Luis Benvenuty
Aftab no quiere ver su apellido publicado, pero permite que le fotografíen en su negocio en la rambla del Raval. “No, este locutorio no es mío – corrige este pakistaní de la ciudad de Gujrat, en la provincia del Punjab-, los dueños son españoles, yo sólo soy un empleado. Trabajo unas ocho o nueve horas al día”. Aftab tiene 33 años y llegó a Barcelona hace seis años, cuando su única hija apenas contaba dos.

“No quería venir. Pakistán es mi patria, mi segunda madre. Pero en mi país reina la pobreza, la violencia y la corrupción. Vine para conseguir un futuro mejor para mi hija y mi mujer. Las echo mucho de menos. Acabo de pedir el reagrupamiento familiar, y es posible que las dos puedan venir a Barcelona dentro de un año, probablemente algo más tarde porque el papeleo y la burocracia lo retrasan todo”.

Aftab siempre ha vivido en el Raval. Su primer empleo fue en una tienda de recuerdos junto a la Sagrada Família.

Luego se empleó en una larga lista de fábricas, restaurantes, muelles de carga y descarga… “Fueron comienzos duros. Siempre trabajos temporales. Estaba solo. No conocía a nadie en Barcelona. No entendía nada de lo que me decían. Con tanto trabajar nunca he tenido tiempo para estudiar idiomas”.

Ni el curso para homologar sus estudios. “Soy enfermero, pero desde hace diez meses trabajo en un locutorio. No tengo tiempo para estudiar y trabajar. Pero me gusta Barcelona, la gente es dulce. No he tenido problemas. Pero ahora algunos me miran mal. Me entristecen. Pero aquí, si trabajas, tienes tu recompensa. Y no tengo sólo amigos pakistaníes, los tengo de Barcelona, de Sudamérica…, la gente del barrio”.

Aftab confía en regresar a Pakistán. “Me gustaría volver antes de diez años. Quiero contribuir al progreso de mi país, pero ahora no es posible. Ahora todo el mundo quiere huir de allí por culpa del terrorismo”. Aftab comparte su piso de la calle Sant Pau, en el corazón del chino, con unos primos que acaban de llegar. “El que llega primero abre las puertas al resto…, nosotros funcionamos así”.