Membranas y fronteras

Diario Sur, AURORA LUQUE, 09-02-2008

DOS mil setecientas sesenta falsas vírgenes sólo en Bélgica. Ese elevado número de musulmanas ha recurrido a la himenoplastia en 2004 para reconstruirse un himen ya perforado de antemano. Los musulmanes prefieren casarse con mujeres vírgenes e ignorantes de todo lo relativo al sexo: ignorantes y veladas. Pero las chicas ya saben y buscan remedio en Internet para salvar la honra de la familia, que las casará en un matrimonio concertado. La seguridad social belga presenta un resquicio legal para que esa operación resulte gratuita. Reparación de virgos en el siglo XXI: ¿no lo leíamos en la Celestina? La honra de la familia: ¿no iba de eso el viejo Calderón? ¿A qué sociedad pueden ser útiles esos cambalaches de hipocresía medieval? La joven se educa rodeada de cine, publicidad, ocio, consumo, costumbres y valores occidentales; pero acaba aspirando a lo mismo a que aspiraban sus bisabuelas arrodilladas en las tiendas bajo las palmeras: a casarse con un tipo desconocido que va a valorar en ella, por encima de todo, la elasticidad de una pielecilla que ni siquiera poseen todas las mujeres. Una sumisión tal de la mujer es incompatible con una sociedad que avance hacia la igualdad de derechos. El respeto a las costumbres ancestrales termina donde empiezan el disparate y la discriminación. La única solución es la educación de las niñas. Y cuando la familia sigue aprisionada en atavismos arcaicos y crueles la tarea ha de recaer en la escuela. Ablación, himenoplastias hipócritas: siempre la misma víctima, la joven que no tiene poder sobre su propio cuerpo, la mujer definida por su relación con la procreación, nunca por sí misma. Solo una educación que les permita conseguir movilidad social, independencia económica y autonomía psicológica liberará a las mujeres de esos vínculos con exigencias tan amargas y humillantes. Solo así podrán ir cambiando a sus hijos, hijas y compañeros. Europa necesita ciudadanas plenas y no siervas amedrentadas. Si una joven de una tercera generación de inmigrantes sigue tan amarrada a lo más oscuro de la tribu es que algo falla en nuestras instituciones.

Pero hay puntos de luz: el premio Ramón Llull – el Planeta de las letras catalanas – ha recaído sobre Najat el Hachmi, una inmigrante marroquí (Nador, 1979). De niña no conocía el televisor y se alimentaba de narrativa oral por vía materna; en «L’ultim patriarca» ajusta cuentas «con el machismo y la violencia de los jefes de familia». La educación rompe fuertes y fronteras, y de paso también revienta las membranas de los prejuicios nacionalistas.

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