El 20% de las personas sin hogar de Donostialdea no recurre a ayudas sociales

Diario de noticias de Gipuzkoa, jorge napal, 20-01-2008

Los rumanos gitanos se han convertido en uno de los eslabones más débiles de la cadena social de Gipuzkoa

donostia. ¿Qué puede llevar a una persona que vive con lo puesto a no pedir ningún tipo de ayuda? ¿No debe ser aún más tremenda la sensación de soledad? ¿Por qué lo hacen? ¿Cómo viven? ¿De qué viven? La lista de interrogantes aumenta de un modo directamente proporcional a la incomprensión que, en ocasiones, despiertan decisiones de esta naturaleza; más si se tienen en cuenta los recursos que hoy en día ofrece Gipuzkoa para toda persona que desee iniciar un proceso de rehabilitación social.

El problema, ya de arranque, es más complejo de lo que pueda parecer a primer golpe de vista, entre otras cosas, porque no todas estas personas están en condiciones de decidir por sí mismas.

Los voladizos del estadio de Anoeta, el pasadizo de La Perla, los arcos de la plaza de la Constitución y cajeros de distintas entidades bancarias son moradas habituales de, al menos, una veintena de indigentes que han convertido su vida en un perpetuo interrogante.

Teniendo en cuenta que en torno a un centenar de personas vive en la calle con lo puesto, este sector que no llega a entrar en un proceso de superación personal representaría en torno al 20% del colectivo. Es un grupo, por lo general, muy intoxicado, con un consumo de alcohol tan elevado como incapacitante para tomar las riendas de su vida.

El dilema para Joserra Treviño, delegado episcopal de Cáritas, se reparte entre “los que no quieren y los que no pueden”. Este segundo grupo genera cierta sensación de impotencia para las asociaciones que trabajan con las personas que viven en la calle, porque vienen de fracaso en fracaso, se deslizan de lleno hacia la marginalidad y se muestran incapaces de seguir hacia adelante. “Ése suele ser el principio del arranque. Es decir, hace falta que empiecen a creer en sí mismos y que no piensen que son unas personas fracasadas y derrotadas del todo. Cuando una persona ha perdido la fe, eso es lo que llamamos su muerte social. Son personas muy deterioradas y muy cronificadas en la marginalidad, lo que les hace imposible cualquier salida”, detalla Treviño.

Estas personas han soportado años de marginación y exclusión social, y tienen una presencia importante de enfermedad mental que todavía les incapacita más. Todo ello hace más gravosa la situación, puesto que este tipo de personas quedan a merced de las circunstancias. “Si estas personas no tienen ni diagnóstico ni la medicación adecuada, llegan con una impotencia total”, asegura el delegado episcopal.

ganas de salir Uno de los grandes lemas de Proyecto Hombre, de hecho, reza un elocuente mensaje muy relacionado con este asunto: Yo te ayudo si tú me ayudas . Los apoyos resultan válidos sólo si se quiere salir del atolladero. Sin ese resorte de voluntariedad, es tarea baldía, “aunque en este punto tiene mucho que decir también la propia sociedad”, precisa Treviño.

También hay personas que no es que no quieran ser ayudadas, sino que más bien no asumen una vida sujeta a un mínimo de normas establecidas porque tienen un hábito contraído y una inercia en el mundo de la calle en el que no encaja ningún tipo de norma ni exigencia.

Frecuentemente, aunque creen haber optado por un estilo de vida alternativo o diferente, preñado de libertad, tarde o temprano, la apuesta acaba en estrepitoso fracaso. Es el perfil del transeúnte cronificado, itinerante, el de las personas que deambulan y han hecho de la calle su casa. “Aun cuando hay recursos de bajísima exigencia, como puede ser la sala de invierno Hotzaldi, hay gente que no los acepta”, asegura Treviño.

Jose Antonio Lizarralde, Pottoko , coordinador de los programas para personas sin hogar de la entidad diocesana, reconoce que “en ocasiones, recibimos el aviso de personas que, aunque lo están pasando muy mal, cuando les explicamos el servicio que ofrecemos, nos responden que no son de ésos, que aquí no van a encontrar lo que necesitan, a pesar de que nosotros les vemos muy deteriorados”, incide.

rumanos en infraviviendas Otro fenómeno emergente en los últimos tiempos es el de personas que residen en infraviviendas, como okupas o rumanos gitanos, que malviven en situaciones muy deplorables. Para Carmen Botea Vlasceanu, técnica de Biltzen, el Centro de Coordinación de Iniciativas Comunitarias en Mediación y Educación Intercultural, los gitanos rumanos son la parte más débil de la cadena social. “Ocupan los trabajos más humildes, viven en viviendas infrahumanas y no tienen facilidades para educarse con los mínimos exigidos para el respeto y el mantenimiento de sus culturas”, sostiene.

Para la técnico de este centro de coordinación, el asunto más lacerante es que estas personas, en su país de origen no han encontrado soluciones para lograr una integración real. “Igual en este país hay voluntad y posibilidad de hacer un esfuerzo mínimo para darles una oportunidad de vivir dignamente contando siempre con su implicación en este esfuerzo colectivo”, expresa Botea, con un atisbo de esperanza.

Treviño reconoce, no obstante, que pensar en la integración sociolaboral de todas las personas que están en una situación de riesgo o de exclusión social sería “muy pretencioso” y que no conduciría sino a un camino de “frustraciones constantes”. Con muchas personas, sería suficiente con llegar a un mínimo nivel de contención.

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