Marta G. Hontoria

Washington – Barack Obama viajó ayer al fondo de la cuestión racial. El candidato demócrata condenó las incendiarias palabras de su pastor de Chicago, el reverendo Jeremiah Wright, en un discurso muy personal que buscaba neutralizar la última polémica cargada con el potencial de descarrilar lo que ha conseguido hasta ahora. Las palabras del aspirante a la presidencia, ya famoso orador, provocaron otro poderoso latigazo. Con una honestidad que pocas veces transmite un político estadounidense, Obama desnudó ayer en Filadelfia la división racial de este país, analizando el resentimiento y la rabia latentes en la sociedad. «Llegó la hora de superar nuestras viejas heridas raciales», urgió Obama, que ha hecho del «cambio» el ADN de su candidatura.

«La genialidad de esta nación es que podemos cambiar», declaró. Formar una más perfecta unión entre blancos y negros, latinos y asiáticos «requiere que todos los estadounidenses se den cuenta de que tus sueños no tienen por qué cumplirse a expensas de mis sueños». Obama habló desde su experiencia personal, «una historia que no me hace el candidato más convencional». «Soy el hijo de un hombre negro de Kenia y de una mujer blanca de Kansas», recordó. «Estoy casado con una negra estadounidense que lleva consigo la sangre de esclavos y propietarios de esclavos, una herencia que hemos pasado a nuestras dos queridas hijas».

El candidato calificó de «inexcusables» las declaraciones del que ha llamado su mentor espiritual. Las televisiones reprodujeron partes de varios sermones del reverendo Wright en los que decía que el racismo era endémico en EE UU y criticaba al Gobierno por su actitud en la esfera internacional. Obama asegura que nunca estuvo presente durante alguna declaración ofensiva, pero no ha podido escapar de la polémica al haber estado unido al pastor durante 20 años. Fue Wright quien le casó, quien bautizó a sus dos hijas y quién sugirió el título de su best – seller «La audacia de la esperanza».


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