EL CORREO CATALAN
Cornellà, vanguardia de la Alianza de Civilizaciones
El Mundo, , 19-01-2008Querido J:
Verás. Debía de ser muy a principios de este último octubre, en el instituto Francesc Macià (así llamado en homenaje al modelo político de don José Montilla) de Cornellà de Llobregat. El órgano correspondiente del Departamento de Educación de la Generalitat comunicaba al director que dos niños se incorporarían de inmediato al centro. Este tipo de anuncios son mal recibidos en los institutos: alteran la composición de las clases y suponen siempre un problema más en lugares cargados de problemas. Suelen protagonizarlos alumnos extranjeros y son casos frecuentes; hasta tal punto que ya han desarrollado una etiqueta burocrática propia: incorporación tardía. Esta vez, sin embargo, no se trataba de una incorporación tardía convencional. El director comprobó que los dos alumnos (un niño y una niña, primos) habían estado matriculados desde principios de curso en otro instituto de Cornellà. Concretamente en el instituto Martí i Pol. Supo también que eran gitanos. Excúsame, pero tengo que darte este detalle. Ya sabes que los periódicos sólo utilizan la palabra gitano cuando hay que ensalzar al gitano o cuando hay que compadecerse de él. Es decir, cuando un violinista gitano abre una temporada musical o cuando una niña gitana es víctima de un agresión; jamás cuando un gitano delinque. El pensamiento correcto opina que la adhesión de una etnia a circunstancias negativas provoca su criminalización, sin apercibirse (porque es correcto pero no demasiado inteligente) que la adhesión de características positivas provoca el mismo efecto, aunque llegue por un camino curvo. En fin, es perentorio, inevitable, impuesto por el guión: los niños eran gitanos.
El director quiso saber. Esto ya lo retrata. Un gran número de personas en el mundo no quieren saber. Le intrigaba el traslado de instituto a poco de comenzar el curso y también la circunstancia del parentesco. Contaba menos para su curiosidad que fueran gitanos. No hay que engañarse: entre los gitanos hay alumnos difíciles: es una circunstancia que comparten con los llamados payos. La curiosidad del director tenía un interés más o menos oculto, que era el de averiguar si había una grieta por donde pudiera zafarse de la incorporación: los cursos estaban ya sobrecargados, con más de 30 alumnos por aula. Preguntando se va a Roma y allí llegó al fin el director.
Los niños tenían que cambiar de instituto porque estaban amenazados de muerte.
Imprudentemente se interesó por quién o quiénes los amenazaban y le contestaron que otra familia gitana. Las palabras exactas fueron: una familia rival. Encajó y siguió preguntando qué se había hecho para protegerlos. Qué habían hechos las autoridades educativas, qué habían hecho los asistentes sociales e incluso preguntó qué había hecho la Policía. No había hecho falta nada de esto, zanjaron. Precisamente la respuesta a todas la inquietudes del director la tenía él mismo. El colegio que dirigía. La incorporación tardía. La seguridad de los niños dependía justamente del cambio de colegio. Verás. El director fue recorriendo pasillos y a cada recodo se encontraba con otro. La intención del departamento fue que se detuviera antes de llegar al final. Pero ya estaba allí y preguntó: ¿Por qué razón el instituto iba a salvar la vida de los niños?
Verás. La clave estaba en la intervención del patriarca gitano de Cataluña. No te puedo dar demasiados datos sobre lo que sea un patriarca gitano. Las últimas pistas en torno al asunto son las de ‘María la Coneja’, cuando hace poco le dijo a Gadafi que lo era, y de los faraónicos. En cualquier caso fue la expresión que usaron. No dijeron el llamado patriarca gitano o incluso un patriarca gitano. El acatamiento semántico presagiaba lo peor. A continuación le explicaron al director esta fabulosa historia. Conocedor el patriarca del odio mutuo que maceraba en dos familias gitanas radicadas en Cornellà, de sus amenazas y de las posibilidades de llevarlas a cabo, dispuso que la ciudad quedara dividida por una línea; a una parte los unos y a la otra los otros, y con prohibición expresa y tajante de que ningún miembro de las familias incurriera en desliz. Deducirás que el antiguo instituto de los niños estaba en la zona rival. No tengo información concreta, y me habría gustado dártela, sobre el itinerario que sigue este muro civilizatorio. Podría haberle preguntado al patriarca; pero la pregunta implicaba demasiados reconocimientos de jurisdicción. He puesto los datos que tengo en google maps. El barrio de la Fontsanta, que es donde viven los niños; el antiguo instituto Martí i Pol, que está en la avenida del Prat, y el instituto Francesc Macià, que es donde estudian ahora. La carretera de Esplugues, o la vía del tren pueden formar parte con coherencia de la línea patriarcalmente trazada. Algo se oyó también sobre la Rambla de Anselm Clavé, que separa a los dos institutos, aunque es una línea mucho más corta y permeable.
El director se negó en redondo a aceptar el mandato. Se lo mandaban el Departamento de Educación y el patriarca gitano, la ley civil y la ley gitana, y no fue suficiente. Todo un carácter. El director es un hombre curtido en la gestión. Curtido no quiere decir maleado. Se negó. En sus diálogos con la inspectora de la Generalitat apeló a todo tipo de razones: morales y prácticas. Ella repetía fijamente que lo hacía por los niños y que un mal menor es preferible a un mal mayor. Permíteme, porque éste es el asunto central de los chantajes: ¿hasta qué número de males menores se puede llegar sin que se conviertan en un mal mayor? El director exigió que la petición constara por escrito. Pataleó. Supo, en su estupefacción, que no era la primera vez que el Departamento de Educación se sometía a la llamada ley gitana. ¿Escritos quería? Se los hicieron llegar, y raudos. En Cataluña el impudor no se detiene en la letra impresa. Le llegaron los escritos y los requerimientos terminantes. Indignado convocó un claustro de urgencia. Era el 10 de octubre. Quería informar al profesorado de que iba a desobedecer la orden del departamento y que asumiría personalmente las consecuencias. Empezaron a hablar. Hubo el que lo apoyó, pero la mayoría se mostró dispuesta a que los niños se escolarizaran en el instituto, haciendo constar, eso sí, que estaban enfadados. Incluso muy enfadados. Le dijeron al director que él acabaría pagando la posición de firmeza y le pidieron que desistiera. Desistió. Pasado el puente del Pilar los dos niños se incorporaron al instituto.
No sé qué tal van de flamenco en el Departamento de Educación. Yo muy bien, ya lo sabes. El director tendría que haber contestado a la petición de la inspectora con alboreás. Ese cante dulcísimo y tan bello que describe la aplicación de la ley gitana a las núbiles inminentes, y que gusta mucho a las mujeres relativistas.
En un prado verde tendí mi pañuelo
y salieron tres rosas como tres luceros
Sigue con salud.
A.
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