LA VERDAD SOBRE FRANCO Y EL REICH / El general español creyó que Hitler iba a ser un justiciero que salvase a Europa / La División Azul sirvió para 'quitar de en medio' a los falangistas más molestos para el régimen
«Hitler odiaba más a la Iglesia que a las izquierdas españolas»
El Mundo, , 11-03-2008Stanley Payne analiza en su nuevo libro las complejas relaciones del Führer con la España franquista Las relaciones entre Franco y Hitler, dos dictadores tan opuestos (el que parecía poca cosa murió, octogenario, en el poder; el que se iba a comer el mundo se acabó suicidando), siguen dando que hablar y que investigar. El veterano y prestigioso hispanista Stanley Payne acaba de añadir a su currículo, imprescindible para entender la Historia contemporánea de España, el volumen Franco y Hitler (La Esfera de los Libros), en el que aborda nueve años de complicada ayuda mutua.
Todo empezó en 1936, cuando Franco se dirige a Hitler pidiéndole apoyo para llevar adelante la sublevación militar. «La ayuda alemana», dice Payne, «fue muy importante en las semanas segunda y tercera de la Guerra Civil, porque la sublevación no tuvo gran éxito y, seguramente, hubiera fracasado sin el apoyo alemán. Al contrario que la ayuda soviética a la República, que fue irregular, la alemana al bando franquista fue sistemática y sostenida».
El episodio, explica el historiador, sembró en el cerebro de Franco la idea de que Alemania era una potencia amiga de España. Hitler, por su parte, se antojaba al general rebelde como una especie de justiciero que reordenaría el mundo, satisfaciendo las aspiraciones imperiales de la España llamada nacional. «Ese fue un gran error de cálculo de Franco», afirma Payne. El gran dictador alemán nunca estuvo dispuesto a satisfacer esas aspiraciones, al menos totalmente, porque entraban en colisión con los deseos de la Francia de Vichy, a la cual también necesitaba Hitler.
El tira y afloja, que dura los seis años de la Segunda Guerra Mundial, es un capítulo especialmente interesante de la historia del siglo XX. Hitler necesita de España colaboración para ocupar Gibraltar y envíos de minerales; el desiderátum era que entrara en la guerra. Pero Franco, al contrario que Mussolini, que participó en la guerra sin contrapartidas, sostiene que «España no puede entrar en la guerra por gusto».
Los aliados, por su parte, practican con Franco la política del palo y la zanahoria (la expresión es de Payne). Le dan lo justo para que el país sobreviva, pero nada más, en previsión de que España entrara en conflicto. Cuando Franco apoya a Hitler con más énfasis, le cortan el suministro; cuando es más prudente, le abren el grifo. En ese juego, los americanos se mostraron más duros con el dictador español que los ingleses. «Churchill no era antifranquista», dice Payne.
Un hito en esta historia fue el desembarco aliado en el Norte de Africa y las consecuentes derrotas alemanas de finales de 1942. Ahí, Franco ve que Alemania no va a ganar la guerra o que, al menos, no va tener la victoria total con que habían soñado al principio. Durante 1943, el régimen franquista hace un intento diplomático de mediar con la ayuda del Vaticano (que se desentenderá) para que se firme una paz en el frente occidental que deje las manos libres a Alemania para luchar en Rusia. El intento será un fracaso.
A finales de ese año, España pasa de la no beligerancia (categoría que no existe en las relaciones internacionales y que equivale a la «pre – beligerancia», explica Payne) a la neutralidad. En el 44, Franco se da por vencido y, por debilidad económica y estratégica, se orienta hacia el campo aliado. Antes, ha enviado la famosa División Azul, una ayuda poco significativa (en el frente oriental había 200 divisiones), pero útil para Franco en varios sentidos.
Le servía para devolver el favor de la Guerra Civil a Alemania, satisfacía en parte la presión de Hitler y le permitía quitarse de encima a unos cuantos falangistas de los más ultras e impertinentes en España, parte de los cuales no volvieron nunca. Y encima, añade Payne, la División Azul, por sus características (escasa importancia militar y asentada en el Este) no le complicó demasiado con los aliados.
«La Segunda Guerra Mundial fue una escuela dura e importante en relaciones internacionales para Franco», dice el historiador norteamericano. «Le sirvió para reequilibrar su régimen. De hecho, las únicas crisis verdaderas que tuvo en sus años de gobierno fueron en ese período. Al acabar la Guerra Mundial, el general se sintió más fuerte dentro de España y, por tanto, mejor capacitado para enfrentarse a los aliados».
En cuanto al modo en que Hitler veía a Franco, es sabido que no le tenía en gran estima. Además de considerarle ingrato y desesperarse con las largas que le daba, veía en él a un conservador pacato y no a un revolucionario como Mussolini o él mismo. Hitler odiaba más a la Iglesia católica que a las izquierdas españoles, y hasta hubiera deseado que éstos hubieran acabado con los curas. Los españoles le parecían valientes (los únicos latinos dispuestos a luchar), pero un pueblo que no servía para mucho.
De la Historia de España, curiosamente, destacaba la etapa musulmana. Admiraba la disposición a luchar (la yihad) de los musulmanes, explica Payne, y lamentaba que éstos no hubieran pasado de Poitiers y hubieran ocupado Europa. Soñaba con lo que hubiera dado el genio alemán mezclado con el ansia guerrera de los musulmanes.
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