Esclavos a menos de un euro la hora
El Mundo, , 25-03-2008Mafias gitanas explotan como vigilantes de obra a ‘sin papeles’, que reciben palizas si hay robos Acurrucado en el desvencijado sofá, el senegalés Abdou lucía una linterna en la mano como negro Darth Vader en La guerra de las galaxias y tiritaba en la noche con una manta raída sobre los hombros.
Cuenta Abdou, el vigilante, que se entretenía con los dibujos animados que hacía con la linterna en la pared de ladrillo visto, porque en la obra a oscuras no hay televisión, ni radio, ni sudokus, ni nada. Sólo el espacio estelar entero para uno.
Abdou, el esclavo, pasaba hasta 108 horas semanales en las tripas de aquel monstruo inacabado de cemento y hormigón. Menudo Darth Vader. Cuando el mes terminase, cuando el patrón se pasara con el fajo, cobraría 400 euros, un febrero a menos de un euro la hora. Que la fuerza te acompañe, mano de obra.
«Si me pillaba durmiendo en la obra me decía que no valía para trabajar. Me recordaba que si robaban algo, no me pagaba. Me prohibía andar ni hacer nada. Me dejó a deber dinero. No, no era nada bueno conmigo».
Pasó hace un mes, en una promoción de viviendas inconclusa que aún hoy saluda con sus grúas al cielo de Vallecas. Y es sólo una muestra de una práctica extendida que revela las condiciones de semiesclavitud a las que son sometidos los inmigrantes dentro del purulento negocio de la vigilancia clandestina de construcciones, controlado por mafias que ensucian la etnia gitana.
Los hay que viven el día entero dentro de la obra, como si fueran perros, incluso por menos de 400 euros el mes (les dicen que tienen el alojamiento gratis); los hay fundamentalmente de países del Este, del Magreb y del Africa subsahariana; los hay que reciben palizas por encargo del patrón gitano si el constructor se queja de que falta algo.
Lo cuenta Sergio, un empresario que tiene en marcha una promoción a menos de una hora de la capital. «El gitano que vigila mi obra metió a un chaval rumano. Un día éste salió a no sé qué, dejó de controlar y forzaron el candado. Se lo dije al gitano y se puso como loco. Al día siguiente el chico apareció con la cara como un mapa. Le habían dado una zurra tremenda».
El inicio siempre es el mismo. Llega el dueño, pone el cartel de promoción de viviendas, empieza a meter material y maquinaria y aparece un sujeto que ofrece servicio de vigilancia. Por unos 900 euros, tienes derecho a un vigilante compartido, que se pasará en coche recorriendo varias fincas. Por 1.400, dispones de uno para ti solo. En la caseta de obra o en el solar al raso habrá un sin papeles que no se llevará en ningún caso más de 500 euros.
«Te ves obligado a pagar a gitanos para que te lleven la vigilancia. Es una especie de impuesto revolucionario. A mí me llegó a decir uno: ‘Es que si no me coges a mí, a lo mejor la máquina ésa [120.000 euros de coste] puede tener un cortocircuito y arder’», comenta un empresario de Toledo. «Me robaban ellos mismos. Hasta que les contraté. A los dos días, metieron a unos moros a cuidar la obra».
Volvemos con Abdou, de 24 años, que suma 11 de marinero en su país y tiene ocho hermanos esperando que le vaya bien, esperando famélicamente que le vaya muy bien. Allí ganaba unos cinco euros al día en el mar y el dinero sólo alcanzaba para comer y pagar el alquiler. Una noche su padre le dijo: «Eres joven, Abdou, vete a Europa, en Africa no hay nada». Llegó en patera gratis, porque esos nueve días de travesía fue el capitán de un velero con 75 hombres detrás.
En Atocha lo cazaron como a un conejo, en ese cónclave de alborada en el que los hombres sin documentación se ofrecen, para lo que sea, a los hombres sin escrúpulos. Al principio trabajó de albañil en una obra y cobró 800 euros en tres meses de trabajo. Probó suerte con la vigilancia. Pensó que hasta llevaría uniforme y todo.
«Me cogió un gitano. A los que no tenemos papeles nos ponen a trabajar de seis de la tarde a seis de la mañana, 12 horas, de lunes a viernes, y no te puedes dormir. Los sábados y los domingos estás las 24 horas cada día, y te dejan dormir por el día», cuenta Abdou.
«Yo estaba allí sentado todo el tiempo, sin hacer nada. Estaba vigilando dentro de los pisos a medio hacer. No había techo. Lo peor era el frío. Acordamos que me daría 500 euros por el mes, y me quiso dar 350. Al final subió a 400. Me decía que, si no me interesaba, me fuera, que cogía a otro».
El asunto se asomó en forma de suceso a las páginas de los periódicos a finales de enero. El 29 de aquel mes, moría por asfixia el hondureño Jaime Gerardo García, vigilante de una obra de Sant Cugat. El hombre metió la barbacoa dentro de la caravana, se acostó y falleció. Nadie le echó en falta hasta la noche del día después. Lo que no contó él lo cuenta Abdou.
Fuentes de la Asociación de Promotores Constructores de España denuncian a este periódico que el tema supone un «problema de dimensiones importantes en todo el Estado» y evidencia «una explotación repelente». «Tangencialmente», el asunto ha sido puesto en conocimiento del Ministerio de Trabajo y de algunas consejerías donde esta práctica es más extendida. Pero los abusos siguen ahí.
Entre sacos de cemento y con la espada de Darth Vader ya sin pilas, Abdou vio claro un amanecer que aquella vida de mastín no era vida. En casa, allá en Senegal, papá Cheih piensa que su hijo aún sigue trabajando y le reprocha a mamá que seguro que se gasta el dinero. Porque, en casi dos años que lleva en España, sólo ha podido mandar 100 euros a Dakar.
Así que se levantó del sofá, tiró la manta al suelo, dejó la linterna.
A ver si hay suerte.
A ver si le basta con esa luciérnaga de sonrisa.
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