Discriminación en neón y con mayúsculas
El Periodico, , 21-01-2008Discriminar me parece un verbo malsonante de connotaciones dictatoriales y clasificatorias que no casa ni con la palabra ni el concepto democracia ni con nuestro siglo XXI, calificado como global e intercultural. Debería ser un término en desuso y retrógrado que da contenido a hechos de un pasado donde no existía la máxima vital de incluir y no excluir. La realidad, en cambio, deja lo global para la economía y coloca a diario la discriminación en neón y con mayúsculas. No entiendo que un país como Canadá, que aprueba la ley del matrimonio de personas del mismo sexo, prohíba a los gays ser donantes por considerar su conducta sexual de alto riesgo. ¿Ser heterosexual te libra de la promiscuidad y te inmuniza de contagio de enfermedades? De ser cierta la tesis, ¿por qué el número de mujeres infectadas por el sida en el mundo aumentó en 2007 de manera alarmante?
La discriminación es capaz de arrasar con ideologías, como la izquierda comunista romana que consigue aprobar con éxito su moción de separar a los niños gitanos en los autobuses escolares en el séptimo distrito de la ciudad, por considerar su comportamiento demasiado enérgico y violento. ¿La violencia es herencia genética de los gitanos? De no ser así, ¿se separa por ser gitano o por ser violento? La compañía del Metro de Madrid se acerca más al legado de la oveja Dolly, la discriminación genética. Una mujer, que ha superado un cáncer hace dos años, no podrá trabajar en el Metro por considerar que el riesgo de reaparición de la enfermedad es incompatible con los requisitos psicofísicos necesarios para ocupar el lugar de trabajo. Lo decide una empresa dependiente del gobierno de Esperanza Aguirre, presidenta, mujer y portadora cuando toca del lazo rosa. Puestos a decir memeces, ¿por qué no vetar a los que han sufrido, a los hipertensos, a los diabéticos o a todos aquellos que tienen familiares que han sufrido un cáncer o una grave enfermedad? Muy a mi pesar, este Estado nuestro, el llamado del bienestar, estandarte de la igualdad de oportunidades y la libertad individual, destila una enorme hipocresía social.
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