Jugando con Ulises

La Vanguardia, Antoni Puigverd, 03-03-2008

El síndrome de Ulises no es una comedia televisiva. Es un drama. Un verdadero drama. El psiquiatra Joseba Achótegui lo resumió en La Contra:una depresión profunda causada por la suma de experiencias negativas que acumula el inmigrante en un lugar extraño (soledad, aislamiento, rechazo, incertidumbre, fracaso). Sabido es que Ulises es el más astuto de los héroes de la guerra de Troya. Ideó la estrategia vencedora de los aqueos imitando un gesto muy habitual en las relaciones humanas: el regalo envenenado. En su caballo gigante se ocultaron los soldados que penetraron en Troya para destruirla. No son pocos, precisamente, los que se refieren a la inmigración como una ola humana que penetra en nuestras ciudades para disolvernos.

Ulises, en todo caso, intentó regresar a Ítaca, su isla. Pero los dioses, divididos a favor y en contra, no se lo pusieron fácil. Durante diez años vagan por el mar, Ulises y sus compañeros, intentando sobrevivir en las islas a las que son conducidos por el oleaje. Y, como con frecuencia acontece a los actuales inmigrantes, son devastados por el destructivo consuelo de las drogas (isla de los lotófagos), manipulados por los poderes que intentan esclavizarlos (Circe), engañados por las destructivas aunque seductoras sirenas. Ulises cae en depresión. La describe Homero: “Se sentaba en las piedras de la orilla desgarrando su ánimo con gemidos y dolores, y miraba al estéril mar derramando lágrimas”. Para escapar del gigante Polifemo, que los atrapa con las manos en la masa, robando, hambrientos, en su cueva, tienen que emborracharlo y cegarle el único ojo con una estaca ardiente. En este episodio Ulises, a pregunta del cíclope, responde: “Me llamo Nadie y Nadie me llaman todos”. Ocultar el nombre es un requiebro astuto: para evitar que Polifemo identifique al causante de su ceguera. Pero Nadie es también el nombre simbólico del inmigrante. Nadie es invisible para todo lo que no sea trabajar. Nadie es aquel a quien todos ven como problema, nunca como persona. Nadie es la excusa para que muchos exhiban buenos sentimientos en público, aunque compartan con él muy poco, si comparten algo.

Sin comerlo ni beberlo, los inmigrantes han irrumpido en campaña. No sólo sin nombre, sino completamente deshumanizados. El PP espera cosechar muchos votos hablando de lo que ya es una sangrante realidad, pero que todavía no tiene traducción política. La llegada de los inmigrantes ha perjudicado a unos sectores sociales: los más débiles, que tienen que compartir con los emigrantes escuelas, plazas, escaleras de vecinos, becas, subsidios, guarderías y colas del centro médico. Es ahí donde espera saquear el PP la despensa de votos del PSOE: en los barrios urbanos tradicionalmente considerados feudos de izquierda en los que la masiva llegada de inmigrantes ha causado muchas incomodidades, visibles incompatibilidades.

Pero también el PSOE (y más todavía IU o ICV) habla de los inmigrantes como de algo abstracto, relacionado con los buenos sentimientos, con la poesía ética, con las grandes y fáciles palabras de esta izquierda exquisita y doctrinaria que frecuenta más el foie de los restaurantes estrellados que el kebab y los frankfurts de los barrios, de una izquierda que se aleja – lenta, pero sin pausa- de la realidad de sus votantes. Discursea la izquierda últimamente sobre la gran aportación de los inmigrantes a la economía. Es cierto: los negocios que crean y propulsan los inmigrantes han contribuido al crecimiento casi tanto como el sector del ladrillo. Por si fuera poco, la llegada de gran cantidad de mano de obra barata, o ilegal, ha permitido a los empresarios mantener en cotas bajísimas el precio del trabajo. También en este punto, los inmigrantes perjudican objetivamente a los sectores más desvalidos de la sociedad de acogida. Cuando el PSOE y la izquierda más purista piden una abstracta solidaridad humana y, a cambio, prometen inversiones sociales, siempre insuficientes, están haciendo algo más que la política del avestruz. Quizás sin quererlo, pero con mucha claridad, están contribuyendo a fomentar las dificultades de relación entre los que han llegado y los que coexisten con ellos en los barrios más deprimidos.

Es cruel la manera que tiene el PP, en la senda de la derecha europea más descarnada, de cultivar el instinto del lobo en contra de los recién llegados. Pero, aunque menos indecente, no es menos insensible la pretensión de la izquierda de que las buenas palabras y unas insuficientes inversiones sustituyan a la necesaria política de inmigración que se promete pero no llega. Quizás ya no pueda llegar a tiempo una verdadera política social en estos barrios en los que los inmigrantes se están convirtiendo, gracias a los aprendices de brujo, en pararrayos del malhumor social que avanza en paralelo al frenazo económico.

Homero y compañía explicaron muy bien lo que hacen siempre los dioses del Olimpo: divertirse y pelearse a costa de los humanos. Unos dioses ayudaban a Ulises, otros le perjudicaban. Unos y otros en realidad estaban jugando con el fatigado y deprimido héroe. Lo hacían para amenizar el tedio, para dirimir sus cuitas y apetencias de poder, para vengarse a través de Ulises de anteriores derrotas.

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