Inmigrantes irregulares, entre la angustia y la esperanza

Las Provincias, SEBASTIÁN ALÓS, 19-01-2008

La Iglesia celebra mañana el Día de las Migraciones. Una iniciativa para convertir los problemas en oportunidades y la angustia de los inmigrantes en esperanza.

Un gesto que tiene el valor de un acontecimiento. Un gesto de acogida que llama a las comunidades parroquiales y a la sociedad a acoger a los inmigrantes que llegan a nuestro país con la esperanza de abrirse un futuro mejor entre nosotros. Un acontecimiento. Un acontecimiento social: inmigrantes de diversas razas, culturas y religiones llegan a sentirse como en su propia casa. Un acontecimiento eclesial: expresión concreta de la universalidad de la Iglesia.

Una celebración y acogida que como siempre tiene sus luces y sus sombras. ¿Cómo no reconocer las dificultades de todo tipo para integrarse en nuestra sociedad y en nuestras comunidades? Pero justo es reconocer cuanto se hace por los inmigrantes y con ellos: por las Parroquias y Cáritas parroquiales, por las Congregaciones y Cáritas Diocesana. Pero no podemos dejar tampoco de constatar que vienen este año empañadas por la preocupación, el miedo y la angustia de numerosos inmigrantes indocumentados que, en número creciente, están siendo objeto de órdenes de expulsión. Hemos oído sus voces, hemos visto sus rostros. No podemos cerrar los ojos, los oídos y la boca. Si hace un año los responsables de Cáritas Diocesana atendían una consulta al mes por órdenes de expulsión, este año no hay día que no venga alguien a pedir asesoramiento, ayuda y amparo.

No es deseable verse obligado a emigrar, ni permanecer en los países de destino sin los documentos que acrediten sus derechos. Si siempre debemos recordar su derecho a no tener que emigrar y nuestro deber de cooperar al desarrollo de sus países, hoy debemos hacernos eco de sus temores recordando su derecho a emigrar y nuestro deber de acoger.

No podemos comprender cómo de la noche a la mañana se puede pasar de la tolerancia a la intransigencia: de “permitir” la entrada y permanencia entre nosotros de numerosos inmigrantes indocumentados a la orden indiscriminada – así nos parece – , frustrando sus expectativas de futuro entre nosotros al amparo de las disposiciones legales sobre arraigo. Quiera Dios, el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, Padre de Jesucristo, que escuchó los lamentos de su pueblo en Egipto, vio sus sufrimientos y bajó para liberar a su pueblo, hacernos a todos capaces de acoger. Que nos haga descubrir a todos, organismos internacionales, autoridades nacionales, autonómicas y locales, y a la sociedad, los caminos que pueden conducir a hacer de todos los pueblos una gran familia; lo que supone el reconocimiento de los derechos y deberes de todos.

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)