"Mis hijos tendrán un futuro mejor"
El Periodico, , 19-01-2008Su nombre es Felicita Pérez Macario y tiene 29 años. Vive en el altiplano de San Marcos, en Guatemala, en la aldea Buena Vista del municipio de Ixchiguán, a 2.600 metros sobre el nivel del mar, al pie del volcán Tajumulco, el más alto de Centroamérica. Felicita Pérez es indígena mam y como la mayoría de mujeres de su edad solo fue a la escuela tres años. Es casi analfabeta. Cuando era pequeña, sus padres pensaron que, por ser mujer, no necesitaba ir más tiempo a la escuela y que para ciudar de la casa y los niños con eso sería suficiente. Su futuro, sola, pasaba por emigrar ilegalmente a EEUU. Sin embargo, el trabajo de Veterinarios sin Fronteras (VSF) la ha convertido en un puntal de su comunidad.
Su relato, en primera persona, resume mejor que nada su trayectoria vital.
“Vivo sola. Mi esposo nos abandonó a mí y a mis tres hijos. Nuestra casa es de adobe y tiene el techo de paja. Tenemos un rebaño de ovejas y tres cuerdas (una cuerda es igual a 400 metros cuadrados) de terreno, que me dio mi papá, donde sembramos maíz, fríjol y algo de patatas.
Cuando mi esposo nos abandonó, no tenía ningún oficio. Solo me había cuidado de la casa y de los niños. Mi sueño era conseguir un trabajo para mantener a mi familia. Al principio, lo único que logré fue que me dieran ropa para lavar, hasta el punto que pensé en dejar a mis hijos e irme a EEUU de ilegal para poder hacer algo de dinero.
Hace cuatro años, la asociación campesina Adesi (Asociación de Desarrollo Integral de Ixchiguán) me avisó que VSF iba a capacitar a un campesino o campesina como promotor pecuario. Así que me ofrecí como voluntaria.
Me gradué al cabo de un año. Había aprendido a reconocer las enfermedades de los animales (gallinas, cerdos, ovejas, caballos…) que hay en mi comunidad, cómo hay que cuidarlos, de qué hay que vacunarlos y cómo elaborar remedios con plantas medicinales. Lo que más me gustó fue saber que muchas de las plantas que hay en mi aldea sirven como medicina para los animales. Yo ya conocía algunas, porqué mi abuela era comadrona y las utilizaba para curar a los niños y a las mujeres embarazadas, pero nunca las había usado con animales.
Durante años, nos habían hecho creer que el uso de plantas medicinales no servía y que había que comprar medicamentos químicos.
Tras graduarme, empecé a trabajar en mi aldea. Al principio, desconfiaban que una mujer supiera hacer el trabajo. Y, además, ellos también habían perdido la confianza en las plantas medicinales. Ahora, ya no ocurre. Al final, las cosas me han ido tan bien que, hace dos años, la asociación me eligió como encargada de la Farmacia Etnoveterinaria .
Mi vida ha cambiado. De estar en la desesperación, soy una líder respetada y, con lo que me pagan, mis hijos están yendo a la escuela. Ya no serán analfabetos como yo y tendrán un futuro mejor”.
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