Una inmigrante marroquí gana el mayor premio de novela en catalán
El Periodico, , 01-02-2008Un soplo de realidad se coló ayer en la mortecina rutina de los premios literarios en catalán. Najat el Hachmi, una catalana que nació en 1979 en Nador (Marruecos) y vive desde los 8 años en Vic, ganó ayer el Premi de les Lletres Catalanes Ramon Llull, con un veredicto unánime del jurado. La novela premiada, L’últim patriarca, es un ajuste de cuentas con la figura de la tiranía paterna – – en las familias marroquís y en las que no lo son – – y un reflejo de una nueva generación que, dijo ayer la autora, intenta fijar una identidad propia entre dos aguas, “que no es ni la de aquí ni la de allí” y que sobre todo busca “la libertad personal”.
Najat el Hachmi escribió el 2004 Jo també sóc catalana. Estudió filología árabe, uno de sus referentes literarios es Mercè Rodoreda, ha trabajado en un informativo de radio para los inmigrantes bereberes y como mediadora cultural – – los 90.000 euros del premio le permitirán centrarse más en la escritura – – , habla en el amazig del Rif con su familia y en catalán con su hijo y tiene el DNI español desde hace un año y medio.
Solo entonces pudo añadir a su nombre un segundo apellido, Buhhu. El de su madre. Esta ruptura con las cadenas patriarcales de las hijas de la inmigración educadas en Catalunya es el “contexto” de la tensión entre dos personajes, padre e hija, en torno a la que gira la novela.
REAGRUPACIÓN FAMILIAR
El protagonista es un marroquí que se instala en una ciudad del interior de Catalunya no muy distinta de Vic, pasa de paleta a pequeño empresario de la construcción, trae consigo a su familia a través de la reagrupación familiar y finalmente entra en conflicto abierto con su hija adolescente.
Quienes ya han leído la obra aseguran que el retrato del patriarca, extremadamente violento y promiscuo pero enfermizamente celoso con su mujer y sus hijas, es inmisericorde. El padre de Najat el Hachmi no ha tenido acceso al texto. Pero según la autora, intenta “no condenar, sino entender los orígenes” de esta personalidad dominante, y explicar una ruptura generacional “que se ha dado en todas las culturas”. “La figura patriarcal, machista y déspota – – sostuvo ayer – – la podemos encontrar también aquí, si no no tendríamos casos de violencia machista cada día”.
En una primera novela se podría esperar un diario apenas ficcionado de las angustias juveniles de la autora. Pero ha querido ir mucho más allá. De entrada, ha puesto el foco más en el padre que en la hija. Y ha recogido experiencias propias, pero también “cosas que han pasado a personas cercanas y cosas que son posibles pero que quizá no han sucedido”. “A ver, es que es una novela”, advirtió. Y ella una autora con muy pocas ganas de convertirse en un icono multicultural, en una nueva Asha Miró, en un modelo de integración. “Una buena novela ha de ser vivencial, ha de salir de lo que vives dentro de ti … La temática de la inmigración, o como le llamemos, siempre me acompañará. Pero cuando me preguntaban de pequeña qué quería ser, respondía que escritora, no inmigrante”, puntualizó. “No soy un símbolo de nada, pobres de vosotros…”, añadió.
Nada pues, de integración – – término del que abomina – – ni de multiculturalismo folclórico, al que en una entrevista en este diario calificó hace años de “pornografía étnica”. Sus críticas se dirigen tanto “a la sociedad de origen” como a la de acogida, cargada de prejuicios y que asume como peculiaridades culturales “conductas de individuos concretos” perfectamente criticables.
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