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Kafka

El Mundo, CARMEN RIGALT, 19-01-2008

Lleva más de 20 años en España y se llama Mohamed, como la mayoría de los marroquíes que dicen llamarse algo, pero no es un estereotipo. Estudió en Granada, donde suavizó su acento de vendedor de alfombras y se especializó en asignaturas pendientes. Veinte años después, la última asignatura de su carrera todavía pende del historial académico. Poco importa ya. Mohamed encontró trabajo en la sección de mantenimiento de un hospital y no ha vuelto a preocuparse de los estudios.


Su conocimiento de la vida española data de los tiempos de Granada, que entonces aún no era una provincia marroquí. Allí se relacionó con estudiantes nacionales: iba de bares, conoció el flamenco y aprendió a vivir según el modo español, aunque sin hacer dejación de sus principios musulmanes. Aquellas relaciones de amistad topaban siempre con la abrupta diferencia de costumbres. Mohamed, que entonces disimulaba sus signos de identidad, recibió un verano el ultimátum de sus padres por culpa del escaso rendimiento académico. Aquel año regresó de sus vacaciones bastante reformado. Se mudó a una pensión con compañeros marroquíes, volvió a observar los preceptos del ramadán y se quitó de los tugurios y del alcohol de garrafa. Era otro. En su nueva vida encallaron los viejos amigos. Ya nada volvería a ser igual.


Hoy, este hombre no habla de la Alianza de Civilizaciones. El plural es para despistar, dice. Occidente sólo tiene confrontaciones con el islam porque el Dios de los cristianos y el de los moros son excluyentes. Mohamed ha ido afianzándose en su religión a medida que la crispación ha aumentado. Su propia hermana, Latifa, que también estudió en Granada y es una mujer pacífica y poco politizada, decidió cubrirse la cabeza (hiyab) dos meses después del 11 – S. Era su particular manera de defender la religión ante las embestidas de la cruzada americana.


Años atrás, Mohamed salió con algunas chicas españolas, pero la dificultad para consolidar las relaciones lo llevaron a refugiarse entre los suyos. Como ya había sucedido en tiempos de estudiante, la sorpresa surgió un mes de agosto, cuando fue a Marruecos a visitar a su familia y volvió ennoviado. Fue una boda sonada, con mucha gente y mucha comida. Ahora la esposa está embarazada y quiere vivir en Madrid con su marido, pero el Estado español no reconoce el matrimonio por ser de rito musulmán. Mohamed tampoco puede acogerse a la reagrupación familiar, pues él es español (tiene la nacionalidad), y el trámite no le incumbe. Le sugiero que se case de nuevo en el consulado de Marruecos. Imposible. Tanto él como su esposa aparecen en los papeles como casados.


La situación es kafkiana y Mohamed está a punto de volverse loco. La única solución es que se separe y vuelva a empezar de cero. El mosqueo de la supuesta esposa es fino. Seguro que tiene «otra», dice ella. Mohamed puede acabar tarifando.

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