Profetas en tierra de cayucos
ABC, 23-12-2007TEXTO Y FOTO: ERENA CALVO
DAKAR. En Yoff, no hay alma que no le conozca. Empieza a oscurecer cuando llegamos a este barrio de pescadores a las afueras de Dakar, camino del aeropuerto Léopold Sedar Senghor. Una chica que lleva una prole de pequeños colgados del brazo nos señala un local. «Momar debe de estar ahí,estaban trabajando en los equipajes de fútbol».
Cruzamos la calle y encontramos a Momar Badiane en su taller, con unos amigos. Nos recibe con una sonrisa en la boca y nos invita a pasar. En su minúsculo taller, mesas y sillas se esconden debajo de las camisetas para el equipo de fútbol de los niños de Yoff; «Juegan con los chicos de otras zonas; es una forma de mantenerlos ocupados en algo que les gusta y que les aleja por un momento de la miseria en la que viven».
Son rojas, y en la parte superior, arriba del número, se lee en grandes letras blancas: «Super stars». Decenas de niños las visten orgullosos en Yoff, una auténtica fábrica de cayucos. «Todos esos niños tienen familiares que han partido en piragua hacia Canarias, muchos piensan también en hacerlo; nosotros trabajamos para disuadirlos».
Momar tiene 30 años. Es todo un artista, el artista de Yoff. Pinta y esculpe, y por sus obras le conocen en todas las casas del barrio. Por ellas, y por su labor en la concienciación de los más jóvenes para que no se suban en una piragua.
Dejamos atrás el taller y vamos hacia su restaurante. «Lo montamos para reunir aquí a quien quisiera escucharnos para poner ideas en común y ver los aspectos positivos y negativos de coger un cayuco». En menos de diez minutos llegamos a «La Clairvoyance» (en castellano, la clarividencia), es el restaurante de Momar Badiane.
Un cayuco preside la entrada, «como los que han cogido cientos de nuestros vecinos aquí en Yoff». Él nunca ha pensado en alcanzar así Europa, pero «sí que lo han hecho muchos de mis familiares y de mis amigos; algunos viven ahora en sitios como Barcelona o Madrid, pero otros han muerto, han desaparecido; es muy peligroso». Y mientras lo dice, con la mirada perdida, pasamos al interior de su pequeño restaurante. Un centro destinado a ganar almas, o mejor, a no pederlas subidas en un cayuco. Momar es un profeta en su propia tierra. Y los jóvenes lo escuchan como se hace con una auténtica autoridad.
Al cementerio…
Las paredes del restaurante nos recuerdan constantemente cómo pueden acabar, «como terminan muchas de ellas», las expediciones a bordo de una piragua. Sus manos han plasmado el sufrimiento de su pueblo, de otros tantos del continente africano, en fríos tonos pastel. «Barça mba barsak» se lee en un cayuco cargado de pasajeros. Le preguntamos qué significa. Es un juego de palabras en wolof.
«O todos estos – señala la pared – llegarán sanos y salvos a España, a Canarias, y podrán formar un equipo de fútbol, o acabarán en el cementerio». El mural escenifica paso a paso el viaje. En la primera escena, unos chicos compran su pasaje a unos mafiosos, en la siguiente se les ve partir en cayuco, y en las dos últimas se representa el naufragio y el dolor de un superviviente que llora a sus compañeros con los familiares de los desafortunados.
Con sus pinturas, y con su restaurante – lo pusieron en marcha en marzo entre tres amigos – «ayudamos a la gente que está en la calle y piensa en partir en piraguas; es un ejemplo de que se puede intentar hacer algo diferente». Aunque Momar reconoce que para él también fue difícil: «No recibimos ayudas, y gastamos unos 1.700 euros, aquí es mucho dinero y cuesta mucho reunirlo».
La solución de África, dice convencido, está en África y en los africanos «y somos nosotros los que, aunque las cosas estén difíciles, tenemos que levantar nuestros barrios y crear nuestros negocios, es muy negativo perder a nuestra gente y de Yoff son muchos los que han perdido la vida». Han visto muchas veces la muerte de cara. En cuanto a la efectividad de sus charlas, «no son milagrosas, pero sí que se está creando una conciencia entre la gente, entre los jóvenes, de los peligros que entraña la travesía, y de la situación en que se quedan, sin papeles, muchos de los que consiguen escapar a las repatriaciones una vez han entrado en España».
Disciplina, trabajo, éxito
De camino hacia Yoff nos llamó la atención un enorme letrero que pende de una escuela infantil. En francés se lee «disciplina y trabajo, igual a éxito», pero en Senegal esa ecuación no se cumple en el ochenta por ciento de los casos.
Babakar, también de Yoff, se ríe del mensaje. «¿Qué éxito vamos a tener aquí si no hay prácticamente trabajo para nadie?». Sólo ve una salida: emigrar, y emigrar a bordo de un cayuco. Ya lo ha intentado en una ocasión, fue internado en un centro grancanario, el año pasado, y luego expulsado a su país en uno de los primeros vuelos de repatriación.
Gastó los ahorros de varios meses, ahora está a punto de conseguir de nuevo esa cantidad. Ni las charlas del artista ni las campañas institucionales lograrán detenerle. Está convencido. «Iré dónde haga falta para conseguirlo», dice.
«No arriesgues tu vida para nada, tú eres parte del futuro de África» era el lema de la última campaña, financiada por el Gobierno español y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), lanzada en Senegal para frenar la inmigración clandestina.
Senegal exporta patrones
Y, sea por la concienciación o por el blindaje de las costas por los medios de Frontex, lo cierto es que salen menos senegaleses. «Muchos patrones se han marchado a países del sur, porque los senegaleses son muy buenos marineros; ahora Senegal exporta patrones para las piraguas», cuenta a este periódico un oficial de Dakar.
De uno de esos países, de Guinea Conakry, viene Diallo. Abandonó su casa para buscarse la vida en Dakar. Su padre murió cuando era muy pequeño y «hace años que no puedo ir a la escuela». Tiene varios hermanos que mantiene su madre con lo poco que gana cultivando la tierra.
«Pensé que en Senegal sería más fácil y que lograría más dinero, pero tampoco hay trabajo». Diallo, sin embargo, no subiría nunca en un cayuco. «No es la solución», dice en su casa de Grand – Dakar. Vive en una pequeña habitación con una cama de dormitorio, allí descansa cuando puede con sus dos amigos. Uno de ellos, Abdu, le da la razón: «No es inteligente lanzarse al mar en una piragua».
Diallo trabaja como vendedor ambulante y dice que se dedica a eso porque no puede hacer otra cosa, pero le gustaría poder estudiar y trabajar por su país, Sólo tiene 21 años y un futuro incierto por delante.
En Dakar viven cientos de jóvenes como él. Diallo descarta la inmigración irregular, pero forma parte de una minoría. Son muchos los que esperan aún su turno para cruzar el Atlántico. Como dice un refrán en wolof: «Lu teuwë xam dafa yag gouf» – «la verdad vendrá al final del camino» – , todo depende del que se tome.
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