La inmigrante y el candidato inesperado
La Prensa Gráfica, , 11-02-2008La salvadoreña Ana Bonilla compartió mesa ayer con Barack Obama, el precandidato del Partido Demócrata que busca hacer historia como el primer presidente afroamericano de Estados Unidos. Bonilla, en un foro sobre educación, contó su historia y aprovechó para pedir apoyo para los jóvenes indocumentados que no pueden estudiar en la universidad.
Llegué como inmigrante, sin hablar una palabra de inglés, y me gradué en el programa de ESL (Inglés como Segundo Idioma, por sus siglas en inglés). Eso es lo que veo acá todos los días. La que hablaba era Ana Bonilla, una salvadoreña que llegó a Estados Unidos con 12 años. Más de 25 años después, con un máster en trabajo social, Ana trabaja con niños que llegan hoy tal como llegó ella a EUA.
Sentado justo a la par suya, con semblante atento, escuchaba el hombre que quiere hacer historia como el primer afroestadounidense en ser presidente de la primera potencia mundial. Barack Obama había llegado a la escuela secundaria TC Williams, en Alexandria, Virginia, una zona de alta concentración de inmigrantes, sobre todo hispanos. Sobre todo, salvadoreños. Allí se celebraba una mesa redonda sobre temas educativos.
Por eso la presencia de Ana en la mesa redonda que la campaña de Obama organizó en la escuela, justo antes de un mitin del precandidato demócrata, era no solo significativa, sino representativa. Junto a ella había padres de familia y trabajadores del sistema escolar cuidadosamente escogidos: una pareja de afroestadounidenses, una madre soltera blanca y una educadora también anglosajona.
Ana prosiguió su exposición frente al candidato, mientras decenas de periodistas retrataban el encuentro. A los 14 años yo salía de la escuela a lavar baños para ayudar a mi familia. Acá todos los días trabajo con jóvenes para quienes la escuela es apenas una de sus preocupaciones en la vida. Ana le pedía al candidato que si algo podía hacer era otorgar más fondos para jóvenes como los que le describía.
Obama, con su pulcro traje gris y corbata roja perfectamente anudada escuchaba con atención. La educación es la clave. Yo soy el mejor ejemplo. Yo no se supone que estuviera acá ni que hubiera ido a la universidad que fui, decía el candidato, mirando a Ana directamente a la cara, como si las cámaras no estuvieran presentes.
Mi presencia acá es un ejemplo. Soy hijo de una madre sola. Mi padre nos abandonó cuando yo tenía dos años, pero mis abuelos siempre se preocuparon porque estudiara. Mi abuelo siempre estuvo convencido de que yo me iba a ganar una beca para ir a la universidad, le decía el candidato. Y sí que estaba en lo cierto el abuelo. Obama es parte del ínfimo porcentaje de afroestadounidenses que logra entrar a Harvard, una de las universidades más exclusivas y académicamente más demandantes del planeta.
Pero Ana seguía enfatizando en el doble reto que significa para los hijos de inmigrantes destacarse en un sistema en el que no hablan bien el idioma. Me puedo imaginar lo difícil que debe de ser, esta es una comunidad maravillosamente diversa, imagino que en un aula deben coincidir gente que viene de Taiwán, de India, o como usted, de El Salvador, le contestaba el candidato.
Ana le aclaraba, cortésmente, que en este caso, la diversidad era en algunos casos, sinónimo de desventaja: Muchos de los jóvenes con los que trabajo me dicen: De qué me sirve salir bien en la escuela si por mi situación migratoria no voy a poder obtener una beca, mis padres no pueden pagarme la universidad. Pero yo siempre les digo que lo peor es darse por vencido.
Obama alzó su mano y se la dio a Ana. Muchas gracias por lo que hace, la felicito, le dijo. El candidato sabía que afuera de la cafetería de escuela donde se realizaba el conversatorio, en el gimnasio escolar, le esperaba una multitud ansiosa de escuchar su mensaje. Así que se levantó, saludó a cada uno de los participantes del foro y se marchó.
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