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El velo y nuestros islamistas

La Voz de Galicia, 13-02-2008

El Parlamento turco ha aprobado por aplastante mayoría, 411 contra 103, la eliminación de la prohibición de llevar el velo las mujeres en la universidad. La prohibición fue decretada hace unos diez años. El tema parece inocuo – ¿por qué no podría una chica llevar la cabeza cubierta al asistir a clase? – , pero en una sociedad islámica no lo es. En Turquía se ha convertido en una cuestión enormemente emocional de gran calado político.

La prohibición de llevar la cabeza cubierta fue implantada ante el resurgimiento de las corrientes islamistas en un Estado orgullosamente secular como Turquía. El objetivo era impedir que las jóvenes, presionadas por familiares o por autoridades religiosas, se vieran obligadas a cubrirse la cabeza en contra de su voluntad. Ese es el temor que surge ahora entre los que se oponen a la medida.

Resultaba, sin embargo, anómalo que, en una nación en la que un partido religioso ha ganado democráticamente las elecciones, existiera una prohibición que impedía a unas ciudadanas acudir a clase vestidas del modo que les apeteciese.

¿Es entonces la toquilla sobre la cabeza un signo de libertad o de opresión? En Europa sería evidentemente de libertad. En Turquía, en principio, también, pero los que quieren vivir en una sociedad no controlada por los islamistas dicen que no. Apocalípticamente sostienen que es el principio del fin. Que abre solapadamente la puerta a la opresión. Un antiguo ministro de Justicia, Sami Turk, dice que la actual medida «se presenta como la libertad para taparse la cabeza, en la realidad se convertirá en la prohibición de no hacerlo». El líder del partido secular sostiene que se abre la puerta a Hezbolá, al fundamentalismo e incluso a Al Qaida.

El hecho es que una mayoría de los turcos estaba por la eliminación de la prohibición aunque solo un 10% desean la implantación de la sharia o ley islámica. Veremos quién tiene razón en la toquilla.

La cuestión de la admisión de la sharia se plantea en estas fechas en Gran Bretaña, donde viven unos dos millones de musulmanes. El tema debería interesarnos porque dentro de poco surgirá aquí de una u otra forma.

El arzobispo de Canterbury, Royan Williams, acaba de declarar que «es inevitable» que algunos aspectos de la sharia sean aceptados en Gran Bretaña. La sharia cubre muchos aspectos de la vida, no solo cómo debes rezar sino con quién te puedes casar, cómo se rige el comercio y qué castigos se imponen ante determinadas infracciones. Es sabido que la ley islámica permite al varón tener cuatro mujeres si puede mantenerlas.

No extraña, entonces, que las palabras del arzobispo, aunque haya recalcado que se refiere solo a ciertos aspectos de los preceptos islámicos, hayan creado una polémica. Un portavoz del primer ministro, sin rechazarlas de plano, ha declarado que aunque haya que aceptar la diversidad hay que tener bien claro «que hay un conjunto de valores que todo el mundo tiene que respetar, en caso contrario, la sociedad se desintegra». K. Mamud, un diputado laborista y musulmán, ha protestado diciendo que «la mayor parte de los musulmanes en Gran Bretaña se oponen a cualquier intento de introducir la sharia en el país. Las leyes británicas son la envidia del mundo».

El arzobispo, persona de prestigio que se opuso a la guerra de Irak, no habla a tontas y a locas. Sabe que un cierto número de musulmanes vienen regulando oficiosamente algunas cuestiones – divorcio, herencias, etcétera – de acuerdo a la ley islámica y desea integrar a la diversas religiones en la sociedad británica. El embrollo está ahí: ¿hasta dónde puede una sociedad como la nuestra aceptar preceptos islámicos? ¿Puede, por ejemplo, tragar un divorcio que pueda favorecer al varón? Debería ser que no.

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