Jan Lauwers lleva al Lliure sus delirios escénicos

El Periodico, IMMA FERNÁNDEZ, 06-03-2008

El dramaturgo y director belga Jan Lauwers, uno de los creadores más innovadores y prestigiosos de la escena europea, vuelve hoy al Teatre Lliure con The lobster shop (La tienda de la langosta), el segundo capítulo de una trilogía “sobre la humanidad y el dolor” que inició con la aclamada Isabella’s room.
En su nueva obra, Lauwers, que utiliza la música y la danza como parte de la dramaturgia, aborda la lucha por la identidad, la inmigración y el dolor de la pérdida en un contexto futuro que le permite cuestionar la clonación y la deshumanización. El protagonista es un profesor de genética que, tras la muerte de su hijo, desea clonarlo pese al rechazo de su mujer. Un replicante defectuoso frenará su plan.
“Como artista no me importa si la humanidad acaba en un festival de ciberclones. Mi obra no es moralista, no juzgo nada. Pero como padre, nunca clonaría a mi hijo”, declaró ayer el autor, que explicó la génesis de su obra: “La escribí en habitaciones de hoteles durante la gira de Isabella’s room por Francia. Las televisiones informaban de los disturbios, de la lucha por la identidad, de los jóvenes del extrarradio parisino”. Añadió además otros referentes: “En Bruselas ves refugiados que son doctores o ingenieros y están limpiando las calles. Hay que preguntarse qué piensan”. La langosta del título, aclaró, le sirve de metáfora de la pérdida identitaria de esos inmigrantes: “Cuando pierde su carcasa, la langosta se tiene que esconder porque es muy vulnerable”

SICA POP Lauwers combate el drama narrativo (en inglés y francés) con un envoltorio no exento de humor. “Aunque lo que sucede no es divertido, subyace un humor surrealista”. Además, hay baile y canciones a cargo de los ocho actores de su compañía, la Needcompany. “Podría considerarse un musical. Incluso algunos creen que somos un grupo de danza, pero hago teatro”, matizó Lauwers, también artista plástico.
El director desplaza la acción principal del centro del escenario y crea distintas “fuentes de energía”. Desaconseja a los espectadores el seguimiento lineal de la obra – – “es un puzzle con las piezas cambiadas de orden y se volverían locos” – – y anima a vivirla como una “explosión de emociones”. “El teatro – – sostiene – – es intercambiar energía y emociones entre el público y los actores. En la época de internet, va a adquirir cada vez más importancia porque es el único medio que mantiene el contacto humano frente a la invasión de las máquinas”.

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