Pura carne viva
Las Provincias, 03-02-2008salvador domínguez
LaMar. Companyia Teatre Micalet
España. 2008. Tragicomedia.
Director:Joan Peris.
Intérpretes:P. Almería, I. Carmona, H. Fuster, P. Matas, E. Omo, E. Pastor, I. Requena, M. Seguí, E. Vallés.
Teatre Micalet, hasta el 17 de febrero.
CRÍTICA DE teatro
LaMar es un juego de palabras cuyo significado se desenmascara al comprenderlo. La mar, tanto en valenciano como en castellano, es lo mismo que el mar. Y de la mar vienen las pateras de inmigrantes africanos, en un intento goteante y suicida por llegar a Occidente, el supuesto lugar de la salvación.
Pero si unimos los dos términos, Lamar se convierte en el nombre propio de uno de estos seres expatriados por la miseria. Con este juego poético se bautiza esta obra, en la que podemos ver, como en un espejo, el devenir de nuestro tiempo.
Ahora que el teatro español anda ávido de experimentos y milagrosas revelaciones, cuando se deambula por la alucinación tecnológica, Lamar se yergue desde las raíces del teatro realista, más aún, hiperrealista, para construir un mosaico donde la vida es pura carne viva .
Todo transcurre en la cocina de un restaurante. Allí se congregan emigrantes lituanos, marroquíes, argentinos, africanos, y también lugareños valencianos. Es decir, ni más ni menos que lo que podemos ver a diario, con la única salvedad de que aquí la vida se concentra, se exprime y queda expuesta en un tiempo intenso y como eterno.
En este relato miniaturista parece que no existe ningún tema concreto, pero en su transcurso van apareciendo asuntos infinitos, sentimientos, recuerdos, ambiciones, que componen este retablo de humanidad. Un trabajo fruto de las improvisaciones de los actores, que el director Joan Peris ha ordenado en una dramaturgia minuciosa y prolífica.
Ni el mismo Víctor Hugo, que tomaba apuntes del quehacer de los mineros para introducirlo en sus novelas, podría componer mejor esta recreación del mundo, de Valencia, de toda España, hoy en día. Un lugar que se ha convertido en un cruce de seres humanos de distintos países, de diferentes culturas, razas, religiones, que tienen en común la primera ley de la Naturaleza: sobrevivir. Sólo el tono melodramático con que acaba la obra, y el excesivo celo en presentar seres sin culpa, casi almas puras, se alejan de ese logro magníficamente realista, y cae en una benevolencia ideológica impropia de la verdad. De esa verdad que aquí se canta entera: con alegría y lamento.
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