Una calle sin salida
«Si penalizan a los clientes, ¿qué pasa con nosotras?». Mujeres inmigrantes y transexuales que ejercen en el polígono del Guadalhorce cuentan su noche a noche. En sus relatos, poco hay de vida fácil.
Diario Sur,
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20-01-2008
«LA calle es una selva para los que trabajamos en ella. Yo, cuando me visto de chica, tengo que ser fuerte; tengo que ser el león». Quien habla es un joven sudamericano que ejerce en el polígono del Guadalhorce, al que acuden aproximádamente unos 70 transexuales y travestis que se prostituyen, junto a otras 250 mujeres, la mayoría inmigrantes. Su número es también importante en el taller que sobre salud, sexualidad y género imparte la asociación Mujer Emancipada, al que el pasado viernes acudieron unas veinte personas. Algunas son mujeres que se encuentran inmersas en un proceso de rehabilitación de diferentes adicciones; otras ejercen en la calle y hay quien ya ha dejado ese mundo y mira el pasado con una perspectiva nueva, aunque arrastra en el presente las secuelas de una vida nada fácil.
Todas han escuchado la noticia que les ha leído Paula, una de las trabajadoras del programa, y que habla sobre la decisión del Ayuntamiento de elaborar unas ordenanzas que regulen el ejercicio de la prostitución callejera en la vía pública, en las que podría contemplarse la penalización de la clientela.
«Si penalizan a nuestro clientes, se irán a otro lado. Con esa medida van a beneficiar a los dueños de los clubes». Es la primera respuesta. Quien rompe el hielo es una joven que, en el transcurso de la conversación, hablará de sus dificultades para encontrar trabajo. Es transexual: «En Zaragoza hice un curso de auxiliar de geriatría. Pasaba las entrevistas y en alguna ocasión hasta me hicieron pruebas físicas, pero luego, enseñaban mi documentación, y me rechazaban; me han rechazado cuatro o cinco veces. Me he prostituido para sacar esos estudios, y ahora, ¿qué me queda? No se si es que la sociedad no está preparada para mí o si es que yo no estoy preparada para la sociedad».
Comprensión
Comprende que, tal y como está el polígono, el Ayuntamiento se vea obligado a tomar medidas: «Nosotras trabajamos de noche, pero hay muchas que trabajan de día, y van desnudas. Sí, somos putas, pero hay que tener más dignidad. Allí hay negocios, acuden muchas personas, a veces con niños. Los preservativos usados están tirados por las calles y hacen sexo en público. Es normal que el Ayuntamiento quiera alejar ese problema pero, ¿qué pasa con nosotras?, ¿qué solución nos da?».
¿Dejarían la prostitución si hubiera otra salida? Al menos, en esta reunión, el ‘sí’ es unánime: «Mira, si tomaran la medida de penalizar a los clientes y a la vez vinieran con una bolsa de trabajo para 500 personas, acababan con el tema, así ganáramos 850 euros al mes. Yo sería el primero de esa lista. No ejercía la prostitución en mi país, pero aquí, me vi solo. No me quedaba otra alternativa; la necesidad nos hizo pararnos en la calle», afirma el joven que dice transformarse en león cuando se viste de mujer.
Las cabezas se mueven de izquierda a derecha cuando se expone que todavía hay quien cree que no lo dejarán, porque mantienen que el suyo es un dinero fácil: «¿Fácil! Hay que aguantar el frío, de pie… Hay que aguantar los gritos, la humillación, el maltrato físico y psíquico. Si eres mujer te llaman zorra, guarra, y a los ‘trans’ les dicen cosas horrorosas. Te pueden pegar una paliza y robarte todo».
Por eso dice Carmen (nombre figurado) que se necesitan a los chulos. A ella, por ejemplo, casi le arrancan media oreja, y más de una vez ha terminado en el hospital: «Necesitas alguien que te proteja, que te busque si te llevan por ahí y te tiran en cualquier lado». 31 años y gitana dice que empezó a ejercer siendo todavía virgen: «Tenía 14 años y era mocita. No me dejaba penetrar. Hacía ‘francese’. Somos gitanos, pero en mi casa no se traficaba. Mi padre era alcohólico. Si yo no llevaba dinero, allí no se comía». Hoy no se prostituye – «gracia a dios», dice – y está inmersa en un proceso de rehabilitación a través de otro de los programas de Mujer Emancipada: «Tengo un bebé. Quiero salir».
Pesadillas
Hace diez años que Marisa (nombre figurado) dejó de ejercer la prostitución, después de sufrir una trombosis que los médicos achacaron al tabaco y los anticonceptivos: «Yo no tomaba drogas; estaba limpia. Ahora, eso sí, trabajaba borracha, para quitarme la verguenza». Dice que aún se despierta con pesadillas: «Me levanto con mucho frío, del frío que he pasado. Cuando tenía 22 años consideraba la prostitución un trabajo, pero te deja secuelas. Sí, he comprado una casa, la he amueblado y he pagado los estudios a mi hija, pero ¿a costa de qué? Tengo incapacidad absoluta y estoy machacada psicológicamente. En los clubes, los hombres nos llamaban ‘el ganado’. Todavía me siento una mierda. El dinero de la prostitución está maldito».
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