La amistad vigilada
El Periodico, , 18-03-2008Los antiguos griegos tenían en muy alta consideración la idea de la hospitalidad. Anfitrión y huésped creaban entre sí unos vínculos que significaban lealtades para sí mismos y para sus descendientes. Tanto es así que cuando el príncipe troyano Paris se llevó a Helena, no únicamente cometió adulterio, sino que violó la hospitalidad que le había ofrecido su marido. Y de ahí a la guerra de Troya.
Hoy, en tiempos informáticos, tenemos un conflicto de inmigración entre Brasil y España. Los policías españoles desconfían de los brasileños y el Gobierno brasileño ha decidido actuar a la recíproca. Ahora que los turistas ya habían descubierto las playas de Natal, de Fortaleza y las arenas blancas de los Llençaos Maranhenses. Ahora que quien más quien menos sabe hacer buenas caipirinhas en los bares mediterráneos y bailar el ritmo de la samba de Bahía, resulta que el obstáculo más inesperado es la arbitrariedad de carambola del policía brasileño. No hay nada que represente mejor la exaltación del poder que la arbitrariedad de tú sí y tú no. Por más papeles que se lleven encima, siempre faltará alguno. Pero uno de los papeles necesarios es, precisamente, el de haber sido invitado por alguna familia del país de destino.
O sea: la invitación, que formaba parte de la ley espontánea de la buena gente, ha sido sometida a la burocracia de los estados. Porque no basta una cartita diciendo al visitante lo mucho que nos gustaría verle. La carta de invitación ha de ser regulada por lo visto por la autoridad diplomática. La carta de invitación es un trámite complicado y caro que, de no tenerlo, impide, no ya la libre circulación de las personas, sino la libre elección de quiénes han de ser nuestros huéspedes.
Para salvar no se sabe qué historia de fronteras, las autoridades han penetrado en el mundo de lo que Goethe llamaba “las afinidades electivas”. Se nos habla de globalización de empresas, pero al mismo tiempo se ponen límites a la amistad entre los pueblos y entre la gente de esos pueblos. Hoy damos la vuelta al mundo en menos de 80 horas, pero todavía necesitamos más de 80 días para ir a ver a nuestra novia cuando hay un Estado de por medio.
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