Mil rumanos desafían a la Junta extremeña y levantan otra vez el campamento desalojado

El Mundo, ANTONIO TEXEIRA. Corresponsal, 24-12-2007

El número de residentes de esta nacionalidad ha subido un 600% en 2007 en Badajoz y en Sevilla Es un nuevo efecto social. Nunca, hasta ahora, habían acampado en Extremadura por Navidad. Y menos aún en campamentos ilegales ya desalojados. Siempre, con el invierno, sin trabajo agrícola, recogían sus bártulos y marchaban a su Rumanía natal. Sin embargo, ahora, «de aquí, ya no hay quien nos eche». Lo dice Gogo, un rumano de 53 años. Por un momento, su sonrisa infantil, de cara bonachona, se torna satírica. «Dilo si quieres en el reportaje, que ni con máquinas», extiende su índice amenazante. «Hasta ahora, nos han tratado como a animales. Y somos seres humanos», sentencia a la vez que añade una leve sonrisa.


Gogo, su mujer y sus dos hijas, de cuatro y siete años, han vuelto al campamento ilegal de Santa Marta de los Barros (Badajoz). El mismo que abandonaron hace un mes por sí mismos. Era la opción buena. La otra era hacerlo en compañía de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, según les comunicó un equipo de la Consejería de Igualdad. Entonces, los terrenos quedaron vacíos en tres días. Cuatro semanas después, es decir, ahora, los 5.000 metros cuadrados de viñedo y olivar vuelven a acoger un centenar de chabolas levantadas con el regreso de los 1.000 rumanos.


Con ellos, en este último mes de 2007, en Extremadura hay 6.000 ciudadanos rumanos. Son casi un 600% más que el pasado año, si se comparan con los 1.146 contabilizados por el Observatorio Permanente de la Inmigración en 2006.


Se trata del mayor incremento de población rumana en España – también de la historia de Extremadura – , junto a Sevilla. En la provincia andaluza, los 1.300 gitanos rumanos de 2006 son ahora 9.000. En ambos casos, las cifras, en sólo un año, se han multiplicado por seis.


La vida en el asentamiento ilegal de Santa Marta de los Barros, de nuevo levantado y con el que desafían a la Administración extremeña, se desarrolla en condiciones infrahumanas. Trozos de madera, planchas de metal y retales encontrados por doquier conforman las paredes de sus inestables y frías viviendas. «Las hemos vuelto a hacer. Pero con mejores instalaciones», dice el joven Ariol, quien a sus 15 años se siente orgulloso de la instalación eléctrica que ha creado con unos cables pelados conectados a la batería de un coche traído del desguace.


Mientras arranca el destartalado vehículo para dar fe de su buen trabajo, en la casa contigua, Matie cocina para su marido, cuatro hijos y una cuñada. Hoy, la olla rebosa un caldo cristalino que deja en evidencia la vianda que le dará sabor: una única cabeza de gallina. Para ellos, es una forma de «abrir el apetito, porque por Navidad nos han dicho que tendremos conejo para comer», grita entre risas la cocinera para ser escuchada por todos. A ella le siguen a carcajada limpia sus cuatro pequeños.


Matie alardea de ser rumana y estar al día en la actualidad política de España. «Es mi nuevo país», justifica. En torno a ella, sus hijos permanecen inmóviles, atentos a las palabras de la madre, que durante el día está pegada a la radio, pues no sabe leer.


La escena se resuelve en una casa de 16 metros cuadrados. Al fondo, dos colchones de tamaño individual que duplican su grosor por las cuatro sábanas y cinco mantas que los cubren. De seguido, un sofá cama, ataviado con maderas para disimular su cojera. Y en el único hueco que queda libre, un hornillo de butano. Es todo, donde conviven y duermen siete personas y un perro callejero.


Por estas fechas, se ha acabado el trabajo en el campo. Después de un verano de vendimias y un otoño recogiendo aceituna, el 80% de estos rumanos reconoce que ya no ingresa un solo céntimo. «Ahora vivimos gracias a las limosnas y las chapuzas que necesita algún vecino», apunta un adolescente.


A un par de kilómetros de este campamento se avista el pueblo de Santa Marta de los Barros. En su interior, en patios y cocheras, se refugia el resto de los retornados. La Policía Municipal calcula que son otros 1.000, «aunque es difícil saber la cifra exacta porque de las cocheras no salen». Y también porque los vecinos no les delatan. «Es el espíritu navideño», bromea el agente.


Como a guasa se toma también Gogo su situación. El rumano que nos ha hecho de guía en su campamento ilegal, a la hora de despedirnos, nos dice con gracia: «Oye, ¿no hay propina? Que ustedes dejan mucha en los bares».


Segunda población inmigrante


Con este rápido crecimiento, la población inmigrante rumana se sitúa como la segunda de Extremadura. Sólo es superada por la marroquí, con 12.000 personas. Detrás, se sitúa la portuguesa, con unos 5.000 ciudadanos.


El flujo de gitanos rumanos responde al ingreso de su país en la UE en enero de este año. Desde entonces, 300.000 ciudadanos procedentes del nuevo Estado europeo se han instalado en España. Sin embargo, ninguno puede trabajar, de no conseguir un permiso de trabajo similar al de los extracomunitarios, siguiendo la moratoria que estableció el Gobierno español. En la actualidad, España acoge a más de medio millón de inmigrantes rumanos.


Hace más o menos un mes, la Administración central, la regional extremeña y varias locales se reunieron para abordar el problema de la contratación de mano de obra ilegal en Extremadura. En la reunión, los agricultores acordaron comprometerse a no hacerlo y colaborar para habilitar alojamientos a los trabajadores agrícolas rumanos. Pero eso, para el verano del año que viene.

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