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Justicia ante el fenómeno de la inmigración

La Verdad, 20-03-2008

El fenómeno de la inmigración es tan viejo como el ser humano y le ha permitido sobrevivir. Hace muchos siglos marchar y asentarse en cualquier parte no era un problema, ahora sí. Las sociedades enriquecidas de Europa ven con recelo, en ocasiones como una amenaza, las actuales migraciones de los pueblos pobres del Este de Europa, África y América Latina. Sin embargo, estos desheredados realizan los trabajos que nosotros no queremos realizar, trabajos que han levantado nuestra economía, han fortalecido la Seguridad Social y han incrementado los índices de natalidad en sociedades envejecidas por un descenso acusado de la natalidad. En España la inmigración que estamos viviendo durante las últimas décadas ha provocado un fuerte debate social; por un lado se valora que está siendo muy beneficiosa para el desarrollo económico y para la atención de nuestros mayores, pero por otro genera desconfianza, miedo y, en algunos casos, malestar y rechazo. La inmigración ha pasado a ser una de las primeras preocupaciones de la opinión pública y se culpa de ella a determinadas políticas a las que se les acusa de provocar el efecto llamada. Pero el verdadero efecto llamada es nuestro estilo de vida, nuestro derroche consumista, la comida que nos sobra; en definitiva la abundancia que nos obliga a tirar a la basura lo que para otros sería útil. Éste es el verdadero motivo que lleva al inmigrante a arriesgar la propia vida para vivir mejor.

El problema de la inmigración no se soluciona aplicando políticas a la defensiva ante los pobres después de expoliar sus riquezas y organizar el comercio mundial en beneficio propio, sino atajando de raíz las causas de la pobreza: invirtiendo en países en vías de desarrollo (sin ánimo explotador); desarrollando industrias y construyendo infraestructuras; repartiendo mejor los bienes de la Tierra con políticas solidarias y justicia redistributiva; gestionando de otro modo la globalización económica para que no beneficie sólo a las multinacionales y educando contra la xenofobia y a favor del diálogo intercultural. En este sentido no es aceptable que la Unión Europea cierre sus fronteras a los inmigrantes no cualificados y, a su vez, atraiga a los cerebros del Sur (20 millones de profesionales cualificados), discriminación laboral que sólo beneficia a la globalización capitalista. Son rechazables, asimismo, las propuestas populistas de algunos políticos que exacerban reacciones xenófobas, miedos y egoísmos. Es un hecho que todos los pueblos, en mayor o menor medida, son celosos guardianes de sus tradiciones y su patrimonio cultural heredado pero, en estas circunstancias de globalización, se hace necesario un nuevo espacio de convivencia, de equidad, sin la violencia del abuso laboral y la dominación cultural. Los inmigrantes son ante todo personas que vienen a nosotros jugándose la vida huyendo del hambre, que deben ser acogidos como ciudadanos sujetos a derechos y deberes y que deben respetar el ordenamiento jurídico del país que los acoge, todo ello sin menoscabo de la aplicación de leyes justas que regulen los flujos migratorios.

En lo que concierne a los cristianos, el referente de actuación lo tenemos en la Biblia donde el Dios liberador de Jesús, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, se muestra muy cercano a los inmigrantes por ser uno de los sectores más empobrecidos de la población. Un Dios que hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al inmigrante a quien da pan y vestido (Dt 10), o Ex 22, 20: «No oprimirás ni vejarás al inmigrante, porque inmigrante fuisteis vosotros en Egipto» ( inmigrantes y exiliados fuimos los españoles); un Dios para el que los pobres son los destinatarios primeros de la dicha del Reino que Jesús nos oferta en las Bienaventuranzas (Mt 1, 5 – 12); un Dios para el que el forastero (el inmigrante), simplemente por serlo, es llamado a disfrutar de la promesa del Reino (Mt 25, 31 – 46). Conviene recordar cómo actuó Jesús con los centuriones, publicanos, samaritanos, viudas, prostitutas, leprosos o inmigrantes, siempre con un mensaje que transciende al propio grupo, en este caso los judíos. Vendrán de Oriente y de Occidente, de Septentrión y del Mediodía y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios (Lc. 13, 29). Reino al que tenemos que llegar aunque ello sea difícil y costoso. Reino que se va verificando aquí, entre nosotros, en nuestro mundo, en la España de 2008. Reino de paz y justicia, de vida y fraternidad que tenemos que hacer visible en esta sociedad marcada por el individualismo, el materialismo y la insolidaridad. Una de las parábolas más bellas de Jesús de Nazaret es la del buen samaritano, hombre sin religión que actúa ante un herido en el camino como prójimo: se para, se acerca, no da un rodeo de excusas, y carga con él. Muchos nuestros prójimos están en las pateras y cayucos, en las calles del extrarradio de la ciudad, en los trabajos que nadie quiere, durmiendo en casas semiderruídas o en jardines y viviendo en la soledad diaria.

Pero no todo es negativo. Por fortuna abundan los ciudadanos de a pie, de buen corazón y comprometidos con la construcción de una sociedad más justa que están dando acogida a los inmigrantes reconociéndoles la dignidad que les corresponde como seres humanos. Son muchas las ONG en la región de Murcia que les atienden: Cáritas, Murcia Acoge, Jesús Abandonado, Rasinet, Asociación Murciana NERI por los Inmigrantes, Columbares, Cruz Roja La identificación con los pobres, la acogida al inmigrante, la reivindicación de todos sus derechos como ciudadanos, el rechazo de la xenofobia y el racismo son deberes de todo cristiano, y de toda persona de bien, así como la participación en movimientos ciudadanos o partidos políticos que se muevan en este horizonte.

Inexorablemente estamos llamados a una mezcla, a un mestizaje, como ha venido ocurriendo a lo largo de la historia con todas las civilizaciones, por ello es preferible afrontarlo con espíritu constructivo, valorando lo que cada uno de bueno puede aportar tal y como dicen los versos de Pedro Guerra: «Contamíname, pero no con el humo que asfixia el aire, pero sí con tus ojos y con tus bailes, con los labios que anuncian besos. Contamíname, mézclate conmigo que bajo mi rama tendrás abrigo».

Emilio J. Soriano es profesor y escribe en nombre de las Comunidades Cristianas de Base de la Región de Murcia.

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