Un cordero en casa

Tres de cada diez ceutíes celebran el Aid El-Kebir y cientos de familias mantienen la tradición del sacrificio del borrego en sus hogares

Diario Sur, TEXTO Y FOTOS: ELSA CABRIA / CEUTA, 22-12-2007

Dunia corre detrás de las piernas de su madre para mirar cómo su padre y sus tíos realizan el sacrificio. Tiene la curiosidad propia de una niña de seis años, y aunque no es la primera vez que lo ve, el miedo al borrego le puede. Se apoya en el marco de la puerta de su casa que tiene acceso al garaje y se queda quieta. Se lo toma como si estuviese en la primera fila de un cine para ver una película con sangre, pero en directo. Nerviosa, pero expectante, da la mano a Fathi, su hermana mayor, para coger fuerzas. «Este es el primero, pero son cuatro: de mi familia, de mi abuela y de los vecinos», dice sonriente. Corte en el lado izquierdo en dirección a la Meca y listo. El cordero empieza a convulsionar. Agoniza. Algunos niños de la barriada del Recinto miran desde fuera de la casa, pero se tapan los ojos. Dunia también. «Qué miedo», repiten al unísono. Todos, sin distinción, se asustan mientras el borrego cierra definitivamente los parpados, no sin antes dejar su correspondiente reguero de sangre.

Y es que son precisamente los niños los segundos protagonistas del Aid El Kebir, después del animal sacrificado. Entre el 35 por ciento de población musulmana que hay en la ciudad autónoma, una buena parte son menores de 18 años. Experimentan el disfrute de su fiesta, la Pascua del cordero. Madrugan para ir con sus padres a la mezquita en un día tan especial. La familia se arregla, trajes blancos y lustrosos para los hombres. Se lo quitan para la faena. El agua, elemento de la purificación en el Islam, también es básico para la limpieza del lugar de la casa donde se prepara el cordero. Nordin prefiere hacerlo en su hogar. «La tradición habla de hacerlo aquí, las carpas no son lo mismo y menos aún el matadero. Lo importante es respetar las condiciones sanitarias y yo cumplo», dice.

Colgado de un enganche a la altura del techo del garaje, descansa un ovino muerto. Mientras, cuchillo en ristre, los hombres de la casa se afanan en limpiar la piel y separar lo comestible del segundo de los borregos. Un fuerte silbido en la cocina anuncia que su mujer prepara té para todos. Las pastas no faltarán.

«Qué mal huele», salta Dunia con el ceño fruncido mientras se tapa la nariz. La familia se ríe. El fuerte hedor que desprenden los restos del animal empieza a aumentar porque ya están sacrificando al tercero. Por suerte, el olor de la hierbabuena mejora la situación. Unos con la manguera y otros con el despiece, el turno de las cocineras está a punto de llegar. «Muchas familias de Ceuta seguimos haciendo esto en nuestras casas, es una costumbre muy antigua y resulta más cómodo», explica Nordin mientras su esposa empieza a acondicionar la cocina.

El día continúa con la preparación del higado del animal para comer. A esto se añadirán los platos que cada cual elija entre los típicos cuscús y tajines. «Hoy – por ayer – no se puede comer el cordero entero, no está listo. Mañana sí y también las visceras del animal. Nos durará muchos días».

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