Ismael Beah, autor de 'Un largo camino', sus memorias como niño soldado en Sierra Leona
"Ya nadie creía en la inocencia de los niños"
27 años. Nací en Sierra Leona y vivo en Nueva York. Licenciado en Ciencias Políticas. Tengo novia. Los políticos deberían servir a la gente y no controlar sus vidas. Sin honradez todo se desmorona. Familia musulmana, colegio católico, madre adoptiva judía; yo sólo creo en Dios.
La Vanguardia, , 05-02-2008IMA SANCHÍS
Todavía cree que hay que intentar ser como la luna?
Un anciano de Kabati decía que nos quejamos cuando hace demasiado sol o demasiado frío, pero nadie lo hace cuando resplandece la luna. Todos aprecian la luna, cada uno a su manera, por eso hay que ser como la luna. En la interacción humana se expresan los milagros de la vida.
¡. ..!
Hay gente que llegó a mi vida y me la cambió por completo. Si luchamos porque nuestra presencia consuele a los demás, podemos evitar malentendidos.
¿A quién echa de menos?
Vivía con mi padre y añoré mucho a mi madre. A todos los mataron, y quizá lo que más me ha faltado es la experiencia de vivir con ambos juntos. Me gustaría decirles que sobreviví y que su espíritu vive en mí.
¿Qué queda de lo vivido?
Intento concentrarme en lo que he aprendido, porque si me centro en todas las tragedias que viví y en las atrocidades que he cometido, me matarían.
¿Cuál ha sido la gran lección?
Saber que la vida es algo muy frágil y, por tanto, apreciar en toda su profundidad cada instante. Hay quien piensa que puede controlar su vida, y eso no es cierto.
Saber de lo que es capaz, ¿le hace tener miedo de sí mismo?
Esa fue una de las cosas extrañas de la guerra, el darme cuenta de hasta qué punto el ser humano es capaz de ir de un extremo a otro. Yo crecí en una cultura en la que todos nos queríamos, y de repente pude ver el lado más oscuro y brutal y, de nuevo, el lado luminoso cuando me rescataron. Aunque no me crean, he de decirles que todos somos capaces de acciones espantosas cuando las circunstancias nos llevan a ellas.
Usted llegó al extremo.
A los 12 años hui de los rebeldes y durante un año vi muerte y más muerte. A los 13 me reclutó el ejército gubernamental y maté y mutilé ininterrumpidamente. Ahora intento vivir mi vida en paz.
¿Cómo recuerda esos dos años?
Es un recuerdo muy difícil porque incluso antes de que entrara en la guerra ya había visto cosas terribles: mujeres que llevaban a sus bebés muertos atados a la espalda, padres que se aferraban al cadáver putrefacto de su hijo y le hablaban. Pero cuando estaba dentro me convertí en un personaje activo de la violencia, creía que hacía lo correcto.
¿No tuvo ningún momento de duda?
Muy al principio. Luego ejercer la violencia se convierte en una actividad cotidiana, vives de eso. Cuando me rescataron no quería ir al centro de rehabilitación porque yo era aquella vida, no había nada en el horizonte.
¿Cuáles eran los valores que hacían funcionar el motor de la violencia?
Si no entrabas en el juego te mataban, y te manipulaban para que lo vivieras como un acto de venganza por lo que habían hecho con tu familia. Y la violencia era tu forma de manifestar tu agradecimiento de tener comida, armas, drogas.
Entra con su AK-47 en un pueblo… ¿Qué sentimiento enciende la violencia: el miedo, la rabia, la excitación, el poder? El poder, seguro; un poder que contiene una amargura y una rabia desenfrenada. Me atormentan muchos recuerdos y lo que más temo es si seguiré teniendo la fortaleza de vivir con ellos.
Pasó un año huyendo antes de ser reclutado, ¿comenzó ahí su rabia?
Al comenzar la guerra todos los bandos reclutaban a niños. Ya nadie creía en la inocencia de los niños, los temían porque estaban acostumbrados a que cometieran atrocidades, así que en la mayoría de casos éramos rechazados. Y cuando salí de la guerra, no creían que fuera capaz de cambiar.
¿Por qué los niños son los más crueles? Han perdido a su familia, no tienen nada que perder, ni siquiera su propia vida, son fácilmente manipulables y pueden llegar a tener la sensación de que matar es un juego.
¿Había luchas de poder entre niños?
Había cierta rivalidad por complacer al comandante siendo el más violento. Yo participé muy activamente, era jefe de un grupo.
¿Qué fue lo más difícil de la reinserción? Afrontar que has participado en algo monstruoso y dejar las drogas.
Hoy, mantener relaciones con la gente de su edad, ¿le resulta difícil?
Cuando llegué a EE. UU. no solía explicar mi experiencia porque pensaba que no serían capaces de entender lo que había vivido y no quería que me acusaran de asesino. Son cosas muy difíciles de comunicar.
¿Por qué decidió publicar este libro?
Me di cuenta de que había tenido mucha suerte: por sobrevivir, por tener una nueva familia y una educación. Quería explicar que puedes pasar por esas circunstancias y que no por ello dejas de ser un ser humano, que aunque sea un proceso difícil, se puede superar. Hay que ayudar a todos esos ejércitos de niños soldados que hay en el mundo.
¿Qué le abrió el corazón?
Ester, una enfermera, capaz de mirarme como a un niño con independencia de lo que había sido mi vida. Vio en mí algo humano.
¿Ve películas de guerra?
Sí, siento curiosidad por saber lo que piensan los otros de la guerra, y puedo asegurarle que la realidad es mucho más dura de lo que nadie se atreve a plasmar. Todo soldado debe pasar por un periodo de rehabilitación, de eso estoy seguro.
Siniestra paradoja
No es el primer niño ex soldado que conozco, pero sí el primero que veo sonreír con naturalidad y que está en una fase de análisis de lo vivido que sorprende por su madurez. “Lo único que temo es que el peso de las acciones cometidas pueda vencerme algún día”. Ya sabe que nada es blanco ni negro, que aquella situación de muerte y mutilación de combatientes y civiles en la que participó activamente le ha dado la oportunidad de salir de la miseria de Sierra Leona y tener un futuro, siniestra paradoja que no le impide tener las ilusiones de una familia, de ser escritor y de hacer algo por los demás. Es miembro de la comisión asesora de Supervisión de Derechos Humanos de la Infancia.
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