EL MAESTRO INSATISFECHO / El autor denuncia el conformismo de las minorías y lo obsoleto, hoy, de la novela / «¿Racismo? Nací en Trinidad, donde hay dos grupos étnicos y todos tenemos una identidad. Negarla sería de locos»

«A la gente le resulta muy atractivo el hecho de ser víctima»

El Mundo, JAMES CAMPBELL. The Guardian / EL MUNDO, 26-12-2007

El Nobel V. S. Naipaul hace repaso de una vida de ambiciones, soledades y decepciones literarias al cumplir 75 años El pequeño pueblo del oeste de Inglaterra en el que vive V. S. Naipaul sólo aparece en los mapas más detallados. No es fácil llegar hasta su cottage de ladrillo rojo, rodeado de setos y baches.


«Siempre me he visto a mí mismo como un intruso, un extraño en Inglaterra», asegura Naipaul, «aunque eso nunca me ha producido el menor dolor». Cuando visitó la India por primera vez, en los años 60, el autor estaba tan acostumbrado a su condición de extranjero que «cuando entré en una tienda en la India, esperando reconocerme en algo, me sentí extrañamente desalentado. Así que pensé que lo mejor sería hacer las cosas a mi manera».


Los intentos de Naipaul por sentirse parte de algún lugar aparecen ampliamente descritos en El enigma de la llegada (1987), una ambiciosa obra subtitulada Una novela en cinco secciones, a pesar de que se trata de una obra más autobiográfica que otra cosa. En sus páginas, ya aparecía el cottage rojo, el intrincado sendero de acceso y la gente de la localidad, encantadora pero inevitablemente consciente de su singularidad.


Durante la conversación, Naipaul se refiere a sí mismo como «un hombre flotante». Desde que nació en Trinidad, descendiente de indios, «siempre flotaba ligeramente en el mundo». Aquello ocurrió en 1932, en la familia de un periodista del Trinidad Guardian que escribía relatos. Después, el chico listo de la casa ganó una beca en Oxford que subrayó su extraña sensación de vivir en una burbuja. «No tenía amigos estudiantes con los que hablar. Mi tutor era un hombre realmente encantador, pero sin criterio en literatura».


Le quedaba su padre. En su correspondencia de veinteañero, publicada en 1999, abundaban los comentarios del tipo: «Mira, voy a tener éxito como escritor… está a punto de pasar algo grande». «La ambición», confiesa ahora, «era parte de mi personalidad». Naipaul ha escrito mucho sobre sus primeros intentos de escribir en una habitación de mala muerte del norte de Londres, tratando de ahorrar cuartillas. «Cuando dejé Oxford, no tenía medios para ser escritor. Pero aprendí a arreglármelas por mi cuenta, como los artesanos».


A sus 75 años, Naipaul es más afable de lo que se suele sugerir. Sonríe, sobre todo, ante Nadira, su esposa keniata de origen asiático. Y acostumbra a hablar de sus logros, «al final ya», igual que hablaba de sus anhelos de grandeza hace 50 años. Pero ahora suena con esa peculiar modestia propia de quien ha dedicado su vida al servicio de su talento.


Se presta a hablar, por ejemplo, del valor político de su figura. En cierta ocasión, en la década de 1950, Naipaul escribió desde Oxford a su madre comentándole que «este país es muy molesto por sus prejuicios raciales» (ella, antes, le había escrito: «No te cases con una chica blanca. Por favor, no lo hagas»). Naipaul fue, entre los escritores de color, el primero en rechazar el racismo y su habitual respuesta victimista. En Los asesinatos de Trinidad, un soberbio ensayo sobre la figura de Michael de Freitas, Michael X, líder del movimiento negro en Londres en los 60, Naipaul criticaba duramente a los privilegiados liberales blancos que lo apoyaban. Y al propio De Freitas, antiguo matón del hampa londinense, que regresó a Trinidad para formar allí una comuna que terminaría trágicamente.


«A la gente le resulta muy atractivo el hecho de ser una víctima. En lugar de tener que pensar sobre la situación social en su conjunto, sobre la Historia, sobre el grupo al que perteneces o en qué es lo que estás haciendo, partes de que eres una víctima, y ya tienes recorrido la mitad del camino, intelectualmente».


Y lo dice Naipaul, que en los años 60 se benefició de la moda de narradores caribeños que triunfaban en Inglaterra. George Lamming, de Barbados; Samuel Selvon, de Trinidad; Derek Walcott, de Santa Lucía… «Sí, tuve suerte por pertenecer a la cosa nueva», reconoce Naipaul, «pero aquellos escritores se desvanecieron y me vi solo de nuevo».


