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L Instituto Nacional de Estadística (INE) acaba de hacer público un estudio en el que pone de manifiesto una obviedad: que las mujeres y los inmigrantes cobran unas nóminas inferiores al salario medio de los trabajadores españoles. Pero lo que sorprende es la gran diferencia que existe entre unos sueldos y otros: mientras los hombres percibieron una media de casi 21.100 euros, las asalariadas se tuvieron que conformar con 15.300, un 27,5% menos. Aún es mayor la diferencia con los trabajadores extranjeros, que en el caso de que sean sudamericanos cobran un 38% menos que los nacidos en la península, porque la situación cambia notablemente en el caso de que procedan de otros países de la Unión Europea. Una interpretación benévola de esas cifras nos llevaría a la conclusión de que ponen de manifiesto que los inmigrantes se ven obligados a aceptar empleos que ya no se cubren con la mano de obra local, por su dureza o porque se considera que están insuficientemente remunerados. Pero esa explicación, que ni siquiera es válida para justificar una diferencia tan notable, esconde en realidad, con demasiada frecuencia, situaciones de abuso por parte de empresarios con pocos escrúpulos, que se aprovechan del estado de necesidad y desamparo de personas que han llegado desde sus países huyendo del hambre. Y en esas condiciones, es difícil plantear reivindicaciones salariales o de cualquier otro tipo. El argumento tampoco vale para comprender lo que ocurre con los sueldos de las mujeres, porque aunque es cierto que muchas de ellas tienen empleos con unas retribuciones escasas, sobre todo el sector de los servicios al igual que ocurre con no pocos varones, también hay un buen número que comparten con los hombres profesiones con salarios elevados. En este caso estaríamos, más bien, ante una injusticia contra la que luchan con escasos avances las organizaciones de defensa de los derechos de la mujer: la desigualdad salarial, el abono de una nómina inferior que la de un hombre por un empleo similar. Los datos del INE, a pesar de ser mera estadística, ponen de relieve con claridad una realidad enmascarada por las grandes cifras de la macroeconomía: la de quienes no disfrutan de sus beneficios.