Jóvenes bárbaros catalanes

La Vanguardia, Pilar Rahola, 20-02-2008

Este es el templo de la inteligencia! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha". Así, con esta vehemente reflexión, culminó Miguel de Unamuno su histórico enfrentamiento con el fundador de la Legión y conocido fascista Millán Astray, quien, previamente, había gritado, en pleno corazón de la Universidad de Salamanca, su tristemente famoso “¡Muera la inteligencia!”. La historia trágica le daría la razón. Sin convencer, vencieron imponiendo esa “sobrada fuerza bruta” que acompaña cualquier tiranía. Sin embargo, a pesar de la fuerza, la victoria moral la ganó Unamuno, porque defendió la palabra en tiempos de cólera; la inteligencia, en los tiempos de su negación.

A pesar de los muchos matices que permite el caleidoscópico ideológico, las fronteras están claras cuando se trata de defender la libertad, y en estos casos extremos, no hay caminos sinuosos, ni calculadas ambigüedades. Por supuesto, hablo de lo ocurrido en la Universitat Pompeu Fabra con la candidata del PP Dolors Nadal. Hablo de militantes independentistas que gritaban “fuera los fascistas”, mientras actuaban como jóvenes bárbaros del fascismo patrio. Hablo de ese “templo de la inteligencia”, donde la inteligencia cae derrotada, frecuentemente, en manos de la exclusión. Hablo de violencia radical o, quizás, del germen de un fascismo catalán genuino. Ayer Josep Cuní osó nombrar lo innombrable: “Se puede ser catalanista y fascista”, dijo en TV3, y Antoni Puigverd puso sobre la mesa a los hermanos Dencàs y a sus famosos desfiles militares de las juventudes de ERC. Ciertamente, la secular historia del catalanismo político no es ajena a las tentaciones fascistas, y aunque estas han sido muy minoritarias, han coexistido, en tiempo y lucha, con el catalanismo democrático. Hablemos, pues, sin caretas, ni miedos atávicos, de un germen que también ha florecido en la “Catalunya triomfant”, y cuya deriva actual nos conduce, sin atajos, a las esteladas que ondean mientras se impide violentamente la palabra libre de una candidata. ¿Entenderán, alguna vez, estos jóvenes bárbaros que la libertad significa, precisamente, que puedan hablar los que no nos gustan? Que por eso luchamos, cuando luchamos por la libertad.

Hablemos del fascismo catalán, y no me refiero a esa cosa antipática que ha surgido, en algunas zonas, profiriendo discursos xenófobos y ha conseguido algún resultado electoral. Nadie duda, ni ellos mismos, que son fascistas. Otra cosa muy distinta es considerar que bajo banderas simpáticas como las del Barça o las esteladas se puedan esconder idearios abiertamente fascistoides, herederos de “la teoría racial de la nación catalana” de Pompeu Gener o, sin conocerlo, genuinos seguidores de Pere Màrtir Rossell y su negación de la bondad de la mezcla étnica. Puede que los jóvenes de la Pompeu Fabra nunca leyeran su obra Raça, pero actúan con la misma idea de superioridad, con la misma imposición étnico – ideológica, y por ello niegan el derecho al otro a expresarse. Probablemente, le niegan el derecho a existir. Más allá del amor que algunos poetas como J. V. Foix sintieron por el futurismo de Marinetti y por su deriva mussoliniana, el catalanismo político también tuvo su tentación fascista política, y sólo el franquismo quebró esa tentación, como lo quebró todo. Si queremos hacer un ejercicio serio de autocrítica, es de obligación moral reconocer que algunos planteamientos catalanistas minoritarios abundan en una concepción superior de la identidad catalana, respecto a cualquier otra, y de ahí a la exclusión violenta sólo dista un frágil paso. ¿Por qué, entonces, resulta tan difícil mentar esta cuestión? O, incluso, ¿por qué se niega? Recuerdo que esta misma reflexión la hice hace tiempo, cuando los Boixos Nois llenaban el Nou Camp de gritos xenófobos. “Yo soy del Barça, pero esto tipos no son de los míos”, y lo mismo vale para los jóvenes que impidieron la conferencia de Dolors Nadal. Comparten bandera, quizás comparten algunos anhelos, puede que algunos sueños, pero no son de los míos. Y desde las muchas distancias ideológicas, desde los confines de la geografía democrática, antes compartiré un nosotros con Dolors Nadal, que con aquellos que le impiden su derecho a la palabra.

Digámoslo claro. El franquismo hizo bueno todo lo que se enfrentó a él. Sin embargo, en la cesta había manzanas tan podridas como el propio franquismo, y su condición de perseguidos no los convertía en luchadores de la libertad. Los estalinistas, por ejemplo, que habían reprimido y asesinado a adversarios políticos, se convirtieron, por obra de la represión, en víctimas épicas. Y sin embargo, también eran victimarios. Lo mismo pasa con los extremos de la lucha catalanista. Fueron perseguidos por la dictadura, pero no todos eran democráticos. Hoy, viendo a estos jóvenes bárbaros, recuerdo lo fundamental: ningún pueblo, ninguna causa, ninguna bandera es ajena a la tentación fascista. Negarlo es una forma de justificarlo.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)