Sueño americano

La Prensa Gráfica, Sigfrido Munés, 24-01-2008

Están por cumplirse 500 años del descubrimiento de California por los españoles… y los salvadoreños. Aseguran que los peninsulares se hicieron acompañar de indígenas cuscatlecos en su expedición al norte, organizada para ver qué había más allá de los territorios mexicanos, y que juntos llegaron a la que es actualmente California, un estado lleno de nombres españoles y de trabajadores salvadoreños.

Únicamente los inmigrantes mexicanos superan en número a los salvadoreños en este estado, donde solo en Los Ángeles según un residente vive más de un millón de compatriotas. Curiosamente, esta es la segunda ciudad en número de habitantes mexicanos, después del D.F., y la segunda ciudad en habitantes salvadoreños, después del Gran San Salvador. El dato anterior es bastante conocido, no así lo que nuestros inmigrantes hacen por estas tierras.

Mi informante estima que la cuarta parte de ellos estudia, a tiempo parcial o completo, los años de primaria e inglés, principalmente. Los que acceden a la educación superior son muy pocos, contrario a lo que ha ocurrido por años con los asiáticos, quienes entendieron claramente la necesidad de nutrirse con los conocimientos científicos y tecnológicos más avanzados en las universidades estadounidenses.

Fuera del ámbito de la política de partidos, nuestros compatriotas aprecian y agradecen los esfuerzos gubernamentales para extenderles el TPS. Unos porque lo necesitan y les beneficia directamente, y otros por plausible solidaridad.

Se estima que tres cuartas partes de los salvadoreños en Estados Unidos trabajan como obreros o en duras labores de menor remuneración. En la otra cuarta parte se cuentan los que tienen buenos empleos, ejercen profesiones con éxito, poseen negocios propios o estudian a tiempo completo. Los estimados varían, ya que no existen cifras oficiales.

Discriminación y xenofobia son dos palabras que no pueden excluirse de los diccionarios norteamericanos, pero en verdad no significan actitudes ni conductas predominantes en este país, acostumbrado ya a la diversidad de razas y culturas. En los estados donde los brazos y los talentos importados se han vuelto imprescindibles, el paisaje humano lo compone un mosaico de etnotipos, usos y vestimentas.

Lo que es más duro y peligroso cada día es tratar de llegar aquí sin papeles.

En el último número de la revista National Geographic (edición de febrero, 2008) aparece un reportaje impresionante de la periodista Cynthia Gorney. El trabajo La otra frontera de México fue realizado en los escenarios del dramático peregrinaje de los centroamericanos que buscan su sueño americano y que para ello tienen que pasar por territorio de México, después de mojarse en el río Suchiate. Creo que todos los estudiosos del fenómeno migratorio debieran conocer este elocuente reportaje, ilustrado con excelentes pero dolorosas fotografías de Alex Webb, y testimonios tan desgarradores como el de José Mauricio X, quien dejó El Salvador con el sueño de una vida mejor, solo para que el tren le cortara una pierna. Actualmente, este joven salvadoreño elabora brazaletes, que vende a 90 centavos cada uno en Tapachula, mientras espera por una prótesis. Los centroamericanos son abusados de mil maneras por la mafia que se ha tomado dicha ruta, a raíz del incremento del mercado que conforman los indefensos inmigrantes.

Más al norte está la tierra de promisión, Estados Unidos, que desde los días de los pioneros del Mayflower hasta hoy ha contado con los inmigrantes para su construcción y supervivencia.

Unos de ellos hicieron realidad su sueño americano, mientras otros no lo consiguieron… o quedaron en el camino. Pero es probable que, al final, todos compartan un nuevo sueño: el de regresar al terruño donde dejaron enterrados sus ombligos.

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Fresno, California, enero de 2008

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