Señor Cipresa: usted se autodefine como nacionalista, defensor de las razas humanas y dice que es enemigo total de que una o muchas razas se instalen en la tierra de una etnia y la pongan en trance de desaparecer. Creo, señor Cipresa, que convendrá conmigo en que el cobre de la instalación eléctrica de su casa puede ser angoleño, su suelo guineano, su teléfono móvil congoleño (coltan), la ropa que viste y el combustible de su coche iraquís, el café, el té o el chocolate de Costa de Marfil, el gas de su calefacción argelino, las especias, la merluza o el besugo de sus guisos en la Sociedad
Quiere sus productos y permite que pongamos los precios. Pero no los quiere a ellos. Esquilmamos sus países, convertimos su economía de subsistencia que funcionaba en equilibrio, en lo que nosotros queramos. No admite que vengan, que huyan de sus casas. Posiblemente diga que lo que hay que hacer es ayudarles más, pero que no vengan, y seguimos con el latrocinio y la explotación, eso sí lo admite o calla. Viste su aprehensión con la defensa de la pureza de las razas. Sin embargo admitirá que sus conocidos estudien en universidades extranjeras o participen en programas como Erasmus y demás.
Me apena ver a mi pueblo con personas autosuficientes como usted, que no ven o no quieren ver que vivimos muy bien en un país con escasos recursos. Y se siente superior, y margina. Siempre le queda la opción libre de irse a una cueva, autóctona eso sí. Aunque si todos optamos por esa libre opción quizá también tengamos que importar las cuevas.
No se equivoque señor Cipresa, aquí puro no hay nadie. El futuro está en las mezclas, en la Humanidad, no en las razas o las diferencias. El futuro es común.