Las caras de la exclusión social

Diario de noticias de Alava, 25-02-2008

E l 17% de la población vasca carece de ingresos, otros deben sobrevivir con pensiones de 500 euros; con la Renta Básica, de poco más de 600 euros al mes, o de trabajos esporádicos y mal pagados. Vivir con esas cantidades supone toda una prueba de fuego en una sociedad como la nuestra, especialmente si la esperanza de mejorar es prácticamente inexistente. Inmigrantes, jubilados o parados de larga duración acuden a diario a la iglesia de Santa María para ahorrar en ropa y comida lo que gastan en medicinas, en los recibos de la luz o en alquileres. Hoy no hay mucha gente en la parroquia, pero poco o mucho, siempre hay trabajo. Mari Carmen Murua reparte ropas, toallas, sábanas y juguetes entre varias de las 300 personas que figuran en el ordenador de José Ángel López de Lacalle, el sacerdote que coordina este esfuerzo solidario.

josé ángel. 53 años

480 euros de pensión

Cobra 480 euros en concepto de invalidez, paga 300 de alquiler en la pensión en la que vive, está obligado a medicarse y no ve salida a su situación. “Para vestirme y comer tengo que venir aquí”, explica José Ángel, quien tras años de trabajar “en serrerías, fábricas de piedras, de parafina, en obras y hasta de camarero” quedó inválido. “Me quedé sin fuerza en los pies, y no tenía dolor ni molestias, fui a Santiago e ingresé de urgencia. Estuve cinco meses y un día ingresado en el hospital, y contento de que puedo andar, los médicos me dijeron que no volvería a hacerlo”. José Ángel espera que su pensión sí se eleve, siquiera un poco, aunque sabe que no será lo suficiente como para pagar el alquiler y vivir. “Estoy de patrona en casa de una amiga, más barato no puedes encontrar, porque en otros sitios te cobran 450 o 480 euros al mes, que es lo que me pagan a mí. Los 300, aun y todo, me parecen mucho, pero por más que miro no hay nada más barato. Ojalá pudiera tener 800 eurillos al mes, pero me tengo que conformar con esto”, lamenta.

pilar. 51 años

Los 400 euros de mamá

Pilar trabajó muchos años en casas de servicio, siempre sin contrato, y por lo tanto sin cotizar. Después se convirtió en madre soltera y ahora, veintiocho años después, sobrevive con los 400 euros que cobra su madre, ya anciana, en concepto de pensión de viudedad. “Nos tenemos que arreglar con eso, así que venimos aquí, donde José Ángel, a por comida y ropa. Dependemos de la pensión de mi madre tres personas, y tenemos que pagar la comunidad, los recibos de la luz y del agua, y cuando vamos a preguntar a ver si nos corresponde alguna otra prestación, nos dicen que no tenemos derecho”, protesta Pilar, que acude habitualmente a Cáritas en busca de trabajo, aunque este mes ya le han dicho que no habrá suerte. “Ya ves lo difícil que está el asunto”, concluye.

mayra. 25 años

El piso se lo come todo

Mayra vive en Vitoria desde hace siete años. Esta joven ecuatoriana trabaja los fines de semana, pero busca un empleo más seguro con el que completar el sueldo de su marido y poder hacer frente al pago del piso protegido que les ha tocado, y que puede suponer su integración definitiva en la sociedad. Mientras tanto, los alquileres consumen todos sus ingresos. “Mi esposo y yo tenemos que ahorrar dinero para pagar el préstamo del piso y el alquiler de la casa donde estamos ahora. Dentro de dos años y medio nos lo entregarán, y necesitamos también dinero para la entrada. Además, a partir de marzo pagamos dos alquileres, en un piso en el que todavía no vivimos, así que se nos van las dos nóminas ahí”, explica la chica, cuyo horizonte, en todo caso, no es tan oscuro como el otros compañeros. “Estamos luchando para tener algo nuestro, y no estar de alquiler, así que estamos muy contentos de que nos haya tocado el piso. Vivimos en la misma casa mi esposo y mis dos hijos, y mi hermano, que vive con su familia, que acaba de venir a Vitoria. Y es que además tenemos la familia allá, a mis padres y a mis otros hermanos, y hay que ayudarles”, explica.

abdulatif. 48 años

La barrera del idioma

Si la edad es un hándicap a la hora de encontrar trabajo, el idioma lo es aún más. Abdelatif tiene 48 años y es marroquí, de Casablanca. Sólo encuentra trabajos esporádicos – no ha conseguido contratos de más de seis meses – y tiene que ingeniárselas para sacar adelante a su esposa y sus tres hijos. “Mi mujer no habla castellano y lo tiene aún más difícil para encontrar trabajo”, lamenta Abdulatif, que en Marruecos era conductor de camión y que tampoco domina con soltura el español. Por ello, aquí lo tiene mucho más difícil. “A veces encuentro trabajo para una semana o quince días, y ya está. Voy al Inem, a Sartu, y busco por mi cuenta, pero no consigo nada”, afirma Abdulatif, que vive mientras tanto de las ayudas sociales. Son ya dos años en Vitoria, más un tiempo que pasó cerca de San Sebastián, y no ve perspectivas de futuro.

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