ANÁLISIS

La solitaria

El Correo, 20-01-2008

Recuerdo que Machín ya pintaba angelitos negros. Salvo en las películas de Tarzán, donde al blanco se le llamaba ‘wuana’ y no llevaba un gramo de peso, incluso el malo tenía una muerte descansada. En los últimos tiempos los políticos se esfuerzan en parecer otra cosa. Aznar, texano con acento de Tijuana y, en California, los candidatos en carrera hacia la Casa Blanca debaten en español. Hasta las cajas de ahorro hablan con acento inmigrante.

La cosa es más complicada en EE UU: El negro quiere ser blanco, el blanco negro y el hombre, mujer. El doctor Jeckyll se hubiese vuelto loco y, desde luego, no hubiese dado nunca con la fórmula. A lo mejor, Lon Chaney, más conocido por ‘el hombre de las mil caras’. De Obama, afroamericano, se ha dicho que su mayor cualidad es que habla como un blanco, y se dirige a ellos con un excelente inglés americano y de Hillary se alaba su condición femenina por el tirón que representa entre sus congéneres y se abomina de su trato desconsiderado a la memoria de Luther King. Así que, digo yo, si el candidato ideal no tendría que ser transformista y, por imperativos del guión, abrazar directamente el travestismo. Quien gane, no hay duda, deberá ser camaleónico y hablar como los poseídos por el diablo, varias lenguas, hasta alguna de las llamadas muertas.

Me decía Martínez Pisón, un hispano que fue director del periódico ‘La prensa’, de Nueva York, medio dirigido a hispanos, que el problema era su nulo interés por la sociedad que les acoge, y cómo esa actitud los confina en el ghetto y abona el desapego de los políticos ante a la inutilidad de su esfuerzo por asomarlos a las urnas. Lamentablemente este no es un fenómeno privativo de EE UU. En México las mujeres se dejan largos pelos en las piernas para evitar ser confundidas con las indias y, en Cuba, una preciosa amiga mulata se daba polvos de talco en todo el cuerpo para parecer más blanca. Vargas Llosa se refiere a las damas espantadas con su obesidad en el siglo XIX, que se tragaban una solitaria para recobrar su silueta. Infería que uno de sus amigos, que se la había tragado para comer y beber sin tasa, le confesó que no vivía para él sino para el ser que llevaba adentro «del que ya no soy más que un sirviente».

Tengo la impresión de que los candidatos a la presidencia de EE UU son también esclavos de su ambición política, que directamente los fagocita. La Iglesia ha defendido que el Espíritu Santo, morando ya en los creyentes, los capacitó para que predicasen el Evangelio en los distintos idiomas que hablaban los paganos. No, como hacían ellos, que hablaban en una jerga que nadie podía entender. Mover el voto allí, blanco o negro, no deja de ser un milagro.

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