La excepción es Walcott, protagonista parcial del último libro de Naipaul, un volumen que contiene cinco ensayos y que se titula A writer’s people (La gente de un escritor). Es ésta la primera vez que Naipaul escribe sobre su más distinguido paisano. Tiempo atrás, Walcott fue un ejemplo de lo que Naipaul más valora en la literatura: un forma nueva de ver las cosas. «Me sentía deslumbrado al pensar que aquel paisaje que yo conocía estaba siendo contemplado por otro hombre con semejante talento. Leyendo sus poemas, llegué a pensar que podía entender por qué Pushkin es tan importante para los rusos».


Sin embargo, a mitad del ensayo, se aprecia que aquel joven y brillante poeta había desarrollado, según Naipaul, una embarazosa «voz negra en los Estados Unidos. A Walcott lo reclaman diversas universidades norteamericanas para enseñar en ellas y él se adhirió a la tradición de las reivindicaciones». De repente, Walcott se veía incluido entre aquellos que deseaban sumergirse en «la idea negra, en la piscina de la angustia y el dolor, siempre lista para refrescarse». Y Naipaul cita a autores como Camus y Coetzee que «llegaron a sentirse realmente fatigados con el tema de la raza, con sus inexorabilidades y sus presiones para hacer siempre lo correcto».


Mientras, Walcott habla de forma muy elogiosa sobre Naipaul. «¿De veras? No lo sabía». Pero también rechaza «su repulsión hacia los negros; una aversión física e histórica que, como todo prejuicio, desfigura al observador y no al objeto que observa».


Naipaul hace una pausa. «Este es un asunto muy delicado. Si uno ha nacido en Trinidad, donde hay dos grupos étnicos principales [asiáticos y negros], tiene una identidad racial. Y lo acepta. Porque rechazar la propia identidad sería de locos. Yo creo que en toda mi obra hay una evidente aceptación de mi identidad. Pero nunca he apartado a nadie».


No es la primera polémica. Durante años, Naipaul ha dado que hablar por sus críticas sobre otros escritores, como E. M. Forster y Anthony Powell. «Me quedé horrorizado al leer aquello», dice a propósito de A dance to the music of time, de Anthony Powell. Por no mencionar a Waugh y a Greene, otros bluffs en su canon. Eso sí: sus objeciones siempre tienen que ver con autores que no renuevan su material creativo.


«¿Ha leído usted Todo se desmorona, de Chinua Achebe? Creo que es un libro espantoso. Es una de esas cosas sobre las que la gente habla mucho, sin considerarlas realmente. Es una escritura muy primitiva sobre gente primitiva… y eso es algo sumamente limitado». Naipaul cree que «nunca, ningún autor africano escribió sobre Africa de forma que yo lo pudiera comprender. Nadie que intenta explicarme por qué Africa se encuentra en una situación tan desastrosa. ¿No queda nada de magia africana en sus cabezas?».


O sea, ¿que Naipaul es un autor sin padres literarios? «Escribí desnudo y sin defensa alguna», confirma. El escritor apenas reconoce ahora su tardía pasión por Guy de Maupassant. «Quedé completamente deslumbrado al leerlo. Pero no ejerció ninguna influencia sobre mí».


Escribir como si fuera la primera vez


A pesar de su aspecto amable, V. S. Naipaul es un hombre de opiniones tajantes. Y así lo era hace medio siglo, cuando, justo antes de llevar su primer libro a la editorial, compró una novela de Somerset Maugham, «simplemente para ver si ‘el maestro’ tenía algo que enseñarme sobre narrativa, para darme a mí mismo la oportunidad de poder reescribir mi propio libro antes de entregarlo. Pero no».


Aquel veinteañero inmigrante y aprendiz de escritor, llegó a la conclusión de que «no había nada para mí en aquel libro. Yo siempre he pensado lo mismo: bueno, ellos tienen su propio material con el que trabajar. Y ahora que me encuentro tan lejos de Trinidad, como hombre flotante que soy, tengo que enfrentarme, de nuevo, al problema de cuál es el material del que dispongo».


De hecho, Naipaul es hostil a cualquier magisterio. En su opinión, «la prosa narrativa está en un proceso de cambio absolutamente necesario. En el siglo XIX, la novela procedía del deseo de describir la sociedad. En la actualidad, no hallo en mí mismo ese deseo. Lo que tengo en contra de esta clase de literatura es que todo el mundo puede hacerla. De hecho, todo el mundo se dedica a escribirla. Esto la ha degradado y ha hecho obvia la necesidad de que la novela sea algo más de lo que ahora es. La escritura interesante siempre es la que se hace por primera vez».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)