Francia deporta al cumplir los 18 años a hijos de inmigrantes que llegaron con más de 13

El Periodico, BEATRIZ GARCÍA, 16-03-2008

Aún no habíamos empezado a hablar cuando rompió a llorar. Samira se emociona solo de saber que hay gente preocupada por casos como el suyo. La expulsaron hace tres meses de Francia pese a que cumplía las condiciones que demanda el presidente Nicolas Sarkozy: estaba absolutamente integrada, habla a la perfección el francés y conoce los valores de la República. Pero Francia está negando masivamente el permiso de residencia a hijos de inmigrantes al cumplir los 18 años si llegaron al país con más de 13.
Esta joven natural de la región de Taza, en el noreste de Marruecos, vivió los últimos ocho años en Francia, al que ella considera su país de origen y no de acogida, e hizo muy bien sus deberes. Se escolarizó y obtuvo las mejores calificaciones hasta que comenzó a trabajar en la APAR, una asociación para la prevención y la investigación del autismo, donde “mantuvo un excelente contacto con los niños autistas y aportó un precioso apoyo”, según asegura su presidenta, Agnès Massion, en una carta dirigida al consulado de Marruecos en Marsella. Una labor que desarrolló de forma ilegal porque las autoridades francesas le denegaron la residencia en varias ocasiones, por mucho que esgrimiera los certificados de estudios y la promesa laboral de la APAR.
“Salía de acompañar a mi hermano al dentista – – recuerda Samira con nostalgia – – . Me pidieron los papeles que no tenía y me arrestaron”. Ni siquiera hubo indulgencia siendo vísperas de Navidad. El pasado 5 de diciembre, Samira partía desde el puerto de Sète hacia Tánger. Un trayecto traumático, pero menos agónico que los 15 días previos que pasó en un centro de retención. De haber entrado en Francia un año antes, a los 13, no se hubiera producido su expulsión. Por solo unos meses, allí estaba, a bordo de un barco con destino a un país desconocido, al que tiene que aceptar como suyo, del que debe formar parte sin sentirlo. Durante la entrevista le suena el móvil. “Pensamos en ti, volverás a casa”, le dicen los amigos desde Francia.
Mensajes como este los recibe a diario. Le dan la fuerza que necesita para seguir luchando por recuperar lo que le han arrebatado: su familia. El padre, que se instaló en la ciudad francesa de Velaux hace 35 años, está ahora acompañado de un hermano y una gemela de Samira, que vive en situación irregular, escondida del control rutinario de las autoridades. Su madre, tras separarse, no quiere saber nada de la familia.
Samira asegura estar “perdida” y al mismo tiempo “protegida” gracias al apoyo del movimiento asociativo en Marruecos. Con ayuda de colectivos y particulares, aspira a encontrar pronto un puesto de trabajo en Tánger, “de lo que sea”. La inactividad la reconcome. “Algo tendré que hacer. No puedo continuar en casa de las amigas de mi prima sin aportar nada”, añade. Aunque su objetivo es volver a Francia, afronta al desafío de la integración en Marruecos, país que la vio nacer pero con el que ya no comparte ni el modo de vida ni la religión.

“Jarrón roto”
Para jóvenes como Erraís Yihad, el peor mal en Francia es cumplir los 18 años, cuando debería ser motivo de alegría. Con la mayoría de edad empieza una incierta batalla administrativa para obtener la residencia y así poder completar los estudios o bien acceder al mercado laboral. También en España cientos de jóvenes sin papeles temen cumplir los 18 y quedarse sin el paraguas de los centros que los acogen, máxime cuando la mayoría no logra la reagrupación familiar ni tampoco un contrato de trabajo, por lo que se exponen en cualquier momento a la repatriación.
Desde que Erraís fue expulsado, hace menos de ocho meses, su vida se ha convertido en un “jarrón roto” que espera recomponer en Francia. En Marruecos no puede. Aun así, no ha tenido más remedio que empezar a trabajar de camarero en Rabat por menos de 150 euros al mes. Amigos de unos amigos le han acogido en casa. A lo largo del día le dan ataques de rabia y amargura. “Me han destrozado la vida”, dice. Le habían concedido una plaza en una escuela francesa de hostelería, pero no le dio tiempo a poner los pies en ella.
Ante la oleada de detenciones y expulsiones, pensó que de forma inminente le ocurriría lo mismo. “Se me metió en la cabeza que me echarían y decidí coger las maletas para encontrarme con un familiar en España hasta que la cosa se relajara un poco en Francia. Me detuvieron en la frontera”. Fue automático. Centro de retención, barco y en unas horas ya estaba en el puerto de Tánger. “Estoy esperando la resolución de la apelación que presenté y volver a Francia. En dos semanas me informará mi abogado”, asegura.

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