreve a hablar abiertamente de repliegue A mí ya no me vais a volver a ver». Lo dijo todo convencido, con ese semblante doliente, curtido y serio que se trajo de la guerra. Se llamaba José Abraham Rubio Hernández, nacido en México hace 24 años y criado en Texas. Regresó a casa con un permiso en el mes de enero, y todos le notaron muy cambiado.


Apenas dormía por las noches, se le veía taciturno, prefería no hablar de sus tribulaciones en Irak. Se despidió de su mujer Jennifer y de su hijito Nikolai como si supiera que la muerte le esperaba a la vuelta. «La cosa está fea allá», le reconoció a su hermano Edgar. «¿Te das cuenta de que ésta va a ser la última vez que me veas?». Y Edgar intentó sacudirle el espanto y la tragedia: «¿Tú estás tonto o qué? ¡Tú vas a regresar!».


Pero ha vuelto sin vida. Murió el domingo pasado, en la explosión que hizo saltar por los aires el vehículo acorazado en el que José A. Rubio Hernández patrullaba, junto con otros tres soldados, por las calles de fuego de Bagdad. George Delgado, Christopher Hake y Andrew Habsieger fallecieron también en el acto. Cualquiera de los cuatro pudo ser el soldado 4.000 de los caídos en Irak.


Elegimos a José porque uno de los primeros muertos de la guerra, hace cinco años, se llamaba como él: José Gutiérrez, natural de Guatemala. Ninguno de ellos era ciudadano norteamericano. Más del 10% de los fallecidos en Irak son hispanos, y muchos confiaban en conquistar el privilegio con el uniforme, jugándose la piel en una guerra ajena.


El Valle del Río Grande, esa región fronteriza donde las distancias son cada vez más anchas, es una de las zonas más castigadas por el conflicto que no cesa. Son ya 23 las familias de luto, más cientos de heridos y miles de veteranos que regresan con estrés postraumático e infinidad de secuelas. Atrás quedó la tregua y el olvido de los últimos meses: Irak ha vuelto en grandes y sangrantes titulares.


El 64% de los norteamericanos considera que la guerra no merece el coste humano y económico de estos cinco años. Bush admite que habrá más sangre, y que la situación es «peligrosa y frágil», pero insiste en que no habrá retirada. Hillary dice que la auténtica derrota será quedarse en Irak «cien años», y Obama trama ya el repliegue en 16 meses. Las explosiones en Bagdad vuelven a abrir entre tanto los telediarios. Como en los momentos álgidos de la guerra, los periódicos publican estos días los rostros y apellidos de los soldados desconocidos…


José Abraham Rubio Hernández, el menor de nueve hermanos, nació en Reynosa (México). Su padre, José Rubio Martínez, músico de profesión, trabajó durante años en el campo al otro lado de la frontera y se benefició de la amnistía a los inmigrantes de Reagan. Fue entonces cuando se trajo a la mujer, Macaria Martínez Morones, y a los dos hijos pequeños hasta Mission, Texas. La familia bregó lo suyo y tendió un puente imaginario entre las dos orillas de Río Grande. Los lazos siguieron muy vivos a pesar de las distancias y los muros.


CONVENCIDO


El pequeño de la familia se convirtió en Joe con cuatro años recién cumplidos. Llegó más allá que ninguno de sus seis hermanas y dos hermanos y acarició el sueño americano. Se graduó en el instituto – donde conoció a Jennifer Guerra, el amor de su vida – y sació su interés por la informática en la Universidad del Sur de Texas.


«Le apasionaban las computadoras y los videojuegos, y pudo haberse ganado la vida sin necesidad de alistarse», relata a Crónica su hermano Edgar. «Pero desde chico tenía el afán de meterse en la Army: su idea era llegar allá con una cierta educación, para poder ascender y no quedarse en soldado raso. Decidió alistarse hace dos años, sin que nadie le obligara».


Seguimos con Edgar, su hermano mayor, en quien tantas veces buscó consejo y consuelo: «Mi padre no quería, su mujer no quería, yo soy contrario a esta guerra y tampoco quería… Pero él me llamó en el último momento. Me dijo que se había alistado por convicción y por agradecimiento, y también por orgullo. Quería marcar la diferencia, y hacer algo por lo que se le pudiera recordar. Y servir al país que tantas oportunidades le dio… Yo vi que sentía esa llamada y respeté su decisión».


«En México se ha dicho estos días que están reclutando inmigrantes para mandarles a la guerra, pero no es verdad», precisa Edgar. «El draft (la leva) es aquí una cosa voluntaria, y mi hermano se alistó porque le gustaba la cuestión militar, ya desde la escuela, aunque no tenemos ningún antecedente en la familia. Sabía que le podían mandar a Irak».


Joe Rubio Hernández recaló como especialista en la Tercera División de Infantería con base en Fort Stewart, en el estado de Georgia. Mientras completó su adiestramiento se casó con Jennifer y acabaron concibiendo a Nikolai, que nació en abril del 2007, justo cuando le llegó la orden de movilización.


«Estuvo esperando desde la primavera para salir, pero la partida se demoró al final hasta octubre y durante ese tiempo pudo al menos disfrutar de los primeros meses de su hijo Nikolai», recuerda su hermano. «Pero el nacimiento del niño y la insistencia de Jennifer no le hicieron cambiar de opinión. Su idea era estar en el ejército hasta el 2009».


