AQUI NO HAY PLAYA

No me llames extranjero

El Mundo, Juan Carlos Laviana, 14-02-2008

Hace muchos años, antes incluso de que hubiéramos inventado la palabra sudaca, cuando los extranjeros venían a España a hacer turismo, o huyendo de las feroces dictaduras latinoamericanas, Rafael Amor compuso esta hermosa canción: No me llames extranjero: «No me llames extranjero, ni pienses de dónde vengo,/ mejor saber dónde vamos, adónde nos lleva el tiempo». Cómo han cambiado las cosas desde entonces. La palabra extranjero se ha convertido en un insulto, un insulto tan grave como maketo en el País Vasco o charnego en Cataluña. Palabras que no sirven más que para alimentar la bestia del nacionalismo provinciano, aldeano, de boina calada. Cuánto hemos presumido de que en Madrid a nadie se le preguntaba de dónde era, porque todos, o casi todos éramos de fuera. Ahora en Madrid se le pregunta a las personas de dónde son.


«Inmigrantes – españoles», rezaba ayer un escueto titular en estas mismas páginas. Por fin, una noticia positiva entre tanto suceso, con participación de delincuentes extranjeros, de ajustes de cuentas entre bandas extranjeras, de tanto lanzarse los extranjeros a la cara los políticos como si fueran armas arrojadizas. Por no hablar de las quejas de Arias sobre cómo está el servicio extranjero y su nostalgia por aquellos eficientes camareros de aquí. «Inmigrantes españoles» hacía referencia a que en Madrid, capital, donde ya hay empadronadas 548.456 personas nacidas fuera de España, 15.167 habían adquirido la nacionalidad española, sólo en 2007. Es más, 106.200 electores nuevos españoles desde 2004, votarán en las próximas elecciones del próximo nueve de marzo.


No estuvo acertado Rajoy al utilizar la palabreja contrato, cuando abrió en la precampaña electoral el melón de un asunto tan espinoso para los políticos como la regulación de la entrada y asimilación en nuestro país de los extranjeros. Pero hizo muy bien en sacar el tema, aunque electoralmente puede que le perjudique. Es indiscutible que algo hay que hacer. No podemos ser tan ilusos como para pensar que aquí cabemos todos, que no tenemos ningún problema con la llegada de ilegales, que no somos el coladero de Europa, que no hay que regular quién entra y quién no. Seríamos los únicos en Occidente que no lo hiciéramos.


Ni está acertado Zapatero, porque parece que le da igual, y que él ya ha hecho los deberes. No habla de inmigración más que para comparar a Rajoy con LePen, para ratificar su teoría de la derecha extrema. Se limita a referirse a las leyes existentes y vanagloriarse de la política de puertas abiertas que nos ha traído, gracias al «efecto llamada», estos lodos de aquellos barros. Y el problema no ha hecho más que empezar. «No me llames extranjero… el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño».

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