El golfo de Adén se convierte en una tumba para los refugiados somalíes
Una guerra que permanece fuera de la agenda de la comunidad internacional
La Vanguardia, , 20-12-2007BRU ROVIRA – Barcelona
“En el mar tenía una oportunidad, si me quedaba en Mogadiscio estaba condenado a morir”
“Mi mujer y mis dos hijos han muerto. Mi hermana también”, relataba un superviviente somalí al equipo de Médicos Sin Fronteras que este fin de semana le atendió en una playa del Yemen, después de que su embarcación naufragara con 148 personas abordo.
“Cuando llegamos a la playa – recuerda la cooperante Ingrid-, vimos decenas de cadáveres. Algunos todavía flotaban en el agua o yacían en la arena; otros habían quedado medio enterrados boca abajo. Había muchas mujeres y también encontramos algunos niños. Luego supimos que el menor de ellos sólo tenía ocho meses de edad. Contamos los cuerpos: en total, 56 muertos”.
No fueron los únicos que este fin de semana perecieron en el golfo de Adén mientras trataban de alcanzar la costa yemení huyendo de la pobreza y la guerra que asola Somalia. Según el Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados, además del barco citado, el domingo hubo otra embarcación que se hundió en el golfo, llevando esta última 270 personas, de las cuales 173 consiguieron sobrevivir. En sólo un fin de semana hay que sumar, pues, 200 nuevos muertos o desaparecidos al drama de los refugiados somalíes – también algunos etíopes- que tratan de alcanzar las costas del Yemen, aprovechando los traficantes ilegales que operan desde Puntland, en el extremo oriental de Somalia.
Durante este año, más de 1.400 personas han muerto en estas aguas, y estos últimos meses los equipos de MSF y de Naciones Unidas que trabajan en Yemen han notado que aumenta el flujo de refugiados que tratan de cruzar las aguas de Adén arriesgando su vida para realizar una travesía de 300 a 400 kilómetros en unas condiciones infrahumanas. Algunos supervivientes relatan cómo los traficantes suelen golpearles durante el trayecto para mantenerlos quietos, sentados en cuclillas bajo un sol de justicia, sin agua ni alimentos. “Nos golpeaban con palos y las culatas de los fusiles”, relató otro superviviente, originario de la ciudad de Merca.
El flujo de refugiados es continuo desde que en 1992 empezó la guerra somalí, pero varía según se desestabiliza la situación en este país sin Estado, en permanente violencia. La invasión del ejército etíope que la Navidad del año pasado derribó – con ayuda y logística norteamericana- al gobierno civil de los tribunales islámicos y trata ahora de controlar el país imponiendo un gobierno provisional emparentado con los señores de la guerra que controlaron Somalia a golpe de kalashnikov durante más de una década, no ha servido para mejorar la situación, sino todo lo contrario. Así, sólo en Mogadiscio los combates han producido este año un éxodo de 600.000 personas – el 60% de la población de la capital-, que se han unido a los 400.000 refugiados que tratan de sobrevivir sin apenas ayuda internacional en los campos de Afgooye y Galkayo.
A pesar del enorme drama humano que supone las condiciones de vida de los somalíes, este conflicto permanece fuera de las agendas de la comunidad internacional, que sólo se ha preocupado de neutralizar los posibles yihadistas que parecían refugiarse en el país, aunque nunca se haya podido probar la amenaza de su presencia.
“En el mar tenía una oportunidad, si me quedaba en Mogadiscio estaba condenado a morir”, ha declarado uno de los refugiados que ha perdido en la travesía a sus dos hijos y a su esposa.
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