Rubio Hernández se integró entre los 19.000 soldados de la Tercera de Infantería, la misma que abrió brecha hace cinco años durante la invasión de Irak – y en la que viajó empotrado el periodista de El Mundo Julio Anguita Parrado, fallecido el 7 de abril del 2003 por el impacto de un misil iraquí – . El especialista José encajó en el Cuarto Batallón, 64 Regimiento Acorazado, cuarta brigada de combate. Estuvo arropado por veteranos como el sargento Chistopher Hake, 26 años, que estaba al frente de su escuadrón.


El especialista José y el recluta George Delgado, 21 años, de Palmdale (California), llegaron el pasado otoño entre los novatos de refuerzo, pero no tardaron en tomarle la medida a la situación explosiva. El sargento William Mead, que tuvo que regresar por heridas de guerra, recuerda estos días cómo los dos soldados hispanos aprendieron a conducir los vehículos acorazados: «Nunca habían conducido nada más grande que un coche, pero pronto estuvieron manejando con destreza los Bradleys por las callejones de Bagdad… Ellos querían estar allí…».


El 19 de marzo, coincidiendo con el quinto aniversario de la guerra, José cumplió 24 años. Cuatro días después salió de patrulla por las calles de la capital iraquí, junto con sus tres compañeros de brigada, cuando hizo explosión una bomba al paso del vehículo acorazado. Los cuatro murieron en el acto. Con ellos, la cifra de soldados caídos en Irak llegó a los 4.001.


La notificación de la muerte le llegó a la familia el 24 de marzo por la mañana… «No podíamos creérnoslo, nos sentimos devastados», recuerda Josefina Rubio Hernández, una de las hermanas. «Temíamos que le pasara algo, cada vez que llegaban noticias de un soldado muerto en Irak nos echábamos a temblar… Y ahora, este vacío profundo que no sé cómo vamos a llenar».


«Yo sé que el Señor cumple sus promesas y lo va a proteger esté donde esté», añade Josefina. «La oración nos mantiene firmes y sirve para que no nos desmoronemos. Aunque mis papás lo están pasando muy mal. A mamá, que tiene 67 años, tuvimos que llevarla al hospital para que la miraran el corazón».


La familia hace piña estos días en la pequeña casa verde de Cummings Street en Mission, la ciudad fronteriza de 60.000 almas, hermanada en el luto con la cercana Reynosa. La peregrinación de vecinos no cesa en la floristería City Flower, propiedad de la familia de Jennifer. La joven esposa decidió volcarse los primeros días con su hijo, Nikolai, pero poco a poco ha ido encontrando fuerzas para atender brevemente a las llamadas: «José quería que le conocieran por algo, y ahora ya le conocen».


A Jennifer la define su familia como «una madre fuerte», y ella misma lo demuestra recordando el carácter emprendedor de José: «Siempre tuvo claro lo que quería hacer… Aunque cuando volvió de Irak parecía alguien totalmente diferente, más reservado, más serio».


José tardó en familiarizarse con su hijo Nikolai, después de tres meses sin verlo. A los pocos días cogió confianza, jugaba mucho con él y posó para Edgar, que le inmortalizó en la última foto que se hicieron juntos. Los hermanos vieron una comedia en el cine, se rieron como en sus mejores tiempos, pero a Edgar no se le fue el extraño presentimiento: «Algo me decía que había venido a despedirse de nosotros».


«POST – MORTEM»


El cuerpo sin vida de José ha sido repatriado ya y la familia espera despedirse de él con una ceremonia íntima. «Esperamos también que le den la ciudadanía post – mortem, aunque dejó sin rellenar los papeles», añade Edgar. «Pero mi empeño ahora es hacer todo lo posible para que el nombre de mi hermano no se olvide. Se lo debo sobre todo a mi sobrino: quiero que sepa que su padre fue un héroe».


«Aunque si por mí fuera, la guerra se acabaría mañana mismo y traería a todos los soldados de vuelta», matiza Edgar. «Ya hemos pasado de los 4.000 soldados, más los miles de civiles iraquíes que han perdido la vida en estos cinco años ¿Cuántos más tendrán que caer?».


Omar Flores, natural de Mission, Texas, fallecido en julio del 2006; Luis Castillo, de Lawton, Michigan, muerto en enero del 2007; Manuel Ruiz, de El Paso, Texas, muerto un mes después. Orlando Pérez, Houston, muerto en febrero del 2008…


La letanía de muertes con apellidos más o menos familiares no cesa. El 10,7% de los soldados caídos en Irak (422 hasta la fecha) es latino, según datos del Iraq Coalition Casualty Count. El 9,4% de los fallecidos (370) son afroamericanos, mientras que el 74,7% (2.942) son blancos. Los porcentajes van parejos al reparto de la población, con los hispanos convertidos en la primera minoría y llegando al 12,5% del censo.


Un reciente estudio del Pew Center ha revelado que la proporción de hispanos llega al 17,5 % en los puestos de combate.


George Delgado, posiblemente el muerto 4.001, tenía 21 años y confesó a sus amigos que quería alistarse para encontrar «una dirección y un propósito en su vida». Sus colegas le recuerdan como un tipo «aventurero, jovial y lleno de vida», y rememoran sus últimas palabras cuando cargó con el petate y se fue con él a California, rumbo a la guerra: «No sé si volveré»…

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)