Las trabas para reagrupar familias disparan los problemas afectivos entre inmigrantes
Diario de noticias de Gipuzkoa, , 30-12-2007La espera provoca que haya padres que se reencuentren con unos hijos convertidos en “perfectos desconocidos”
Donostia. Hay quien les llama expertos en paciencia, y no le falta razón. La demora con la que se resuelven las solicitudes de reagrupación familiar está haciendo germinar en Gipuzkoa serios problemas afectivos entre los inmigrantes, que aguardan con ansiedad una respuesta favorable que no llega, lo que acaba por levantar una barrera insalvable entre familias separadas por miles de kilómetros.
Las asociaciones que trabajan con el colectivo no ocultan su preocupación. Hasta ahora se habían centrado en resolver los trámites administrativos, pero creen que ha llegado el momento de realizar otro tipo de abordaje. “Centrados en los problemas burocráticos, igual no hemos prestado la atención que merecían los afectivos y relacionales que iban surgiendo”, admite Agustín Unzurrunzaga, portavoz de SOS Racismo en Gipuzkoa.
Buena parte del problema reside en la realidad de los procesos migratorios. La ley autoriza iniciar la solicitud de reagrupación una vez obtenida la segunda tarjeta de permiso – tras un año de residencia – , lo que, sobre el papel, no supondría un compás de espera excesivamente largo.
Pero la realidad migratoria es tozuda, y resulta común que los inmigrantes implicados atraviesen largos periodos de irregularidad antes de poder iniciar la tramitación, lo que demora el proceso.
Desde SOS Racismo reconocen que comienza a ser frecuente encontrar sentimientos ambivalentes entre los solicitantes que por fin consiguen una resolución favorable. “Se mezcla tanto la alegría como el miedo, alegría porque después de cuatro o cinco años van a poder estar finalmente con sus familiares, y miedo porque después de tantos años sin contacto desconocen la situación que se van a encontrar”, detalla.
Es habitual el caso de mujeres que dejan en sus países de origen a niñas de tierna edad y que por fin, cuando consiguen unirse a ellas en Gipuzkoa, llegan convertidas en unas adolescentes prácticamente desconocidas para sus madres.
¿Cómo recuperar los lazos afectivos? ¿Cómo reaccionarán estas jóvenes que se han visto obligadas a abandonar su país en un momento que además no han elegido? ¿Serán capaces de hacer nuevas amistades?
más allá de creencias El catedrático de Sociología de la Universidad de A Coruña y miembro del Sistema de Observación Permanente de Migraciones Internacionales (Sopemi) de la OCDE, Antonio Izquierdo, ha abordado esta cuestión por vez primera en una encuesta, y los resultados no dejan lugar a dudas.
Ocho de cada diez inmigrantes reconocen que más allá de sus creencias religiosas, o la posibilidad de utilizar sin problemas su lengua natal, lo que más echan de menos al llegar al Estado es mantener una relación directa con su cónyuge.
Pero que este deseo se materialice tan tarde se debe, en buena medida, a los problemas que encuentran a la hora de cuadrar unas cuentas que frecuentemente no dan. A cada solicitante se le exige que el sobrante entre lo que gana y el gasto por alquiler de la vivienda en la que residirá su familia sea equivalente al Salario Mínimo Interprofesional – 570,60 euros al mes – , y resulta fácil advertir la envergadura de la misión, teniendo en cuenta dos aspectos. Por un lado, una vivienda de alquiler en Gipuzkoa raramente baja de los 700 euros. Por otro, el perfil habitual de las solicitantes es el de empleadas de hogar – no suelen cobrar más de 800 euros – , o ayudantes de cocina y camareros, que nunca sobrepasan los 1.200 euros brutos mensuales.
Además, esos 570 euros es la partida de dinero exigida para traer a un único familiar, y son precisos unos 100 más por cada miembro añadido. “Es decir, si una persona quiere traer a su pareja y sus dos hijos le haría falta un remanente de unos 800 euros”, detalla Unzurrunzaga.
La pregunta que asalta es evidente: ¿Con ingresos de 1.200 euros brutos, quién puede reagrupar a la familia? Prácticamente nadie, de ahí que se aborde el proceso por fases, lo que plantea nuevos problemas: ¿Y a quién elegir?
El problema no es menor, aseguran desde SOS Racismo, porque tras obtener por fin una resolución favorable, la familia se ve en la dolorosa tesitura de seleccionar a uno de los hijos y dejar al resto en el país de origen. “Son decisiones dramáticas que nos encontramos a diario. El propio presidente del Gobierno, en una reunión que mantuvo en verano con el presidente de Ecuador, admitió que hay casos desgarradores de niños que con ocho años aún no han visto a sus padres. Reconocía el problema, pero no vemos que se tomen soluciones”, lamenta Unzurrunzaga, convencido de que ha llegado la hora de estudiar soluciones para “evitar tanto sufrimiento y dolor”.
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