SOCIEDAD

«Veré las luces y la gente pasar»

Mathieu lleva cinco años sin celebrar la Navidad con su mujer y sus seis hijos. «Aquí estoy bien, tengo casa y comida. Sólo me falta la familia para ser muy feliz»

El Correo, 24-12-2007

Mathieu saca pecho cuando informa de que es un gurunsi, ‘en los que el hierro no penetra’. Quizá por pertenecer a esta etnia africana no se abandona con facilidad al desánimo, ni siquiera por estas fechas, y alterna una sonrisa tranquila con silenciosas carcajadas. Su esposa y sus seis hijos también le sonríen en ordenada formación desde una foto de colores apagados. Tras ellos, un muro de adobe, un póster de la virgen y varias estampas de santos. Serán las quintas navidades que pasen separados. Él, en Bilbao. Ellos, en Burkina Faso, atentos al teléfono móvil que papá les envió nada más llegar a España.

La Navidad significa algo especial para Mathieu Bamouny y su familia, porque forman parte de ese 20% de católicos que conviven con musulmanes y animistas en Burkina Faso. «Allí, en Nochebuena, nos juntamos todos: abuelos, hijos, nietos… Es como aquí. Y comemos mucho: arroz con carne, patatas… de todo. Luego, les damos los regalos de Santa Claus a los niños».

– Como aquí.

– Bueno, aquí todo es más organizado, hay más luces, la gente tiene más posibilidades para hacer las cosas más bonitas. La mayoría tiene dinero y quiere ropa nueva; los niños también quieren cosas, juguetes, también ropa…

– Poca religión y mucha fiesta.

– Las dos cosas están bien. Lo importante es estar con la familia y pasárselo bien.

Mathieu tiene 38 años y una historia intensa. Era adolescente cuando dejó su país para buscar trabajo en Costa de Marfil, igual que miles de compatriotas. Allí conoció a su esposa, también burkinesa, y tuvo cinco hijos. La sexta es adoptada, su sobrina, que quedó huérfana cuando sus padres fueron asesinados ante sus ojos.

En la capital marfileña, Mathieu aprendió la profesión de sastre y abrió su propio negocio. Su habilidad era reconocida y las cosas no le iban mal, pero se interpuso la guerra civil. La violencia tomó el país y en 2003 envió a su familia a Burkina Faso. Él se quedó en Costa de Marfil, velando por su modo de vida. Pero nada pudo hacer contra los militares, policías y hasta bomberos que entraban en su sastrería y la saqueaban a su antojo. En septiembre de 2006 lo dejó todo, regresó a su país para estar con sus hijos durante cuatro días, recogió sus ahorros y jugó a la ruleta rusa del salto a Europa.

Ese mismo mes sobrevivió al viaje en cayuco y llegó a Tenerife. De allí lo enviaron a Madrid, y de la capital viajó a Pamplona, donde tenía un amigo. Pero le dijeron que no podía quedarse y le hablaron de Bilbao. Cuando llegó a la capital vizcaína pasó tres noches en el albergue municipal y luego recibió la ayuda de la asociación Lagun Artean. Ahora vive en un piso compartido con otros siete inmigrantes. Todos hablan de su talento como sastre, pero como no hay papeles tampoco hay trabajo.

Noche en el coro

Aun así, Mathieu sigue sonriendo. «Tengo un sitio donde dormir y tengo qué comer. Sólo me falta mi familia para ser muy feliz». El año pasado, casi recién llegado a Bilbao, se pasó la Nochebuena rezando en la iglesia de San Felicísimo, en Deusto. Doce meses después, ya habla un buen castellano y tiene planes compartidos. «Estoy en el coro de la parroquia y por estas fechas cantamos».

Salvo por eso, por alguna comida organizada en el centro de acogida de Lagun Artean, y por la llamada telefónica a su casa, que se prolongará más de lo normal, estas fechas discurren como cualquier otra jornada en la vida de Mathieu. Ni siquiera en Nochevieja se permitirá una licencia. «No, no voy a salir a ninguna fiesta. No tengo papeles y me da algo de miedo. Después de cenar iré a dar un paseo, a ver la ciudad, las luces, y la gente pasar».

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