Decían que no había racismo
El Periodico, , 08-02-2008Ahora que un afroamericano podría alzarse con la victoria en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el circuito de Montmeló ha tenido que ser escenario de ofensas racistas, dirigidas al piloto británico Lewis Hamilton. Decíamos con orgullo que en este país no había odio a unas razas porque practicábamos una sociología de ojos cerrados.
¿Racismo en Catalunya, si se aplaudía al cantante? ¿Insultos al negro en una cancha de baloncesto, cuando defiende los colores de un conjunto catalán? El cantante era respetado, como lo demostraban los locales a rebosar. Si se agredía al jugador de baloncesto, seguro que toda la responsabilidad recaería sobre personal de fuera, no formado bajo las directrices de la deportividad. Se contaba, incluso, que aquí había cursillos de comportamientos correctos para espectadores, en los que se explicaba el caso bochornoso del nazi Adolf Hitler, que en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936) no quiso estrechar la mano del supercampeón de velocidad, el norteamericano Jesse Owens. Igual que las furias desatadas de la meteorología, que causan males, pero siempre llegan de fuera, podía ocurrir con los actos racistas. Ahora ya no estamos tan seguros de nuestra inocencia, y consideramos irrelevante si el racista lo tenemos dentro o viene de fuera. Algo se ha ganado con la sinceridad. El escarmiento no podrá ser nunca selectivo.
No lo exige la necesidad de no tener problemas con una minoría étnica, que puede tener a uno de los suyos como el hombre más poderoso del mundo. No ha de influir que el insultado sea de la jet deportiva, que merezca un trato que no recibirá el inmigrante. Se han transgredido unas leyes universales y la justicia ha de imponer unas penas. Es así de sencillo.
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