Al norte del Río Grande
Diario de Noticias, 24-02-2008P ARA entrar en Estados Unidos hace falta paciencia: revisión exhaustiva de equipajes y autobús, interrogatorio (quién soy, a dónde voy, para qué), firma de cuestionario (si traigo alimentos, si pienso trabajar, si pienso cometer actos delictivos), huella digital, fotografía, y una vez fichado, pasar por caja.
San Antonio Mi primera escala, plantada en la enorme llanura de Texas, es una típica ciudad estadounidense con un centro no muy extenso poblado de edificios altos y grandes barrios residenciales. El centro, en torno del Riverwalk, un agradable paseo animado durante el día y desierto en cuanto anochece, se puede recorrer a pie.
Guarda unos pocos restos del pasado hispano; la catedral de San Fernando construida por emigrantes canarios, o el palacio del gobernador, conservado como debía ser en el siglo XVIII. Como tantos vestigios de presencia hispana, con placas que advierten que tal plaza o estatua es donación del Spanish Government. Pero el principal monumento es El Álamo, antigua misión franciscana reconvertida en museo que recuerda la resistencia de los independentistas texanos al ejército mexicano en 1836. Un auténtico santuario patriótico con muchos visitantes donde se ofrece una visión muy distinta de la que días antes vi en un museo de Monterrey, al otro lado de la frontera. Para unos un robo descarado de aventureros anglófonos reclutados en Estados Unidos; para otros una gesta heroica de colonos que luchaban por la civilización y la libertad (aunque Texas independiente reintrodujo la esclavitud, abolida en México). Entre los once texanos que murieron en el Álamo (de entre 183 héroes), un tal Gregorio Esparza, sin duda con antepasados navarros.
Recordar su plural herencia es muy del gusto norteamericano. La Tower of the Americas, con vista panorámica, tiene una exposición permanente llamada Six Flags over Texas: bandera española, francesa, mexicana, texana, confederada y estadounidense, todas las que han ondeado alguna vez. En pocos días veré que en Nueva Orleans o Atlanta les gusta también ponerlas todas, aunque unas veces ponen la española actual, otras la de Carlos III, la cuartelada de Castilla y León e incluso la Cruz de Borgoña.
Para dirigirme a Nueva Orleans tomo el famoso Amtrak. El tren está bien, me sorprende la minúscula estación, que sólo abre por la noche y carece hasta de andenes. El país del automóvil mantiene el tren pero le hace poco caso.
Nueva Orleans Una ciudad que no defrauda, todos los tópicos son ciertos; más caribeña o mediterránea que anglosajona. Su centro histórico, el Barrio Francés (en realidad se construyó bajo dominación española), es una delicia. Muy bien conservado, el tiempo primaveral de fines de noviembre invita a pasear y sentarse en las terrazas. Hay poco tráfico (aunque los trenes atraviesan el centro) y abundantes músicos callejeros de jazz. El turista tiene muchas ofertas, desde los museos hasta las excursiones por el Mississippi en barco de vapor. Con ese típico espíritu de explotarlo todo como negocio en las visitas ahora se incluyen los barrios destrozados por el Katrina (en el centro no se aprecian ya daños).
Mención aparte, la comida, fruto del mestizaje cultural. Se puede comer bien y barato (lo que no se puede decir siempre de Estados Unidos). Incluso tienen bocatas; no sandwichs, sino bocatas de verdad de pan “francés”. Le llaman Po’Boy, se puede comer incluso de ostras fritas. Otra peculiaridad sureña, el endiablado acento con que hablan, sobre todo los negros, que no son mayoría en el padrón pero dan la impresión de serlo, son los que se ve trabajando. Una dificultad añadida para quien no domina del todo el inglés.
Memphis Otro tren hacia el norte y me planto en esta ciudad que, en comparación con Nueva Orleans, resulta inhóspita. Esta sí es la típica ciudad americana con un pequeño downtown y enormes suburbios recorridos por autopistas. Mi hotel no está céntrico y me dejo una fortuna en taxis.
Visito el Motel Lorraine, donde fue asesinado Martín Luther King, hoy convertido en museo donde se expone muy gráficamente la historia del movimiento de los derechos civiles, aparte de conservar la habitación que ocupaba King e incluso el edificio de enfrente desde donde le disparó su asesino.
