La UE acoge con frialdad y deja a un lado el plan de Sarkozy para el Mediterráneo

ABC, 14-03-2008

EPA

Angela Merkel atiende a los medios a su llegada a la reunión de líderes del Partido Popular Europeo en Bruselas

ENRIQUE SERBETO CORRESPONSAL

BRUSELAS. Se podría haber dicho que la recepción a la propuesta francesa de Unión para el Mediterráneo había sido helada, si no fuera porque estamos en el Consejo de primavera y en la Unión Europea no hay nunca decisiones tajantes ni en un sentido ni en otro. Cuando el presidente francés lanza en público una idea y recibe luego el respaldo interesado de Alemania, lo normal es que el resto de lo otros veinticinco lo escuchen, como hicieron ayer en la cena con la que se iniciaba la cumbre.

Nadie dijo que es una propuesta superflua, pero todos pusieron pegas de una u otra manera, diciendo que no es fácil ver la necesidad de sustituir el Proceso de Barcelona o que a nadie le entusiasma la posibilidad de que haya estructuras duplicadas para acabar haciendo lo mismo, que de todos modos es bastante poco. Y eso sin contar que, como dijo una fuente diplomática española, nadie ha hablado todavía con los países de la orilla sur del Mediterráneo, para que al menos tengan la impresión de que también deciden ellos.

Sarkozy presentó su proyecto como un hecho consumado, con fecha para la celebración de la cumbre inaugural el 13 de julio en París, en plena fiesta nacional y como primer plato del semestre de presidencia francesa. Es una apuesta arriesgada, porque la única cumbre euromediterránea que ha habido recientemente es la que se celebró hace dos años en Barcelona y fue un verdadero fracaso por las ausencias y por la falta de resultados. Si el conflicto de Oriente Próximo se contagia a las gestiones políticas de la iniciativa francesa, es muy posible que la celebración de la cumbre se convierta también en una misión imposible.

Profundización

España «no se opone a la profundización del proceso de cooperación euromediterránea» dijo el secretario de estado Alberto Navarro, pero insiste en reclamar que esta iniciativa no suponga la desaparición del proceso de Barcelona. No ven con malos ojos que se cree una secretaría permanente, una función que hasta ahora ejercía la Comisión Europea, pero que a partir de la idea francesa puede ser complementada por la secretaría general del Consejo (Javier Solana) y representantes de los países del sur. También acepta que sería bueno institucionalizar las cumbres cada dos años, puesto que además, la segunda se celebraría bajo presidencia española, aunque probablemente tendría que ser en un país de la orilla sur.

Sin embargo, la idea de una copresidencia es lo que más escepticismo ha suscitado, porque es algo que ya se había planteado en el marco del Proceso de Barcelona y para lo que no se pudo obtener ningún consenso entre los socios de la orilla sur, ante la posibilidad de que un día le correspondiese ostentarla al representante de un país como Israel con el que muchos de sus vecinos ni siquiera tienen relaciones diplomáticas.

Algunos como el ministro de Asuntos Exteriores de Luxemburgo Jean Asselborn, han insistido en que no veían clara la necesidad de superponer una estructura sobre las existentes «y que ha permitido a un país como Luxemburgo, pequeño y que no es ribereño del Mediterráneo reunir durante su presidencia a representantes de Israel, con los de Siria o los de Líbano».

Por ahora existían ya mecanismos de cooperación política, financiera, cultural y social. La fundación Anna Lindt, con sede en Alejandría, se encarga de los intercambios artísticos y culturales; lo que se puede hacer más o menos se ha venido haciendo. Nadie ha detectado una crítica de fondo en la propuesta francesa.

El presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, ha dicho que si se mantiene la unidad de los europeos, «la profundización de las relaciones euro – mediterráneas es siempre buena». Pero el hecho es que está arrojando piedras sobre su propio tejado, ya que hasta ahora era la Comisión la que controlaba el proceso, mientras que lo que se hacía de manera bilateral está enfocado en la política de vencindad que dirige la comisaria Benita Ferrero – Waldner. Solana, que presidió como ministro de Asuntos Exteriores de España la reunión en la que se instituyó el Proceso de Barcelona, no ha visto defectos al plan francés.

La única ventaja clara que tuvo Sarkozy en la cena fue el apoyo de la canciller Ángela Merkel, que después de haber rechazado abiertamente el proyecto, lo defiende porque ha conseguido que sea una iniciativa abierta a todos los socios comunitarios.

Ni el nombre

Como es habitual, el presidente francés se mostraba satisfecho por lo que considera un éxito, aunque es evidente que se trata de un éxito bastante aguado si se tiene en cuenta sus pretensiones iniciales. Tendrá un peso importante, pero no exclusivo como había planeado el presidente francés.

Por ahora no se tiene constancia de lo que piensan los socios de la orilla sur y seguramente deben estar esperando para pronunciarse. En el proyecto están involucrados, Argelia, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Marruecos, Tunez, Siria, los territorios palestinos y recientemente se ha incorporado Mauritania, que no es mediterránea, pero forma parte de la llamada Unión del Magreb Arabe. El conflicto de Palestina es el principal obstáculo, pero también la rivalidad entre Argelia y Marruecos, o los conflictos internos de Líbano y sus repercusiones sobre las relaciones con Siria. Siempre aparecen asuntos entrelazados que impiden que las relaciones entre las dos orillas del Mediterráneo se compenetren.

La propuesta francesa puede ayudar a que la idea de esa cooperación se relance, como dicen algunos, pero será necesario antes que se clarifique.Por no estar claro ni el nombre, a pesar de que lo propuso España. España insiste en que se siga llamando «Proceso de Barcelona – Unión por el Mediterráneo» (aunque tampoco está claro si será por o para el Mediterráneo, porque la propuesta se inscribió en francés «pour» que tiene las dos traducciones)

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