LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA

Los nuestros y ellos

El Correo, 23-03-2008

George McGovern es considerado el candidato más izquierdista que haya competido jamás en unas elecciones en Estados Unidos. En 1972 fue derrotado por Nixon. De los 50 estados, McGovern sólo ganó en Massachussets, y quizá sea ésta una de las razones de la fama liberal que acompaña a este estado y a su capital Boston. El pasado 5 de febrero se celebraban las primarias en Massachussets. Al mediodía comí con un compañero investigador de la Universidad que colabora en la campaña de Obama. Me habló del tabú, de lo que algunos insinúan pero sobre lo que nadie habla: «Vamos a perder en este estado. En muchas casas, tras abrirnos la puerta, nos dicen: ‘¿Cómo podemos votar a un presidente negro!’. «¿En la liberal Boston?» – le dije – . «Sí, aquí».

El tabú ha aflorado esta semana. El reverendo Wright, cercano a Obama, ha lanzado unas declaraciones incendiarias en las que refleja el resentimiento de parte de la población afroamericana. «Los negros norteamericanos deberían decir Dios maldiga a los Estados Unidos», ha sido una de las frases polémicas. Los adversarios de Obama, que habían jugado con el tema racial de forma implícita, han visto una oportunidad única para descalificarle. Obama debería responder por su «amigo» y por su complicidad con el hombre que oficia las misas a las que acude con su familia, el que le casó y el que bautizó a sus hijas.

En política, coger el toro por los cuernos suele ser normalmente acertado. Obama no ha rehuido el debate. No ha optado por decir que Wright es abyecto y que reniega de él y cerrar así la fuga de agua en su campaña. En un discurso que se recordará como los de Kennedy o los de Luther King, ha abierto en canal los prejuicios, miedos y tabúes del debate racial en Estados Unidos y ha apostado por construir el país juntos. «No reniego de Wright, de la misma forma que no reniego de la comunidad negra», ha afirmado de un hombre que «tan imperfecto como es, ha sido como de la familia para mí». Ha hablado de la generación negra que ha crecido en la segregación, la que ha visto el futuro de sus hijos roto por la falta de oportunidades, y que guarda la ira de la amargura vivida. «Ellos son parte de mí mismo, y parte de América, ese país al que amo».

Pero también están los otros. Tampoco reniega de su abuela blanca, que le confesaba de niño el miedo que tenía a los negros cuando pasaban junto a ella en la calle. Así como no reniega de los trabajadores blancos, en los que anida el rencor de verse sin trabajo, de lo que responsabilizan a los subsidios a los negros o a los inmigrantes latinos. Pero sí reniega del cinismo de la política que quiere mantener el discurso del nosotros frente a ellos, porque es el que sustenta la falta de horizonte para unos y para otros. Y sólo sirve para mantener el poder.

Obama critica a Wright para decirle que su profundo error no es hablar sobre el racismo en la sociedad. No es pensar que sólo cabe un futuro de los nuestros sobre los otros. El grave error del reverendo es hablar como si la sociedad fuese estática, como si el país estuviese abocado a mantener la misma trinchera y a recrear su pasado trágico. Porque hay una parte importante de la sociedad que está convencida de que se puede cambiar. Que los hijos de unos y otros sólo tienen futuro en un país en el que los sueños de «los nuestros» no se construyan sobre la destrucción de los sueños de «los otros». Porque la educación, la salud y la prosperidad son parte del sueño común que sólo puede construirse rompiendo la trinchera. Sin esa audacia y sin esa esperanza, el país quedará varado en el resentimiento mutuo, y ni los nuestros ni ellos cumpliremos nuestro sueño, porque ni siquiera habrá sociedad y comunidad digna de tal nombre. En el fondo, el drama de Wright no es, según Obama, que arrastre una frustración y un resentimiento que tienen un origen legítimo. Su error sería, en términos futbolísticos, no haber leído bien el partido. Pensar que la sociedad quiere construirse anclada en las fracturas del pasado.

Obama terminó su discurso con una anécdota de su equipo de campaña en la segregacionista Carolina del Sur. Ashley es una joven blanca, que a los nueve años, por un cáncer de su madre, tuvo que ayudar a sacar adelante la economía familiar. Ahora trabaja con la comunidad negra. Le preguntaron porque se unía a la campaña, y contestó que lo hacía para que hubiese un sistema de protección social y otros niños no tuvieran que pasar lo que ella pasó. A continuación preguntaron a un anciano negro que estaba en el equipo cuál era su razón para estar allí. No era la educación, ni la salud, ni las ideas. «Yo estoy aquí por Ashley», contestó.

Cada día muchas Ashleys cooperan, trabajan, estudian, se casan, ríen y lloran con uno de los otros. Por supuesto que sólo con ello no se resuelven todos los problemas de un país. La lucha de identidades, la frustración por los derechos no reconocidos, el resentimiento porque los otros no se adaptan a mi cultura, la ira porque ellos se llevan el empleo frente a los nuestros o la humillación de no ser aceptados como los otros, no desaparecen por ello. Pero se van generando semillas de convivencia, y para cuando nos damos cuenta, la sociedad ha avanzado. Y empieza a mirar al pasado como algo que hay que superar, y relativiza el derecho propio, entiende al otro, lo considera parte de sí y quiere construir un futuro juntos en el que todos hayan tomado algo del otro. Del ajeno. De Ashley.

La sociedad ha cambiado. O por lo menos está empezando a hacerlo. No es sencillo pronosticar la incidencia del caso Wright en el resultado de Obama en las primarias y en sus posibilidades de alcanzar la presidencia de los Estados Unidos. Pero sí estoy seguro de que este discurso quedará grabado en una sociedad que quiere vivir y construir un futuro. Entre ellos y nosotros. Sin extirpar a nadie. Porque no podemos renegar de lo que ya es parte de nosotros. Mejor dicho: somos nosotros mismos.

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