Pero la mayor parte de los atractivos turísticos de Memphis tienen que ver con la música. Presumen de ser el lugar natal del soul y del rock and roll, a los que tienen dedicado un museo y una de las calles más céntricas, Beale Street, llena de bares, restaurantes y teatros. Es monumento nacional el edificio de Sun Studio, donde Elvis Presley grabó sus primeros discos. Pero el lugar estrella es Graceland, la casa de Elvis reconvertida en parque temático y máquina de hacer dinero para su familia. Es el segundo lugar más visitado de USA, sólo por detrás de la Casa Blanca. Aunque uno no sea fan merece la pena la visita por comprobar esa infinita capacidad norteamericana de hacer negocio con cualquier cosa y explotar hasta los detalles más horteras, eso sí, con una organización y eficacia impresionantes. Aparte de la casa y la tumba de Elvis uno puede ver en varios museos cientos de trajes de lentejuelas, coches, aviones, montones de recuerdos de todo tipo. Y comprar, claro, hay hasta doce tiendas. Incluso por el módico precio de cien dólares puede jugar media hora en la mesa de billar de Elvis (donde jugaron también los Beatles) y recibir una foto y un certificado de autenticidad.
Atlanta En este caso me desplazo en un autobús Greyhound. Atlanta, otra ciudad enorme y un poco fría (no sólo porque va bajando la temperatura), pero con bastantes cosas que ver. Aquí también visito el complejo dedicado a Martín Luther King, que además de un museo y un centro de estudios incluye su casa natal, la iglesia donde predicó y su tumba. Me decepciona un poco el tour al enorme edificio de la CNN; una vez que te sacan los dólares la verdad es que te enseñan pocas cosas y no acabas de verlos trabajar. Eso sí, para salir te depositan en la tienda de recuerdos. Otra tienda de recuerdos enorme es la de Coca – Cola World, lo único que visito para ahorrarme la entrada de este enorme museo dedicado a este exitoso producto, que está situado junto al Acuario más grande del mundo.
Un poco más lejos del centro, lo que me obliga a ir en metro, que es excelente, está la casa donde Margaret Mitchell escribió Lo que el viento se llevó. La casa original se ha quemado ya dos veces, pero se ha vuelto a reconstruir. Es un museo dedicado tanto a la escritora como a su obra, y especialmente a la película. Veo una foto muy curiosa, un coro parroquial de niños negros cantando el día del estreno. Curiosa porque a los actores negros de la película no les dejaron acudir, en 1939 la segregación racial era estricta. Los negros podían actuar, pero no podían acudir como espectadores a un teatro de blancos. Uno de los niños que cantó era Martín Luther King.
Washington Otro tren me deja por fin en una estación monumental, la Union Station, construida a semejanza de las Termas de Caracalla. Descubro que la mayor parte del edificio es un centro comercial, los trenes llegan a un anexo trasero más humilde.
En general, Washington responde plenamente a su origen, una ciudad planeada como un gran monumento. Aunque sea caro merece la pena coger un hotel céntrico y pasear por sus grandes avenidas y sobre todo por el Mall, ese enorme parque rodeado por los principales monumentos, museos e instituciones. Aunque se puede visitar a pie las distancias son engañosas. Uno ve el Capitolio al final de una calle y le parece cercano, pero se da una caminata de dos o tres kilómetros.
Si alojarse es caro, el resto de las visitas salen baratas. Casi todo es gratis. No te cobran por visitar la Casa Blanca, el Capitolio, el monumento a Washington, el cementerio de Arlington o los grandes museos de la Smithsonian Institution, fundada por el testamento de un inglés que nunca había estado en América y que tiene a gala no cobrar a los visitantes.
Tengo la suerte de presenciar una nevada que deja Washington perfectamente blanca, con un encanto adicional para las fotografías. Ni la nieve ni el frío disuaden a algunos a seguir haciendo jogging por el Mall o desplazarse en bicicleta.
Nueva York Finalmente, otro autobús me deja en Nueva York, de donde volaré hacia casa cinco días más tarde. Poco voy a contar de esta ciudad de sobra conocida, que es un continuodéjà vu . Todo es familiar porque lo hemos visto en miles de películas, pese a lo cual recorro todos los sitios obligatorios, desde el puente de Brooklin a Central Park pasando por el Empire State, el ferry de Staten Island o la Zona Cero. Visitarla en diciembre tiene el aliciente de ver el ambiente navideño y la pega de que hace muchísimo frío. Y el riesgo, como fue mi caso, de hacer la visita con un trancazo severo que me impidió disfrutar debidamente de los muchos atractivos de la ciudad. La próxima visita tendrá que ser en primavera.
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