Obama y los intolerantes

El Universo, Nicholas D. Kristof |, 12-03-2008

Hillary Rodham Clinton y John McCain deberían tener la iniciativa y denunciar el alarmismo sobre Obama como discursos de odio. Las referencias indirectas a “Barack Hussein Obama” y las mentiras sobre que asiste a una madraza son el equivalente religioso de las calumnias raciales, y McCain y Clinton deberían denunciarlas en los términos más enérgicos. Es su oportunidad de mostrar liderazgo.

Los prejuicios más terribles en esta temporada de campañas no tienen que ver directamente con la raza. El color de la piel de Barack Obama puede costarle algunos votos de la clase trabajadora blanca, pero también le está aportando algunos entre negros y blancos ansiosos por enviar la señal de que son de mente abierta.

El sexismo parece ser más un factor. Es típico que los estadounidenses hayan respondido a encuestas de opinión que están menos dispuestos a votar por una mujer que por un negro, y Shirley Chisholm (una negra que hizo campaña para la presidencia en 1972) siempre dijo que encontró más prejuicios por su sexo que por su raza.

No obstante, la intolerancia más monstruosa en estas elecciones no tiene que ver ni con la raza ni con el sexo. Se trata de la religión.

Las campañas de rumores alegan que Obama es un musulmán encubierto que planea imponer la ley islámica en el país. Increíblemente, incluso se le acusa –¡en serio!– de ser el anticristo.

Quienes plantean esta teoría ofrecen explicaciones teológicas al detalle del porqué es el anticristo, y la prueba es que dice ser cristiano –después de todo, el anticristo diría eso, ¿no es cierto?–. Los rumores han circulado lo suficiente como para que Glenn Beck de CNN preguntara al reverendo John Hagee, un evangélico conservador, cuáles son las probabilidades de que lo sea.

Estas acusaciones son fanáticas, el propio equivalente de Estados Unidos de las acusaciones malintencionadas sobre los judíos que circulan en algunos países musulmanes. Son menos un golpe contra un candidato que una calumnia en contra de toda una religión. Subrayan que para muchos estadounidenses intolerantes del siglo XXI, decirle a alguien musulmán aún es denigrarlo.

Existe un paralelismo con campañas presidenciales del siglo XIX y principios del XX, cuando una de las formas más comunes de atacar un candidato era sugerir que era negro en parte o que al menos estaba a favor de los matrimonios interraciales. Por ejemplo, los federalistas acusaron a Thomas Jefferson de ser “el hijo mestizo de una indígena squaw, engendrado por un padre mulato de Virginia”. Y se acuñó la palabra mestizaje en 1863 y 1864 en las acusaciones de que Abraham Lincoln conspiraba en secreto para que los negros se casaran con blancas, en especial con irlandesas estadounidenses.

Todavía hasta la campaña presidencial de 1920, el electorado envió un cuarto de millón de cartas en las que acusaba a Warren Harding de ser descendiente de “un negro indígena del oeste. Que Dios salve a Estados Unidos de la vergüenza internacional y la ruina nacional”.

Al revisar esa historia, uno desearía que un candidato hubiera respondido no solo con: “No, no tengo ningún ancestro negro”, sino también con: “¿Y qué si lo tuviera?”.

Asimismo, ya que incontables personas están propagando ahora rumores injuriosos de que Obama es musulmán, la respuesta más apropiada es una negación seguida por: ¿Y qué tendría de malo que lo fuera?

De acuerdo, eso no es políticamente realista para un retorno. Una encuesta de opinión de Gallup del 2007 encontró que 94% de los estadounidenses dijo que votaría por un candidato negro para la presidencia y 88%, por una mujer. En contraste, una encuesta del Los Angeles Times en el 2006 arrojó que solo 34% dijo que lo haría por un musulmán.

Aun si un prejuicio está orientado a una decisión privada como la religión o el cabello largo, sigue siendo un prejuicio. Es posible creer que los católicos tienen todo el derecho de ser presidentes mientras se oponen a un candidato católico en particular que prohibiría la anticoncepción. Asimismo, es posible creer que los musulmanes tienen todo el derecho a tener un cargo público sin necesariamente apoyar la candidatura de musulmanes en particular que defienden cubrir todas las mujeres con burkas.

Dicho sea a su favor, Obama ha hablado respetuosamente del islam (me dijo el año pasado, oficialmente, que el llamado musulmán a la oración es “uno de los sonidos más lindos de la Tierra al atardecer”). Si tuviésemos que ir más lejos – “¿y qué si yo fuera musulmán?”–, muchos estadounidenses verían eso como una confirmación de que es un agente terrorista sunnita de Al – Qaeda que es parte de un plan de apoyo del 11 de septiembre: si no se puede llegar a la Casa Blanca con un avión secuestrado, entonces hay que irrumpir en la oficina oval mediante las urnas electorales.

Se trata de un caso en el que Hillary Rodham Clinton y John McCain deberían tener la iniciativa y denunciar el alarmismo sobre Obama como discursos de odio. Las referencias indirectas a “Barack Hussein Obama” y las mentiras sobre que asiste a una madraza son el equivalente religioso de las calumnias raciales, y McCain y Clinton deberían denunciarlas en los términos más enérgicos. Es su oportunidad de mostrar liderazgo.

Cuando se le preguntó a Clinton en una entrevista por televisión hace una semana si Obama es musulmán, lo negó categóricamente, pero después agregó, en forma muy desafortunada, “hasta donde yo sé”. Dicho sea a favor de McCain, él regañó al presentador de un programa de radio que en repetidas ocasiones se refirió a “Barack Hussein Obama” y después lo llamó “Candidato de Manchuria”.

Martin Luther no fue un modelo de tolerancia, pero incluso él asumió la posición: “Preferiría que me gobernara un turco sabio que un cristiano tonto”. En esta campaña presidencial, deberíamos al menos aspirar a tener la mente tan abierta como los alemanes del siglo XVI.

© The New York Times News Service.

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