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El País, 21-01-2008

Cuando se viene del trópico, cada estación parece que durase un año. El año se multiplica por cuatro y con él la distancia. “Piensas en el buen clima. En tu familia, en tus amigos. Si pudiera estaría ahora mismo allí, pero no puedo. Tengo que ahorrar”, comenta la colombiana Sandra Milena Zuleta, de 29 años, auxiliar de odontología en una clínica de Madrid. Del giro que envía mensualmente a Medellín dependen su madre, su hermano y su abuelo. Desde los 15 años es la cabeza de la familia. “Mi padre nos abandonó y me tocó asumir la responsabilidad. En esos días, mataron a mi hermano pequeño en un tiroteo. A veces me pregunto cuántos años tendré que trabajar para salir adelante. Últimamente me siento cansada”, agrega a la salida de su trabajo, en el barrio de El Pilar.

Sandra llegó a Madrid hace cinco años de la mano de su tía, Rocío Zuleta, de 38. Ambas intentaron varias veces emigrar a EE UU, pero les denegaron el visado. Sus motivos para viajar: progresar, ayudar a su familia y olvidar a un ex novio. Allí vendía electrodomésticos y ganaba el equivalente a 100 euros al mes. Aquí comenzó ganando cinco veces más. “Mi primer trabajo fue en la limpieza. En Medellín te decían que Madrid era una ciudad maravillosa, que era fácil encontrar empleo… Nadie te hablaba de la soledad. Al principio me deprimí. Me decía: ’No voy a aguantar esto”.

Entonces ya enviaba dinero, el 30% de su sueldo. “Ahora voy un poco justa porque les estoy reformando la casa. Voy a terminarla, aunque me salgan canas. Hace poco estuve allí y me partió ver que la nevera estaba atada con una cuerda”. Su jornada de trabajo suele ser de 12 y 13 horas; las asume para ahorrar un poco más.

Antes de venir a España, Sandra fue la única superviviente de un accidente de coche. “Iba con mi tía Dora, una de las primeras que tuvo que emigrar. Le enviaba dinero a toda la familia… Había regresado para quedarse”, recuerda, mientras piensa en su futuro. “Quiero tener una casita en Medellín para cuando me canse, para pasar mi vejez”. Su tía Rocío, la responsable de que esté en Madrid, ya no quiere volver. “Tengo mi vida aquí”, afirma. Sus razones: dos hijos madrileños y su pareja, también madrileño. Ella y su sobrina han compartido habitaciones minúsculas y trabajos de limpieza. Ahora se ven poco, a pesar de que viven en la misma ciudad.

“Mi vida gira en torno a mi chico y a mis hijos. Del trabajo a la casa. Vine a Madrid con la idea de ahorrar para luego viajar a Estados Unidos. Ya no me quiero mover. Ni siquiera a Medellín; allí sólo iría de vacaciones”, comenta. Pero aún no sabe si se siente parte de la ciudad. “He conocido personas que me han dicho que me marche, que no le gustan los extranjeros. Me siento parte de mi núcleo familiar”, agrega. Su hijo Daniel, de tres años, asiste a una escuela pública. La mayoría de sus compañeros son inmigrantes.

“Cuando llegué enviaba dinero todos los meses; ahora, cuando puedo. Muchas veces me entran remordimientos”, confiesa. Hace poco estuvo en Medellín y a los pocos días quería regresar a Madrid. “Sentí temor porque en el barrio secuestraron a una chica que había viajado con su niña española. No sé por qué allá tienen la idea de que uno está forrado”. Ella, como su sobrina Sandra, también trabaja como auxiliar de odontología. Quizás por ello las admiran.

“Y todo porque no nos dedicamos a la prostitución. Tengo amigos madrileños y nunca me he sentido discriminada. Siempre hay alguien que te pregunta si tienes una raya de coca. Ya me lo tomo a broma”, detalla Sandra. En su caso, Colombia todavía le tira, a pesar de las desigualdades que ahora ve con nitidez. “Me sorprendió la pobreza, los niños de la calle. Era como si viera todo por primera vez”, recuerda. El día que llegó la esperaba toda su familia. Querían ver a la hija que había triunfado en Madrid.

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