Esclavas del cuerpo
ABC, 02-01-2008POR C. MORCILLO
MADRID. Someterse o morir. Casi todas las víctimas del mercado del sexo se doblegan, pero algunas no. «Claudia – nombre ficticio – , rumana, estaba aterrorizada cuando la encontramos. La habían violado en grupo varios días seguidos; le habían pegado con saña, la amenazaron con matar a sus padres. No dejaba de temblar y no hablaba. La llevamos a una casa de acogida y estuvo ocho días sin pronunciar una sola palabra; se negaba a comer, a mirar, a todo». La experiencia no es única, pero sí una de las más impactantes en la Brigada Central de Extranjería y Documentación.
Claudia dijo no. Llegó engañada y nunca aceptó ser puta. Ni las lecciones de la «mami» ni las palizas lograron convencerla. Los policías que se dedican a estas redes se han topado con auténticos casos de esclavitud. Chicas vendidas por sus familias que se han tirado por la ventana del prostíbulo para huir del infierno y las han obligado a volver, a veces sus seres queridos; chicas embarazadas de siete meses que han tenido que trabajar hasta el final; chicas forzadas a aceptar clientes «de primera» sin utilizar protección; prostitutas a las que han suministrado pastillas abortivas sin su conocimiento haciéndoles creer que era para aliviar los contratiempos del embarazo; otras, obligadas a abortar si no han pagado la deuda; menores secuestradas y empleadas como «lolitas» con documentos falsos, usurpando día y noche la identidad de otra persona – unas veinte halladas al año por la Policía – .
La demanda es lo único que importa. Y los clientes cada vez buscan mujeres más infantilizadas, según un informe de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (Apramp). Las mafias han tomado nota de los nuevos gustos y seleccionan a chicas más jóvenes. Hay clientes que les llevan las faldas de sus hijas y les piden que se las pongan o que se hagan coletas, cuentan las mujeres. Muchos tiran de billetera para que la prostituta no utilice protección.
El mercado del sexo está en pleno apogeo, reiteran los expertos policiales. Nos hemos convertido en un país rico que suma demandas. Casi siempre mujeres. La prostitución masculina obligada es casi irrelevante. «No existe un mercado organizado de travestis, sí que hay muchos pisos, apartamentos y locales donde se ejerce, pero es un circuito cerrado».
Las organizaciones detectadas hasta ahora son de brasileños, como la desmantelada hace unos días en Sevilla, una auténtica mafia que había obligado a uno de los chicos, enfermo de sida, a trabajar hasta la muerte. No es la primera red, y la Policía alerta de que hay que extremar la vigilancia. Otro asunto es la prostitución callejera, los «chaperos» al uso, bastante residual también y con protagonistas marroquíes y argelinos, básicamente.
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